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martes, 9 de febrero de 2010

El salvavidas cubano // Por: Pedro Lastra

El salvavidas cubano

Pedro Lastra
Martes, 9 de febrero de 2010
Desbordado por su incompetencia sideral y por la avalancha de inconformidad y rebeldía que comienza a venírsele encima, el funambulesco personaje que nos desgobierna no encuentra mejor solución que reclamarle auxilio a su padre putativo. Entre dejarle la dirección del país a un par de imberbes e incapaces como El Aissami y Elías Jaua, encapuchados y tirapiedras de profesión, a delegar el control directo del Estado a manos de un disciplinado jerarca cubano, de la más íntima y estricta confianza de Fidel Castro, no tuvo donde perderse. Le importó un rábano cometer el supremo acto de traición a la patria que supone entregarle la soberanía de la Nación a una miserable dictadura extranjera. Mantenerse en el poder a cualquier costo es su máxima divisa: ¡Bienvenido Ramiro Valdés, Procónsul de Venezuela!

Es la última perla del rosario de crímenes, atropellos, robos y estafas que acumula en su curriculum, y que vistos ante un tribunal internacional, como el de La Haya, terminarían con una condena no menor que la encajada por Milosevic. Consciente, por tanto, de que rompió todos los puentes con la legalidad y de que en su futuro no se avizoran más que rejas y sombra hasta el fin de sus días, optó por jugárselas de todas, todas: poner su destino en manos de los hermanos Castro. Dándoles a cambio una república entera.

No sabe, por ignaro y por cobarde, que se acabaron los tiempos en que un dictadorzuelo podía enajenar la soberanía de una república a cambio de vida y fortuna. Tampoco quiere enterarse de que los Castros no tendrán vida suficiente como para garantizarle la suya. El tiempo del derrumbe es de infinita mayor aceleración que el necesario para lograr la castración de veintiocho millones de venezolanos. Ni Ramiro Valdés, despreciable esbirro en tareas de proconsulado, tendrá ni los años ni la capacidad para arrodillar a un pueblo cuyos cojones no están al nivel de una isla que ni siquiera los tuvo para independizarse. Y que salió de los españoles para caer en brazos de los yanquis y de los yanquis para caer en brazos de los rusos. A la cabeza de un prostíbulo de esa jerarquía no están quienes podrían aherrojar un pueblo como el que parió la independencia de cinco repúblicas.

Y aquí estamos, frente a frente. El septuagenario torturador enriquecido a la sombra de los centros de tortura, los campos de concentración contra homosexuales, hippies y lesbianas, rebeldes y disidentes los negociados de la red y la compra venta de chatarra, de un lado. Y los estudiantes, las amas de casa, los trabajadores, empleados y familias de un pueblo que prefirió incendiar sus bienes y haberes que dárselos al invasor español. Un enfrentamiento desigual, que no le será fácil de resolver a quien las ha tenido fácil a la hora de esclavizar a un pueblo que compondrá bellas canciones, pero se ha cagado en los pantalones a la hora de calarse una dictadura infamante y siniestra.

El duelo está planteado Ramirito Valdés: o Cuba o Venezuela. La pelea ya ni siquiera es contra el pobre infeliz que les acaba de entregar una vez más el culo. Es entre nuestra democracia y tu dictadura. Como en los sesenta. Entonces les dimos una paliza militar, política y diplomática. Gracias al coraje y la grandeza de Rómulo Betancourt. Cierto es que entonces los uniformados y nuestros políticos tenían guáramo y patriotismo, y hoy están acorralados y en desbande.

Pero la historia es implacable y verdad tiene su hora. No es Chávez quien da un paso en falso. Es Fidel Castro. No olvidaremos la ingerencia y la traición. Ojo por ojo, como en tiempos de la doctrina Betancourt.

Foto: Imágen ilustrada por Alberto Rodríguez Barrera.