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sábado, 10 de julio de 2010

Salvemos a Venezuela // Por: Juan C. Sosa Azpúrua

 
Estamos secuestrados por un sentimiento de impotencia que está neutralizando los antídotos

La realidad se arrastra velozmente dentro de una cañería. El régimen ya no cuida apariencias, resignado a su fealdad, el autócrata no pierde tiempo en maquillaje, asoma su rostro con cínico desparpajo.
Es imposible negar que los residuos de libertad están evaporándose, atrapados en un calor nauseabundo que desprecia la dignidad, la excelencia y el progreso. Como un autócrata comunista lo único que desea es un envidioso poder revanchista, toda su mente se concentra en destruir los obstáculos que surjan en su obsesiva ambición.
Nada que sea noble y valioso puede crecer en una comuna. Los comunistas son la plaga que se devora los cultivos, muere cualquier cosa que genere bienestar, quedando un paisaje de fracaso. La patria no puede morir de esta manera. Los errores del pasado no son tan horribles que merezcan lo que hoy sufrimos.
Estamos secuestrados por un sentimiento de impotencia que está neutralizando los antídotos disponibles. Es lógico. Enfrentamos a un sujeto inescrupuloso que dispone de armamento bélico, petrodólares y alianzas con entes tenebrosos, capaces de inferir daños irreparables, el símbolo más alegórico de la maldad. Para rematar, toda la dirigencia política claudicó al sentido de realidad y optó por creerse un país que no existe, proponiendo acciones que parecen concebidas en el castillo de Blanca Nieves. ¿Qué le queda a Venezuela? Llegó la hora de los venezolanos. Tenemos que transformarnos en Fénix, una avalancha de dignidad; exigir libertad, usar los antídotos y provocar los cambios que nos salvarán. ¿Quién dice que tenemos que esperar? Mañana no será mejor que hoy, a menos que aceptemos la dura realidad y la confrontemos con todas las fuerzas del corazón. No hemos perdido, pero el tiempo se agota.
Fuente: El Universal

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