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viernes, 13 de enero de 2017

Como Mataron a un País. Por: Thor Halvorssen #Venezuela


Como Mataron a un País

Thor Halvorssen - 11 de enero de 2017


Venezuela ya no es un país con un gobierno, instituciones o sociedad civil. Hoy por hoy es, más bien, un área geográfica aterrorizada por una organización criminal que dice gobernar, y una sociedad civil que está compuesta de dos tipos de personas: los cómplices y las víctimas. Treinta millones de vícitmas.

Este saqueo empedernido liderado por Hugo Chávez comenzó en el año 2000. Cuando hablo de “saqueo” me refiero a contratos gubernamentales fraudulentos, la apología del soborno, nominas de pago fantasmas en todos los ministerios del gobierno, dudosas subvenciones estatales, el saqueo de las reservas de oro de Venezuela y una monumental estafa con los cambios de divisas.

Más de un trillón de dólares han desaparecido —parte de ellos despilfarrados en programas sociales que no produjeron nada— y una cantidad exorbitante de los mismos terminó en cuentas bancarias en Andorra, Panamá, Nueva York, Hong Kong y Suiza.

Venezuela se ha transformado en una pesadilla distópica, propia de una historia del final de los tiempos. Existe desabastecimiento de todo tipo de comida y productos básicos, enfermedades que se pensaba habían sido erradicadas el siglo pasado han regresado con vehemencia, y una ola de criminalidad ha azotado al país con tal fuerza que ha ubicado a Venezuela como el país con el mayor índice de homicidios en el mundo.

Padres están poniendo a sus hijos en adopción porque ya no tienen qué darles de comer; familias están dejando que los ancianos mueran de hambre porque no hay suficiente comida para darles; pacientes que no tienen enfermedades mortales se están muriendo porque faltan medicamentos básicos como insulina y oxígeno, en hospitales donde equipos médicos vitales son robados y las salas de emergencia operan sin electricidad. En un inesperado y macabro giro en esta historia, incluso las morgues no pueden lidiar con el número de cuerpos sin reclamar, por lo que éstos se están pudriendo en los pasillos.

Justo antes de la navidad en Ciudad Bolívar, más del 80% de los supermercados, almacenes y tiendas de alimentos fueron saqueados. El saqueo se volvió tan generalizado que no solo fue dirigido a negocios, sino que también se extendió a hogares particulares. Mientras más caos exista, menos se tiene que preocupar el presidente Nicolás Maduro de protestas y marchas en las calles.

Mientras tanto, quienes detentan el poder se pueden abocar a lo que saben hacer mejor: saquear los recursos naturales del país, y producir y traficar droga. De hecho, Maduro acaba de subir las apuestas al nombrar a Tareck el-Aissami, el líder de un cartel del narcotráfico, como vicepresidente.

¿Cómo se llegó esto? Los problemas de Venezuela empiezan y terminan con la destrucción total del estado de derecho. Desde la presidencia hasta el más bajo funcionario gubernamental, la corrupción paso de ser objeto de escándalo a convertirse en un estilo de vida. Se robaron todo.

Yo demandé a un grupo de delincuentes venezolanos, acusándolos de corrupción en un tribunal en la Florida. Los acusados protagonizaron el caso más infame de corrupción dentro de Venezuela: el caso de Derwick Associates. Se trata de un grupo de venezolanos menores de treinta años, educados en Estados Unidos, y que no cuentan con experiencia alguna en contratos gubernamentales; mucho menos en la construcción de plantas eléctricas.

En catorce meses, estos chicos obtuvieron 12 contratos para construir plantas de generación de energía eléctrica para el gobierno venezolano. Contrataron a una empresa estadounidense para que construya plantas de mala calidad que nunca funcionaron y luego pasaron una factura al gobierno de Venezuela con más de mil millones de dólares de sobreprecio. Sobornaron tan descaradamente a los funcionarios chavistas que se ganaron el sobrenombre de “bolichicos”.

¿Y qué hicieron con el dinero robado? Utilizaron cuentas bancarias estadounidenses, canadienses y andorranas para lavar y ocultar el dinero sucio que se llevaron.

Desde entonces viven una vida extravagante. Han comprado propiedades en todo el mundo, entre ellas un coto de caza de 30 millones de dólares en España. Han alquilado una casa adosada de piedra arenisca en la Quinta Avenida y la Calle 75 de Nueva York. Han comprado también un pent-house en el Olympic Tower al frente del Rockefeller Center y varios condominios valuados en millones de dólares enla urbanización de Sunny Isles en Miami, además de apartamentos en Paris, una flotilla de carros de lujo y un jet privado de 20 millones de dólares. Recientemente, pusieron 53 millones del dinero venezolano robado en una start-up española de lentes de sol llamada Hawkers.

Según Bloomberg News y el Wall Street Journal, fiscales federales y de la ciudad de Nueva York iniciaron investigaciones criminales en contra de los cabecillas de Derwick, Alejandro Betancourt y Pedro Trebbau. ¿Y en Venezuela? Silencio.

El congreso venezolano amenazó con bombos y platillos de iniciar una investigación contra Derwick, pero luego de que se repartiera suficiente dinero a los líderes de comisiones dentro de la asamblea, la investigación quedó en nada. Además, el presidente saliente de la Asamblea es cuñado de uno de los accionistas de Derwick, Francisco D’Agostino Casado.

Pasó muy poco tiempo luego de yo comenzar a investigar el caso, cuando yo también recibí ofertas de soborno.

El caso de Derwick es uno de cientos en Venezuela, un país que se está pudriendo de cabo a rabo. Y una vez que obtienen su botín, basura humana como los muchachos de Derwick no se quedan en Venezuela, sino que se mudan a Miami, Madrid o Manhattan. Actualmente, Florida, Texas y Nueva York son el hogar de miles de venezolanos deshonestos, quienes cargan consigo gran parte de la responsabilidad por la actual crisis en el país.

Esperemos que, dado que no se hará ningún tipo de justicia en Venezuela, la justicia estadounidense haga lo correcto y brinde justicia a las millones de víctimas venezolanas.

Thor Halvorssen es presidente de Human Rights Foundation.

FUENTE: Lea el artículo original en New York Post.