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lunes, 22 de agosto de 2011

EL CENSO COMO BATALLA // Por: Luis Marín



EL CENSO COMO BATALLA
Es natural que un régimen militarista asuma cualquier actividad pública como un acto de guerra, exactamente como lo hace con las elecciones, un evento civil por excelencia (los militares no votaban) ahora transferido a batallones, comandos, milicias, combatientes.
Toda acción es una campaña, toda política pública una misión, las metas son objetivos y por supuesto cualquier logro es una victoria. La consigna en vencer, no convencer, no existe consenso sino rendición, del otro lado no hay opositores sino enemigos y su destino es la aniquilación o el incondicional sometimiento.
Asumir la política como guerra tiene sus ventajas, sobre todo porque los demás se ven obligados a actuar de la misma manera o exponerse a una abrumadora minusvalía. Quien entra en conflicto con actitud pacífica y de buena voluntad frente a un contrincante agresivo y malicioso, puede decirse que ya perdió.
De manera que el Censo se asume como una batalla más en una guerra prolongada. Se trata de poner a prueba las fuerzas materiales acumuladas por el régimen, su capacidad de movilización y control, frente a una sociedad civil virtualmente indefensa y desprevenida.
Se pone a prueba también la eficacia de la hegemonía comunicacional hasta ahora alcanzada por el régimen, porque las críticas y reservas al Censo son olímpicamente ignoradas, mientras se hace una propaganda engañosa y manipuladora, como si este fuera un gobierno “normal” y no uno “revolucionario y socialista”.
No se puede ser clasista y racista y al mismo tiempo presentarse como imparcial y objetivo, así como no se puede ser partisano y árbitro al mismo tiempo.
Lo cierto es que este régimen ha estigmatizado y condenado a extensos sectores de la población, independientemente de lo que hagan o dejen de hacer, por lo que ahora no puede aparecer como representante de una comunidad que él mismo se ha empeñado en destruir.
Los socialistas, en general, celebran el “clasismo” como una virtud de conciencia, la entrega al partido como la quinta esencia de la política y ahora han agregado el racismo como una seña de identidad. El Estado, para ellos, es un instrumento de opresión de clase sobre clase y de raza sobre raza. El partido dirige al Estado.
¿Cómo pueden ahora pretender que el Estado es el representante de “todos”, que es objetivo e imparcial, es decir, exactamente lo que (según ellos) no es, ni puede ser?
Esto es parte del antinomismo al que nos han acostumbrado: cuando les conviene son marxista-leninistas; pero al instante se convierten en cristianos espiritualistas, devotos de la virgen y de todos los santos.
Por un lado imponen la hegemonía comunicacional, pero de inmediato se presentan como liberales defensores, por ejemplo, de “la amplia libertad de expresión de que disfrutamos en este país, como nunca antes”.
Repudian la propiedad privada a la que califican como un robo; sin solución de continuidad declaran que aquí existe el más absoluto respeto a la propiedad, eso sí, etiquetada de colectiva, social, estatal, comunal, familiar o cualquier otra que no se sabe porqué ahora no es un robo.
Se impone un poder absoluto y centralizado, aboliendo la división de poderes y la federación; pero a la vez se predica que disfrutamos de las más amplias libertades políticas. ¿Pero no eran esas las falsas libertades del republicanismo burgués?
No, ahora los comunistas son defensores de la libertad de expresión, la propiedad privada y el Estado conciliador.
EL SECRETO ESTADÍSTICO
Una de las burlas más grotescas con que nos ofende la propaganda castrista, es esa de que los ciudadanos pueden entregar todos sus datos con absoluta confianza, porque estarán protegidos por el Secreto Estadístico.
Pero no aclaran que el Secreto Estadístico no opera contra el Estado, sino precisamente contra los ciudadanos: es una defensa que opone el funcionario cuando alguien le solicita algún dato por algún interés particular.
Digamos que usted es un investigador y quiere establecer una correlación entre la incidencia de una enfermedad y el tipo de vivienda (como hizo el sabio Torrealba); pero los cubanos pueden considerar que usted no es políticamente confiable y entonces le oponen el “Secreto Estadístico” para negarle la información.
En un mundo ideal, perfecto, liberal, las estadísticas deberían estar publicadas todas en páginas web o en archivos abiertos, al alcance de cualquiera que pueda requerirlas porque al fin y al cabo se originan en el público y pertenecen al público, no al Estado, a ningún partido político o a la policía.
Pero en un régimen totalitario no hay secreto estadístico ni de ningún tipo para el Estado, que todo lo sabe o puede saber; en cambio, es el ciudadano el que no puede saber nada, para él es que opera el secreto estadístico y, en general, para quien todo se convierte en “Secreto de Estado”, incluso su propia data personal.
Es el mito del Panóptico: el Estado que todo lo ve, todo lo controla; pero no es visto ni controlado por nadie.
Bajo observación está el súbdito, el prisionero, el loco.
CATASTRO CASTRISTA CASTRENSE
El objetivo principal es ubicar los inmuebles desocupados, principalmente aquellos dejados por quienes han abandonado el país, no por su importancia numérica, sino porque es lo que más se parece al escenario cubano de los nostálgicos años 60.
Pero, en general, cualquier inmueble desocupado sirve, incluso aquellos que estén parcialmente desocupados porque, digamos, se trate de parejas o personas solas, que tienen cuartos y baños disponibles.
En un país sin Estado de Derecho ni respeto a la Ley, en que no hay autoridades que protejan la vida y los bienes de los ciudadanos, viendo las cosas con crudeza: ¿qué recursos tiene usted para el caso de que un consejo comunal o un comité zamorano cualquiera decida que en su casa caben tres o cuatro familias?
¿Quién y cómo defender los apartamentos que por cualquier causa se encuentren desocupados en un condominio? ¿Cómo defender un apartamento  vacacional o un terrenito cualquiera en el interior?
En resumen, ¿qué se puede hacer ante una invasión confiscatoria? Evidentemente, éste es el objetivo del Censo y todo lo demás es camuflaje.
Veamos lo que está a la vista y no se puede negar: se despliega sobre el terreno un gran contingente de empadronadores con unos dispositivos de “captura de datos” que pueden transmitir en tiempo real cuál es la situación en el campo de batalla.
No hay formularios y el mismo empadronador no lleva un registro de los datos que recoge durante sus jornadas, todo se trasmite a un centro (panóptico) controlado por una empresa cubana, que bien podría llamarse “Albet, Ingeniería y Sistemas”.
A través del cable de fibra óptica estos datos podrían estar en La Habana antes que en la sede del INE, en Caracas. Allá se deciden los planes operativos para movilizar a los futuros beneficiarios de los inmuebles, sin tiros fallidos ni ensayos frustrados.
Aquí es inevitable hacer una digresión: ¿Qué significa la expresión “empresa cubana”? ¿Es que en Cuba existe Derecho Mercantil o un Código de Comercio? ¿Se admite el concepto de sociedad con fines de lucro?
Es evidente que son empresas de fachada, subterfugios, que no persiguen ningún fin comercial real, sino que los comunistas castristas utilizan figuras perfectamente capitalistas para lograr sus objetivos políticos.
Asimismo, el régimen utiliza sus consejos comunales, comités contra desalojos y colectivos constituidos por cualquier motivo, para incorporarlos a las actividades del Censo, sea como empadronadores, unidades de apoyo logístico o de choque.
Así que no sería de extrañar que quién le toque la puerta sea un vecino, algún conocido; que quien denuncie los inmuebles desocupados o parcialmente ocupados sean los mismos interesados en robárselos, algún colaboracionista, los conserjes, servicios domésticos, vigilantes o trabajadores eventuales.
El sistema de la desconfianza general e institucionalizada es caro al totalitarismo, porque es lo que permite atomizar la sociedad y dejar al individuo solo, aislado, indefenso, frente al Estado.
Es el ambiente de la “guerra de todos contra todos” que los teóricos políticos coinciden en considerar como la muerte de la sociedad civil o el prolegómeno de la guerra civil.
El corolario de concebir la vida como un estado de guerra permanente, es que la guerra se convierte en el estado permanente de la vida.
Es volver a la jungla de donde salimos.

Luis Marín
21-08-11