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sábado, 24 de julio de 2010

JUEGOS DE GUERRA // Por: Luis Marín

Por: Luis Marín
 JUEGOS  DE  GUERRA 
Siempre se ha dicho que lo que es evidente no necesita demostración; no obstante, el gobierno de Colombia se ha tomado la molestia de mostrar ante un foro internacional un largo relicario de pruebas sobre la presencia de las FARC y el ELN en Venezuela.
La primera pregunta es por qué lo hace ahora, cuando está de salida y no se lo dejó a la próxima administración; pero la pregunta se responde a sí misma, porque Uribe no se podía ir con el portafolio bajo el brazo y decir “el que venga atrás, que arree”, sobre todo porque quien lo sucede es su mismo partido.
Para los venezolanos lo más sorprendente es que estas denuncias no nos sorprendan en absoluto. ¿Cuál es la revelación? ¿Qué es lo que no sabíamos? Puestos a pensar, resulta que sin ninguna información privilegiada podemos encontrar en nuestra memoria reciente muchísimas más cosas que las que dijo el embajador de Colombia ante la OEA.
Nosotros, que en cada calle, en cada estación de metro, en cualquier edificio público, a dónde se volteé la mirada nos tropezamos con el Che Guevara, que sabemos del busto a Marulanda en el 23 de enero  y vemos a diario la estampa de Raúl Reyes en las franelas de los manifestantes oficialistas y recordamos los minutos de silencio que le guardaron cuando fue dado de baja en Ecuador, ¿nos enteramos de que este régimen apoya a las guerrillas? ¡Si lo dicen todos los días en cadena nacional!
Si desde su inicio declaró que las FARC no eran sus “enemigos”. Luego que conocemos su adhesión a la idea de lo político del teórico del nacionalsocialismo Carl Schmitt, queda clarísimo que lo que querían decir es que son sus “amigos”.
Este régimen ha declarado que si Colombia repite en Venezuela un ataque como el del campamento de Reyes en Ecuador “habrá guerra”; pero ningún diplomático de la OEA se digna advertir que esto sólo es posible si aquí está ocurriendo lo mismo que allá, es decir, que hay campamentos de las FARC en nuestro territorio.
Gravitando alrededor de aquel campamento apareció un diputado del Partido Comunista de Venezuela, que explicó su paso por Ecuador con actividades de la Coordinadora Continental Bolivariana que agrupa organizaciones revolucionarias del continente, entre las que están las FARC, convenientemente proclamadas movimiento “bolivariano”.
Si es que comparten asientos en el Foro de Sao Paulo y un socio tan conspicuo como Daniel Ortega declaró a las FARC “una organización hermana”; mientras quien más esfuerzos ha hecho para denunciar esta red terrorista continental, Alejandro Peña Esclusa, es apresado en Venezuela acusado de ser él el terrorista.
Esto ya nos va acercando al mundo al revés de este régimen diabólico que nos oprime. Para ellos, “las FARC y el ELN no son ningunos cuerpos terroristas. Son verdaderos ejércitos, que ocupan espacio y que deben ser reconocidos por la comunidad internacional”.
Para ellos, terrorista es el Estado colombiano, Estados Unidos y, cómo no decirlo, Israel. Por lo que nuestro problema no se reduce a los campamentos de guerrilla colombiana, sino cómo ha ido variando el paisaje desde Margarita hasta la Península de Paraguaná, por lo que está a la vista de todos: la proliferación de mezquitas en regiones donde el Islam era algo totalmente extraño.
Si hasta unos turistas españoles constataron recientemente en varios barrios de Caracas las influencias de ETA, IRA y Al Qaeda en los llamados ‘colectivos’ oficialistas y luego se aventuraron hasta Guasdualito, en la frontera con Colombia, y filmaron cómo están los campamentos, no sólo de las FARC y el ELN, sino de un Frente Bolivariano de Liberación (FBL), a medio kilómetro de los cuarteles de la Guardia Nacional y como observan entre ellos un impecable modus vivendi.
Parece concebible que alguien trate de negar en público lo que hace en privado; pero el problema con esta gente es que tratan de negar en público lo que hacen en público.
CASTROS S.A. Los hermanos Castro se las han arreglado para que la guerra  mítica que libran contra el ‘imperialismo norteamericano’ se escenifique en cualquier país, salvo en Cuba. Después del bombardeo de Trípoli, el 15 de marzo de 1986, los rusos criticaban a Gadafi diciendo: Castro es comunista, aliado de la URSS; pero los  americanos no bombardean La Habana.
La razón es  simple: los Castro no dan pretexto. Después del 11S., no sólo condenaron el ataque terrorista, sino que ofrecieron ayuda. Es imposible conocer la seriedad de esa oferta, pero más de un izquierdista celebraba en La Habana la astucia política de Castro.
Todas las guerrillas latinoamericanas (todas) son de inspiración guevarista; pero Castro se cuidó muy bien de leer en la Plaza de la Revolución en La Habana una supuesta carta de despedida del Che Guevara, antes de iniciar su aventura en África y luego en Bolivia: “Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del partido, de mi puesto de ministro, de mi grado de comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba”. En verdad, a la distancia, resulta una redacción muy curiosa para quien se dice médico y revolucionario muy poco ‘formal’.
Algunos interpretaron que Castro quería impedir que le hiciera sombra a su liderazgo en Cuba, otros que era para desembarazarse de las consecuencias de aquellas incursiones; por si acaso: “Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad”. Parece claro el propósito, considerando que Castro sí que es abogado.
Una más vieja leyenda comunista ubica a Fidel Castro en Bogotá en 1948, apuntado en la agenda de Jorge Eliecer Gaitán, para entrevistarse con él justo antes que lo mataran. Es parte sustancial de la leyenda que éste es el inicio de la violencia en Colombia, raíz de la insurgencia de Tiro Fijo, quien fuera militante del Partido Liberal, como lo es hoy Piedad Córdoba. Nada que ver la Tricontinental, ninguna decisión del partido comunista de Colombia, ni la adhesión perruna a la doctrina de la “lucha armada” de Castro, la causa de la guerrilla en Colombia es el asesinato de Gaitán.
Es curioso que sea precisamente Gabriel García Márquez el que financia y promueve la creación en Cuba de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), a través de su Fundación de Nuevo Cine Latinoamericano, en San Antonio de los Baños, pueblo natal de Silvio Rodríguez, para formar propagandistas de Asia, África y América Latina, ergo, la Tricontinental.
García Márquez se ha distinguido como el mayor propagandista de la revolución cubana en el mundo y si alguien quiere saber qué es lo que sale de su escuela, basta con ver los documentales de guerrillas que van desde el frente Polisario en el Sahara español, todas las guerras de África, Medio Oriente, Sudeste asiático, hasta terminar en la Patagonia, Centroamérica y las selvas colombianas.
Recientemente se exhibió en Buenos Aires un documental en el que se presenta a las FARC como una cooperativa agrícola, que produce de todo menos coca. Uno de los guerrilleros anuncia al público el “cacao fariano”, que “solamente se ve en la montañas de la Gran Colombia”.
Cualquiera debe haber advertido que García Márquez no se levantó para saludar al presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos, cuándo éste fue a visitarlo ayer en su bunker en México, con lo que deja claro que él sólo se para firme ante su comandante en jefe, Fidel Castro.
Otra vez se pone de relieve el problema de que vivimos en un mundo segmentado. Hay una realidad cotidiana que discurre en los medios de comunicación, prensa, radio, TV y cine; otra, soterrada que se va fabricando en las organizaciones llamadas populares, casi todas revolucionarias. A veces, éste irrumpe súbitamente en aquel, como el 11S., para sorpresa de casi todos los desprevenidos.
El régimen venezolano parece disociado porque quiere vivir en ese ‘otro mundo’, el que quisieron fabricar Tito, Nehru, Nasser y que heredaron los Castro, Ortega, Chávez; mientras le habla al mundo normal, no totalitario. Por eso todo lo que dice es mentira, una falsificación grotesca de la realidad, imposible de digerir desde aquí, pues sólo se puede entender ‘desde allá’, desde ese otro mundo, donde ellos son héroes, libertadores, progresistas, conscientes y los demás alienados, capitalistas, burgueses, imperialistas, sionistas, ‘enemigos del pueblo’.
Lo único deplorable de las denuncias que hace Colombia es que haya dejado por fuera a los dueños de la franquicia: la Castros Brother’s Company.
JUDICIALIZACIÓN. La única esperanza de las denuncias colombianas es que en efecto sigan el camino de formar una causa en la Corte Penal Internacional,  lamentando que no incluya a los comunistas cubanos que han conspirado contra la paz y son reos de crímenes de guerra y de lesa humanidad, según la jurisprudencia de Núremberg, por embarcar a países pacíficos, desprevenidos e inermes como Venezuela, en su guerra mítica contra el ‘imperialismo norteamericano’.
Ciertamente, 1.500 guerrilleros colombianos parece un número modesto, comparado con 90.000 soldados y policías cubanos desplegados en el territorio de Venezuela con la indiferencia, cuando no la complicidad de organismos internacionales supuestamente dedicados a conservar la paz y la democracia en el continente y el mundo.
Recordemos que cuando se le exigió al socialista Milosevic que detuviera la invasión de sus tropas a Kosovo, su desconcertante respuesta fue que no había tales tropas y que él no estaba invadiendo a Kosovo, que todo eso era una calumnia. Ahí comprendieron que no había nada más que hablar con un sujeto así y comenzaron un devastador bombardeo contra Serbia.
Pero la OEA no es la OTAN, podríamos decir que afortunadamente, porque de serlo, dada su configuración y ética actual, seguramente que bombardearían Bogotá antes que a los campamentos guerrilleros; pero el problema está allí: no harán nada.
Son sólo una instancia, un obstáculo podríamos decir, antes de acudir a la CPI, con la perspectiva de un largo juicio, sin perspectivas. La justicia es lenta y la vida corta.
De manera que la pelota queda en Venezuela. No hay ni una sola institución militar o de inteligencia que se acerque a las coordenadas denunciadas urbi et orbi, con lo cual está claro que consienten con la presencia de los irregulares colombianos, como lo hacen con los regulares cubanos, que hasta ostentan cargos de ministros.
Sonarán de nuevo los nombres de Ramón Rodríguez Chacín, Hugo Carvajal, Henry Rangel Silva, para nada, porque seguirán haciendo lo que hacen; como Roy Chaderton, ese chambelán que nadie podrá explicar razonablemente cómo pasó de la servidumbre de Arístides Calvani (conservador católico) a palafrenero de Castro (revolucionario comunista), con ese bochornoso paralelismo entre bases militares en Colombia y campamentos guerrilleros en Venezuela.
Este país encontrará fatalmente su destino, sin defensa, completamente a la buena de Dios, que no suele ser muy piadoso con los pueblos que sucumben a la idolatría, que se corrompen ante un becerro de oro, peor si de oro negro y tanto peor si de oro blanco.

Luis Marín
23-07-10