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martes, 26 de julio de 2011

...Al tercer día resucitó entre los muertos // Por: josé Toro Hardy




...Al tercer día resucitó entre los muertos
¿Quién sustituiría al comandante presidente? 
¿Cómo podría mantenerse la revolución?...


JOSÉ TORO HARDY |  EL UNIVERSAL
martes 26 de julio de 2011  12:00 AM
Existen algunos líderes que despertaron en la población un fervor que rayaba en el fanatismo religioso. Eso sin duda lo lograron Hitler, Mussolini o Mao. Todos pudieron hipnotizar al pueblo con encendidos discursos en los cuales tensaban las fibras más íntimas, exacerban los temores más recónditos y despertaban los odios más profundos. Un torbellino de sensaciones se apoderaba de las masas que caían como idiotizadas frente a la palabra del líder, quien pasaba a ser percibido como una suerte de semidiós. 

También Latinoamérica ha contado con este tipo de dirigentes que fueron capaces de subyugar con su palabra a los habitantes de sus naciones. Ejemplos sobran y, por sólo mencionar unos pocos, podemos referirnos a Perón y a Evita Perón en la Argentina, a Velasco Alvarado en Perú y a Fidel Castro en Cuba. Con excepción de Evita, todos fueron militares, todos fueron dictadores y todos participaron en golpes de Estado o alcanzaron el poder por la vía de las armas. Todos tuvieron las mismas características comunes: el militarismo y el populismo. 

Como antes se mencionó, fueron percibidos en el imaginario popular como una suerte de semidioses; sin embargo, ninguno alcanzó el estatus final de dios, por la sencilla razón de que ninguno logró regresar de la muerte. ¿Se imaginan los lectores a una Evita que -curada hipotéticamente en Cuba de su grave enfermedad- hubiese podido encabezar nuevamente alguna de aquellas gigantescas manifestaciones ante sus "queridos descamisados" desde el balcón de la Casa Rosada en Buenos Aires? 

Quizás el líder que más ha profundizado en el potencial político de una resurrección ha sido Fidel Castro. De hecho en 1997 desapareció de la palestra pública y puso a correr el rumor de que había enfermado gravemente e incluso de que había fallecido. La tensión alcanzó niveles inusitados. En los círculos diplomáticos se cruzaban toda suerte de versiones, en tanto que la prensa internacional se hacía eco de informaciones que en muchos casos eran sembradas. Todos decían tener una fuente creíble que aseguraba que estaba grave o que había muerto o que estaba incapacitado. El malestar era tal que muchos pensaban que de un momento a otro se produciría algún evento que iba a cambiar el curso de la historia; sin embargo, nadie dentro del país se atrevía a asomar la cabeza por temor a que se la cortaran. Incluso dentro de la alta jerarquía del partido, no sabían lo que ocurría. Las especulaciones de todo tipo estaban a la orden del día. ¿Quién sustituiría al comandante presidente? ¿Cómo podría mantenerse la revolución? ¿Soltarían a los presos políticos? ¿Qué harían otros gobiernos? ¿Continuaría el socialismo? 

Pero finalmente todo se trataba de una patraña cuidadosamente orquestada por el propio Fidel para profundizar tanto el desconcierto de los ciudadanos como su control sobre los cubanos, que venían atravesando por gravísimas dificultades y enormes carencias durante el llamado "período especial" -caracterizado por una larga crisis económica- que se había iniciado en 1991 a raíz del colapso de la URSS. 

Así, no al tercer día, pero sí a la tercera semana -el 1 de setiembre de 1997- Fidel hizo su reaparición. En una rueda de prensa celebrada en La Habana, se rió ante los periodistas y les declaró: -

"Todos tenemos que morir. 

Algún día pasa"Después -en tono jocoso- agregó: -"Cuando realmente ocurra, a las autoridades cubanas les será difícil convencer al pueblo de que es cierto". 

Fidel había simulado una resurrección. No hacía otra cosa que tratar de exaltar un sentimiento popular, una suerte de fe de cuasi religiosa, capaz de mantenerlo en el poder para siempre. 

Parodiando a Pascal, quien refiriéndose al amor afirmó: "El corazón tiene sus razones que la razón no comprende", se podría alegar lo mismo con respecto a la fe. 

La razón no puede comprender que un político que ha causado tanto daño a su país pueda conservar todavía un importante apoyo popular. Sólo ese sentimiento de fe cuasi religiosa lo explica. Ahora bien, ¿qué ocurriría con el imaginario popular si, tal como se narra en el Evangelio de San Pablo, ... "desciende a los infiernos y al tercer día resucita entre los muertos ... "? 

Y de paso no olvidemos que, en todo caso, por ser Dios, Cristo tuvo la potestad de elegir a su sucesor en la tierra:
 "Eres, Pedro, y sobre esta piedra erigiré mi iglesia ... a ti te daré las llaves del reino de los cielos" (Mateo 16 13-20).