PAGINAS Y RECORTES

martes, 5 de abril de 2011

REBECA. Por: Vinicio Guerrero Méndez

                     
REBECA
(Una hermosa historia de amor de un documento apócrifo)
Vinicio Guerrero Méndez
Aunque Jesús en su adolescencia era pobre, su nivel social en Nazaret no había sufrido menoscabo. Era uno de los jóvenes más destacados de la ciudad y casi todas las doncellas lo consideraban con gran respeto. Era un espléndido ejemplar de robustez física y desarrollo intelectual, y teniendo en cuenta su reputación de líder espiritual, no es de extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un rico mercader de Nazaret, descubriera que se estaba enamorando de este hijo de José. Primero le confió sus sentimientos a Miriam, la hermana de Jesús, quien a su vez se lo comentó a su madre. María se alarmó mucho. También meditó sobre qué efecto podría tener el matrimonio para la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero por lo menos de cuando en cuando aún recordaba el hecho de que Jesús era un «hijo de promesa». Después de discutir el asunto entre ellas, María y Miriam decidieron tratar de frenarlo antes de que Jesús se enterara, hablando directamente con Rebeca, contándole toda la historia y explicándole francamente que creían que Jesús era un hijo del destino, que había de convertirse en un gran líder religioso, tal vez en el mismo Mesías.
Rebeca escuchó atentamente, estremecida y más decidida que nunca a echar su suerte con este hombre de su elección y compartir su carrera de liderazgo. Argüía (consigo misma) que un hombre de tan especial naturaleza necesitaba aun más que otros de una esposa fiel y hacendosa. Interpretó el ansia de María por disuadirla como una reacción natural al temor de Madre. Rebeca habló nuevamente varias veces con María y Miriam, pero al no conseguir su apoyo, decidió armarse de valor y acudir directamente a Jesús.



Así lo hizo pues con la cooperación de su padre, quien invitó a Jesús a su casa para la celebración de los diecisiete años de Rebeca.
     Jesús escuchó atenta y compasivamente la exposición de estos sentimientos, primero del padre de Rebeca, y luego de ella misma. Replicó con gentileza que no había suma de dinero que pudiera rescatarlo de su obligación personal para con su padre. El padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por sus palabras y se retiró de la entrevista. Su único comentario a María, su esposa, fue: «No podemos tenerle como hijo; es demasiado noble para nosotros».
     Allí comenzó esa extraordinaria conversación con Rebeca. Hasta ese momento de su vida, poca distinción había hecho Jesús entre muchachos y muchachas, jóvenes y doncellas.
Después de escucharla con gran atención, expresó Jesús su gratitud por la admiración explícita que Rebeca le profesaba, añadiendo: «Aliviará mis penas y me consolará todos los días de mi vida»; pero le explicó que no era libre de entrar en relaciones con mujer alguna, ni albergar ideas matrimoniales más allá de las de fraterno afecto y pura amistad.
Grande fue la desesperación de Rebeca. No hubo forma de consolarla, y con el corazón adolorido, insistió con su padre para que se fueran de Nazaret, hasta que finalmente él convino en mudarse a Séforis. En los años que siguieron, Rebeca no tuvo más que una respuesta para los muchos hombres que pretendían su mano en matrimonio. Devotamente le siguió ella durante los años memorables de labor pública, estando presente (sin que Jesús advirtiera su presencia) el día de su ingreso triunfal a Jerusalén; y estuvo «entre las otras mujeres» junto a María, esa tarde fatídica y trágica en que estaba el Hijo del Hombre en la cruz, porque para ella, él era su amor total, su único y más grande por el resto de su vida después de aquella extraordinaria confesión de amor al hombre más extraordinario que jamás haya conocido: Jesús de Nazaret
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¡La oración! No la dejes nunca por nada. Ella da brillo a tus ojos, ardor a tu corazón, fuerza a tu voluntad. Persevera todos los días, sin desistir y Dios te escuchará.
Afectuosamente,
Imperfecto.
VINICIO GUERRERO MENDEZ