UNA MEMORABLE MISIÓN DE COMBATE ANTIGUERRILLERO
Coronel (Av.) Alberto González Amaré, Promoción EAM 1959
Aclaratoria
Hago del dominio público una recopilación narrativa que reconozco como producto exclusivo de mi memoria, ya que carezco de acceso a la documentación necesaria para sustentarla, como podrían ser órdenes de operaciones, planes de vuelo, comentarios de prensa y resúmenes de la investigación del accidente ocurrido. Trataré de ser lo más sucinto que mi capacidad de síntesis me permita para no aburrirlos y pido disculpas de antemano por los errores u omisiones en que pudiera incurrir, los cuales deben ser generosamente atribuidos al tiempo transcurrido, a mi avanzada edad y a la imposibilidad de verificar o consultar la mayoría de los hechos con los actores involucrados, ya que en su mayoría han fallecido. A continuación, les dejo el relato, que comprenderá esencialmente aquellas actividades en las cuales me vi personalmente involucrado.
EL ENTORNO SOCIAL Y POLITICO DEL PAIS
Se vivían los tiempos de la democracia post perezjimenista lograda después del 23 de enero de 1958, en medio de un acuerdo político de alto nivel que se denominó Pacto de Punto Fijo, mediante el cual los tres grandes partidos del país AD, COPEI y URD, se comprometían a integrar un gobierno conjunto, quedando por fuera solamente el PCV. En 1964 había comenzado el segundo gobierno de la democracia, presidido por el abogado y empresario guayanés Raúl Leoni Otero, hombre muy apreciado por su seriedad y bonhomía no solo dentro de su partido, AD, sino por toda la ciudadanía en general.
Ya para ese tiempo, mientras transcurría el período presidencial del presidente Rómulo Betancourt, el PCV había renunciado a la opción electoral como método de lucha política y había decidido abrazar las armas para conquistar el poder. A ellos también se había sumado la extrema izquierda de su propio partido AD, comandada por el abogado merideño Domingo Alberto Rangel, que denominaron Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Estos dos partidos extremistas, muy cohesionados entre sí, lograron una gran penetración entre los intelectuales y las filas universitarias del país, mientras abrazaban el camino de las armas fundamentados en las teorías soviéticas desarrolladas en la revolución cubana por Fidel Castro y el Ché Guevara. Un frente urbano se encargó de asaltos, secuestros, sabotaje y ejecución de humildes funcionarios de seguridad pública en las grandes ciudades del país, mientras que el frente rural intentó establecerse en zonas montañosas del interior, parodiando la gesta de la Sierra Maestra.
Ante esta situación evidentemente bélica, el gobierno de Leoni se inicia tomando algunas decisiones militares que consideramos fueron muy convenientes para la causa democrática:
· El presidente Leoni designó Ministro de la Defensa a un viejo amigo personal de su más absoluta confianza y con una personalidad muy similar a la suya: El general Ramón Florencio Gómez, cumanés, maestro de profesión original, e ingresado a las FAN desde muy temprana edad en carácter de Preceptor. El hecho de no pertenecer a promociones militares permitió al presidente informar a la opinión pública y militar que él sería su ministro hasta el mismísimo final de su periodo constitucional, lo cual cumplió.
· Se decidió enfrentar con mayor presión tanto a la guerrilla rural como urbana, mediante la creación de unidades policiales élites, el incremento de la cantidad y calidad de los batallones de cazadores, reforzamiento en personal y medios de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM) y activación de aquellos Teatros de Operaciones (TO) necesarios para la cobertura de todas las áreas rurales donde la guerrilla pudiese germinar.
· Se puso mucho énfasis en la probada lealtad democrática de cada uno de los militares y civiles que fueron asignados a responsabilidades importantes. En algunos casos claves, se utilizaron oficiales que fueron reincorporados a las FAN después que habían sido pasados a disponibilidad o al retiro por la dictadura perezjimenista.
Esta es la mejor visión que, en tan reducido espacio, puedo presentar a los lectores sobre la delicada situación de guerra no convencional que vivió nuestro país durante casi todos los períodos presidenciales de Rómulo Betancourt (1959-1964) y Raúl Leoni (1964-1969). Y este es el entorno político y ambiental en que se presenta nuestra operación militar.
LA OPERACIÓN MILITAR
Se vivía apenas el primer año del gobierno de Leoni y pocas de las medidas militares planificadas contra la guerrilla rural, habían podido ser activadas. Se habían formado nuevas unidades de cazadores, pero no así nuevos Teatros de Operaciones (TO). De manera que continuaba existiendo solo uno a nivel nacional, ubicado en la población de Cabure, Estado Falcón. Su comandante era el coronel Heraclio Anzola, oficial reincorporado y familiar cercano del conocido dirigente larense adeco Eligio Anzola. Como su jefe de Estado Mayor actuaba el teniente coronel Bernardo Antonio Rigores, oficial de caballería recientemente graduado de Estado Mayor en Francia. La dotación de combate del TO la conformaban batallones de cazadores y componentes de la Infantería de Marina.
Los grupos guerrilleros mayoritarios se agrupaban en el Frente Simón Bolívar, comandados por el legendario Douglas Bravo, y habían reivindicado territorialidad en las faldas de la Sierra de Coro y en las montañas de la propia Sierra, mientras que otros grupos menores operaban en los alrededores de los Humocaros larenses. Estos grupos eran apoyados logísticamente desde Caracas, particularmente por las cuotas de personal combatiente, conformada en buena medida por estudiantes universitarios. Un caso emblemático era el del propio hijo del gobernador del Estado Falcón, Pablo R. Saher, apodado “El Chema”. El grueso del grupo guerrillero se estimaba que estaba enconchado en un sector boscoso de vegetación alta y muy tupida, donde existían inclusive algunas cavernas naturales.
La operación militar consistía en efectuar una tenaza por tierra alrededor de ese sector con los batallones de cazadores e infantes de marina y someterlos a un intenso bombardeo aéreo con la finalidad de sacarlos del lugar para caer en la tenaza del componente terrestre. Para ello se utilizaría el poder de fuego del Grupo de Bombardeo No. 13, con sus aviones de tipo B-25 y Canberra, pertenecientes a los Escuadrones B-40 y B-39, respectivamente. Si mal no recuerdo, estaba previsto efectuar dos corridas diarias durante dos días consecutivos. En la mañana irían los Canberra y en las tardes los B-25. Cada corrida debía arrojar 4.000 libras en bombas, para un total de 16.000 libras durante los dos días.
La reunión para coordinar la operación conjunta se efectuó en la propia sede del TO en Cabure y a ella asistieron los comandantes operacionales de todas las unidades involucradas. Por la Fuerza Aérea fueron el teniente coronel Fernando Paredes Bello, comandante del G-13, y los mayores José Fernandez Bolívar y César Guerrero Zambrano, comandantes del B-39 y B-40, respectivamente. Por el TO, asistió el coronel Anzola, responsable por toda la operación, con todo su Estado Mayor. El suscrito desconoce quienes asistieron por el componente terrestre y si estuvo alguien presente por el entonces incipiente Comando de Operaciones Conjuntas (COC). La operación fue coordinada el lunes 16 de noviembre de 1964, para ser ejecutada los días miércoles 18 y jueves 19 subsiguientes.
NUESTRA MISION
El primer día de la operación conjunta se cumplió a cabalidad bajo un sol radiante y con todos los componentes aéreos descargando su ordenanza de acuerdo con lo previsto en la Orden de Operaciones. 16.000 libras de explosivos fueron descargados sobre la zona boscosa donde se suponía que se encontraba el grueso del grupo guerrillero de Douglas Bravo. El propio comandante del G-13 condujo el bombardeo en la mañana y el comandante del B-40 lo hizo en la tarde. Sin embargo, para el segundo día hubo un cambio inesperado en las condiciones meteorológicas, que empeoraron hasta el punto de plantear una reconsideración sobre la conveniencia de continuar con la misión. Sin embargo, prevaleció la opinión de que sería muy inconveniente perder el enorme esfuerzo operacional y logístico realizado el día anterior.
El briefing de salida para el Escuadrón B-39 el día, igual que el realizado el día anterior, se hizo a primera hora de la mañana en su sala de operaciones de la Base Libertador. La misión de ese día la conduciría el mayor José Fernández Bolívar, comandante del B-39 y los pilotos seríamos el capitán Alfonso Navarro Villarroel y los tenientes Rafael Sandoval Parra y quien suscribe, Alberto González Amaré. A cada uno de los pilotos nos fue asignado un navegante bombardero y dos mil libras en bombas que llevaríamos en los planos. Efectuaríamos la misión por patrullas de dos aviones cada una. En la primera, el líder y yo, y en la segunda, Navarro y Sandoval. El patrón de bombardeo debía iniciarse sobre Puerto Cumarebo, llegar a la falda de la Sierra, soltar parcialmente la ordenanza y virar a la derecha sobre la represa de El Isiro para repetir nuevamente el patrón. Mientras los virajes fueran por la derecha, debía mantenerse la frecuencia primaria asignada. Si el líder cambiaba el viraje a la izquierda, también debían los gregarios cambiarse a la frecuencia secundaria. Bajo esas condiciones, despegó la misión con rumbo a la Serranía de Coro.
Cuando llegamos a Puerto Cumarebo, marcador geográfico donde debíamos iniciar la corrida de bombardeo, pudimos observar el objetivo totalmente cubierto por nubes tormentosas de tipo cúmulonimbus, cuya base estaba apenas unos 1.000 pies sobre el terreno, elevándose amenazadoras a alturas superiores a los 10.000 pies, mientras que lo que se observaba en la dirección hacia el objetivo era un estrecho túnel de color gris oscuro.
El bombardeo había sido planificado a una altura de 3.000 pies sobre el blanco para tener suficiente holgura con la onda de choque y con un probable rebote. Sin embargo, el líder decidió descender por debajo de las nubes y cumplir la misión con un mínimo de seguridad en la altura sobre el terreno. Yo diría que estábamos a menos de 1.000 pies sobre el terreno. Coloqué mi avión al lado izquierdo del líder, en atención a que el viraje se suponía que sería por la derecha y así, manteniendo una distancia adecuada para este tipo de misión, nos preparamos para realizar el primer pasaje y soltar la primera bomba de 1.000 libras.
El navegante bombardero que me fue designado en esta ocasión fue el teniente Federico Nava Rodríguez, excelente profesional un año más antiguo que yo, con quien ya habíamos cumplido misiones de entrenamiento en muchas otras ocasiones. Federico debía lanzar las bombas desde su posición, acostado en la nariz del avión.
En el momento en que los dos aviones se aproximaban al blanco para efectuar el bombardeo, de forma repentina y brusca, el líder viró hacia la izquierda, donde se encontraba mi avión, y simultáneamente lanzó la bomba que llevaba en su plano derecho, de manera que ésta pasó por delante de las narices de mi navegante a muy escasos metros. En ese momento, Federico no pudo menos que pedirme con angustia que me separara del líder. Creo recordar que en su acento gocho me gritó: “Paisanito, ese hombre está loco. No lo siga porque nos va a matar.” Mi decisión inmediata fue lanzar la primera bomba, separarme del líder e iniciar un ascenso de máximo performance virando por la derecha, hasta que pude ver el horizonte y realizar un recobre vertical sobre el colchón de nubes, alrededor de los 9.000 pies. Como el líder había virado hacia la izquierda, cambié a frecuencia secundaria y traté de ubicarlo para efectuar juntos el segundo pasaje, pro no logré comunicación y también perdí contacto con la segunda patrulla, a la que pude ver desde arriba cuando iniciaban su segundo pasaje desde Puerto Cumarebo. Ante esta circunstancia, decidí regresar al punto inicial, lanzar mi segunda bomba, virar a la derecha sobre El Isiro y regresar a la Base Libertador. Después del aterrizaje, supe que el líder no había reportado a ninguna estación desde que perdimos el contacto. Esa tarde informó el oficial de guardia de la Base, que unos campesinos habían reportado una fuerte explosión con incendio en la cara sur del pico Iracara, el de mayor altura de la Sierra de Falcón. La altura del siniestro estaría entre 5000 y 6.000 pies. Los cazadores desplegados en la zona ya tenían instrucciones de dirigirse al lugar para aislar y demarcar el sitio del accidente.
EL RESCATE DE LOS TRIPULANTES DEL AVION SINIESTRADO
Al mayor José Fernández Bolívar, líder de la formación de aviones Canberra para ese día, le fue asignado como navegante bombardero el teniente Jesús Zamora Morales, mi compañero de promoción con amplísima experiencia en las labores de su especialidad. Su avión Mk.88 iría también equipado con una bomba de 1.000 libras en cada plano. En el momento del accidente, una de las bombas ya había sido liberada sobre el objetivo. Quedaba la segunda, fijada bajo su plano izquierdo.
Para ese tiempo, la política de la Inspectoría General de la Aviación era de asignar guardias durante todo un mes, a los pocos oficiales calificados para las labores de investigación de accidentes aéreos. Durante ese lapso, debían estar siempre disponibles para entrar en funciones inmediatamente después de sucederse el accidente o incidente. Por casualidad, el Investigador de Guardia para el área de Maracay durante todo ese mes de noviembre, era nada menos que el suscrito, teniente Alberto González Amaré. Por lo tanto, desde el mismo momento que se supo del accidente, recibí instrucciones para trasladarme al sitio del siniestro a efectuar la correspondiente investigación.
Al amanecer del siguiente día, un helicóptero me trasladó al TO de Cabure, donde tuve la oportunidad de conocer personalmente al teniente coronel Bernardo Antonio Rigores, su jefe de Estado Mayor. El me explicó que un campesino había reportado el impacto con estruendo y llamas. A pesar de que en ese lugar se registraba muy poco movimiento guerrillero, había una escuadra de cazadores operando en un sitio cercano, por lo que fue inmediatamente enviada a proteger e identificar el sitio. Luego, habían seleccionado un terreno cercano con posibilidades de ser convertido en helipuerto de emergencia y ya se encontraban despejándolo para acondicionarlo como tal. Un par de horas después, el mismo helicóptero me trasladó al sitio. La escuadra de cazadores que me estaba esperando para brindarme protección y conducirme al sitio del accidente, estaba conformada por un subteniente, un cabo primero, cuatro soldados cazadores y un perrito de raza desconocida, que era la mascota de la escuadra. El oficial, cuyo apellido recuerdo que era Wagner, había egresado recientemente de la EFOFAC y solicitado pase al Ejército para cumplir funciones en un batallón de cazadores. Posteriormente supe que ese traslado se hizo definitivo y pasó a pertenecer orgánicamente del Ejército.
Así, en agradable conversación con Wagner y sus muchachos, iniciamos la escalada hacia el sitio del siniestro, en medio de una espesa vegetación apuntalada por grandes árboles que impedían casi por completo ver la luz del sol a mediodía. Calculo que tardaríamos un poco más de una hora en llegar para contemplar un espectáculo verdaderamente dantesco: El avión había impactado frontalmente al cerro, causando la explosión casi simultanea de la bomba de 1.000 libras que llevaba en el plano izquierdo y del combustible remanente en los tanques internos. En consecuencia, una importante porción del cerro se había derrumbado mezclándose con el amasijo de latas y hierros retorcidos a que había quedado reducido el aparato. Pequeños trozos de restos humanos ya iniciando un proceso de descomposición, se encontraban esparcidos por doquier, en ocasiones adheridos a los arneses de la silla de eyección del piloto. Era, en fin, muy difícil decidir cómo y por dónde empezar nuestra tarea de rescate.
Afortunadamente, el derrumbe parcial del cerro permitía que la visibilidad en un diámetro de unos 100 metros fuera muy buena y se pudiesen identificar los restos humanos sin temor a equivocarnos, de manera que la tropa tomó las cajitas de plomo que llevábamos para estos fines y comenzó a recolectarlos muchas veces sin poder separarlos de los otros objetos. Después de un par de horas de intensa búsqueda y recolección, llegamos a reunir poco más de dos kilos de despojos que compartimos equitativamente en dos cajitas de plomo debidamente selladas y a cada una de ellas le colocamos el nombre de uno de los occisos. El resto del escenario quedó igual, salvo dos cruces de madera que improvisaron los cazadores en honor a los aviadores fallecidos.
Una vez efectuados los rezos correspondientes, procedimos al descenso a través de la maraña boscosa, hacia el helipuerto donde yo sería rescatado por el helicóptero de la FAV, operación que ocurrió ya casi con la puesta del sol. De esta pequeña incursión en territorio guerrillero con el apoyo de los cazadores, además de lo adoloridos que me quedaron los pies, recuerdo un par de curiosidades que merecen la pena narrar aquí. Cuando íbamos subiendo la montaña, en un breve descanso que tomamos, el perrito mascota de la escuadra comenzó a ladrar y escarbar con ambas patas una pequeña cueva en la ladera. De pronto, una serpiente surgió de la cueva y lo mordió en la nariz. La tropa mató la serpiente alertando que se trataba de una mapanare. En efecto, el hocico del perrito comenzó a hincharse y tornarse violáceo mientras se quejaba de forma muy lastimera. No había otra solución que sacrificarlo. Wagner desenfundó su pistola y así lo hizo con lágrimas en los ojos. La tropa en un santiamén enterró los restos del malogrado animalito. La otra referencia es que, mientras buscaba los restos humanos en el sitio del accidente, al separarlos de unas latas, el cabo se cortó la mano izquierda con una pequeña herida de unos dos centímetros. Por los desechos humanos que estaba manipulando, era perentorio e imprescindible que fuese vacunado con la antitetánica que cada cazador llevaba en su equipo individual. ¡Como resultado, aprendimos a inyectar!
LA JUNTA INVESTIGADORA DEL ACCIDENTE
Aproximadamente una semana después de lo narrado en el anterior párrafo, fue convocada la Junta Investigadora de Accidentes correspondiente al Comando Aéreo Regional de Occidente, con sede en la Base El Libertador. Como quiera que el coronel Gregorio López García, su comandante, era un oficial técnico, éste decidió delegar dicha autoridad en el propio comandante del Grupo 13, teniente coronel Fernando Paredes Bello. El lugar de reunión sería la sala de operaciones del grupo, ubicada en el Escuadrón B-39 y en ella se hicieron presentes los representantes de los servicios involucrados y, por supuesto, el investigador en cargo, que era yo.
La reunión comenzó con una introducción por parte del presidente de la junta, en la cual destacó la importancia de este tipo de eventos a los fines de contribuir a que los accidentes aéreos no se repitan y poder salvarse vidas y propiedades. Delineó la forma en que la corporación debía trabajar, sobre todo en cuanto a la interrogación de los testigos y opiniones técnicas y señaló que, desde su punto de vista, la probable causa del accidente ocurrido, habían sido las malas condiciones meteorológicas y una falla en las comunicaciones. Nos indicó que sus responsabilidades le impedían enclaustrarse con la junta a partir de ese momento, pero que estaría asistiendo el mayor tiempo posible, y debía ser llamado cuando su presencia fuera necesaria. A continuación, el representante del Servicio de Meteorología y Comunicaciones de la FAV, teniente Ricardo Pocaterra Dunn, pidió la palabra para solicitar que esa opinión del comandante no fuera registrada en acta porque justamente para eso era que se estaba reuniendo la junta investigadora. Dijo reconocer la influencia determinante del mal tiempo, pero se negó a aceptar que había ocurrido una falla en las comunicaciones. Así se iniciaron las deliberaciones ese día, se procedió a la presentación del investigador en cargo y a la convocatoria de los diferentes testigos y expertos para los días subsiguientes.
La comparecencia de los otros tripulantes, testigos y expertos se realizó de acuerdo con las expectativas y todos coincidieron en algunos aspectos de capital importancia con respecto al comportamiento del líder de la formación:
1. Había mostrado poco interés en los detalles de la planificación de la operación conjunta en las reuniones efectuadas en Cabure, previas a la misión.
2. Su técnica de vuelo el día de la operación era un poco brusca e intempestiva, al punto de realizar la maniobra al contrario de lo previsto en el briefing correspondiente. En mi exposición como investigador en cargo dibujé sobre el mapa de la zona, mi tesis de que el piloto en su viraje ascendente habría entrado súbitamente en instrumentos dentro de una nube de tipo cumulonimbus provocándole una desorientación espacial que condujo al avión en un espiral constante que lo llevó a estrellarse contra la cara sur del pico Iracara. No hubo observaciones al respecto.
En resumen, la causa principal del accidente fue determinada como falla humana, error del piloto al perder el control de la aeronave por desorientación espacial, y como factor contribuyente, el mal tiempo reinante en la zona. No fue comprobada falla alguna en las comunicaciones. De esa manera, la Junta Investigadora de Accidentes Aéreos concluyó sus deliberaciones y ordenó difundir y archivar el expediente. A decir verdad, nunca llegué a tener un ejemplar en mis manos.
Coronel (Av.) Alberto González Amaré