PAGINAS Y RECORTES

lunes, 1 de marzo de 2021

La reinvención de Venezuela requiere de consensos y valores. Por: Juan Pablo Olalquiaga. Opinión. La Gran Aldea. Venezuela.



OPINIÓN  

La reinvención de Venezuela requiere de consensos y valores   


Juan Pablo Olalquiaga  

|27/01/2020  

Debemos reinventarnos como país y como sociedad, asumiendo el respeto como conducta, la dignidad como guía y el trabajo como mecanismo de sostenimiento y superación. De lo contrario, no seremos capaces de construir consensos duraderos, instituciones que funcionen en la conducción del Estado, sistemas jurídicos imparciales y derechos de propiedad blindados para estimular las inversiones; sin las cuales, a su vez, los puestos de trabajo necesarios para salir de la pobreza no se crearán, y los sueños de prosperidad nos seguirán eludiendo.  


No debe haber discusión sobre el hecho de que Venezuela debe reinventarse como economía post petrolera, a los fines de generar prosperidad en el periodo de reconstrucción que ha de seguir el deslastrarse de 20 años de deterioro social; de destrucción institucional; de desmontaje del imperio de la ley; del desconocimiento de los derechos de propiedad; del saqueo sistemático y organizado del patrimonio del Estado; del haber devastado la infraestructura de servicios públicos y arruinado la moneda nacional. El debate necesario debe darse para producir los consensos sobre qué país queremos ser y cómo lograrlo.   

 

Entendiendo que el tamaño de la economía, y su medición per cápita, permiten cuantificar el nivel de bienestar material de una sociedad, he aquí algunas comparaciones. En 1966 la economía venezolana era más del doble de la de Corea del Sur; para 1970 era el doble de Nueva Zelanda; en 1975 era cuatro veces más grande que la chilena. Para 2018 éramos menos de la mitad de la economía de Nueva Zelanda, un tercio de la economía chilena y un 5% de la de Corea del Sur.  
 

Las preguntas que caben son cuándo, cómo y porqué comenzamos a quedarnos atrás y cada vez más atrás, hasta llegar a un momento en el cual literalmente comenzamos a encogernos; y también qué debemos hacer para, en el futuro, revertir este proceso. ¿Por qué Venezuela no ha sido competitiva en los mercados internacionales, más allá de la exportación de petróleo?, ¿por qué no ha desarrollado universidades de talla mundial?, ¿por qué no genera investigación?, ¿cómo se perdió una democracia alternativa que duró entre 1958 y 1998, habiendo venezolanos competentes y destacados afuera, pero también dentro del país a lo largo de todos estos años? Escudarnos en responsabilizar al chavismo como el único o principal culpable de nuestros males no sólo sería deshonesto, también sería una ingenuidad.  

 
“Sin instituciones sólidas una sociedad no tiene el andamiaje básico sobre el cual se puedan construir las empresas que produzcan el bienestar material”  

 
Pero, en esencia, ¿qué nos diferencia a los venezolanos de otras sociedades que, careciendo de recursos, han podido lograr avanzados niveles de desarrollo? La literatura clásica señala dos aspectos imprescindibles para el desarrollo: La educación y la institucionalidad.  Sin duda, más allá de estos dos aspectos, hay una amplísima lista de necesidades inmediatas que limitan la capacidad para producir progreso: Control del déficit fiscal, lo cual permite estabilidad de la moneda; alimentación con un mínimo de 3.000 calorías diarias, sin las cuales las personas no mantienen adecuados niveles nutricionales; erradicación de enfermedades que limitan la actividad de las personas, desde cosas tan superadas en el mundo como la Malaria o la Difteria, hasta sistemas públicos para el tratamiento de otras patologías más actuales y comunes como la hipertensión o el cáncer;  acceso universal al agua potable, así como sistemas de recolección de aguas servidas; electricidad; Internet; acceso a materias primas para la producción de bienes; seguridad personal y así la lista se puede extender a lo largo de varias páginas. Sin embargo, ninguna de estas últimas se consigue sin educación o sin institucionalidad y si profundizamos, sin institucionalidad tampoco se puede construir un sistema educacional.  

 
Se requieren instituciones sólidas   

Sin instituciones sólidas una sociedad no tiene el andamiaje básico sobre el cual se puedan construir las empresas que produzcan el bienestar material, o las universidades que generen el conocimiento. Estas vitales instituciones garantizan los derechos de propiedad, permiten el ejercicio del Estado de Derecho, protegen el sistema monetario, crean mecanismos electorales transparentes y establecen tribunales que permiten dirimir diferencias entre ciudadanos y frente al Estado, entre otros derechos y libertades civiles.  

 
“Reinventarnos como país pasa por entender que debemos reinventarnos como sociedad, asumiendo el respeto como conducta, la dignidad como guía y el trabajo como mecanismo de sostenimiento y superación”  

 
Si la institucionalidad es la esencia del desarrollo, ¿qué significa y cómo se construye esto?  Una definición ampliamente aceptada de institucionalidad es “el conjunto de creencias, ideas, valores, principios, representaciones colectivas, estructuras y relaciones que condicionan las conductas de los integrantes de una sociedad, caracterizándola y estructurándola”. La institucionalidad se comprende como el atributo básico para el Estado de derecho, el cual, a su vez, condiciona la conducta de los ciudadanos. En su obra de 1754, “El Contrato Social”, Jean-Jacques Rousseau concluye que la fuerza no crea derecho, y que por tanto no estamos obligados a obedecer sino a poderes legítimos; en consecuencia, subordinarse a la represión no es sino entregarse a la esclavitud. Según Rousseau, sólo somos libres cuando estamos sujetos a los mismos derechos y los mismos deberes, y éstos son producto del consenso soberano de los ciudadanos, lo que crea su legitimidad.  Este consenso básico en los distintos países es la Constitución Nacional y la disciplina y el respeto con el cual los ciudadanos se subordinan a ésta. El respeto y la subordinación a la Constitución es la esencia de lo que hemos perdido los venezolanos, partiendo por aquellos que tienen el poder para actuar por la fuerza, y esto nos diferencia de las sociedades que exhiben avanzados niveles de desarrollo.  

 
Las instituciones se construyen sobre los valores  

 
Sin embargo, esta institucionalidad, por sí sola, no es garantía de estabilidad social y crecimiento, o que, de haberlo, este crecimiento sea equitativo, justo y que exista percepción generalizada de bienestar entre los ciudadanos.   

 
Chile creó una economía de mercado, con una balanza comercial positiva que produjo actividad económica, trabajo y ascenso social de sus ciudadanos, dando paso a una democracia alternativa que ya lleva más de 30 años y ha creado, lo que pareciera ser, sólidas estructuras institucionales. En ese tránsito, Chile ha elevado su PIB per cápita desde 730 dólares en 1975 a 25.890 dólares en el 2018. Sin embargo, hoy la porción de la población chilena ubicada en el quintil superior de ingresos consume más del 55% de los bienes y servicios, mientras que la del quintil más bajo consume menos del 5% de los bienes y servicios, de acuerdo con las cifras que presenta ourworldindata.org.  Esto, pese a haber reducido su nivel de desigualdad, al haber pasado en el índice de Gini de 0.55 a 0.44 entre mediados de los años ‘80 y 2017.  

 
“Sólo somos libres cuando estamos sujetos a los mismos derechos y los mismos deberes, y éstos son producto del consenso soberano de los ciudadanos, lo que crea su legitimidad”  Jean-Jacques Rousseau  

 
Pese al crecimiento macroeconómico, Chile parece carecer de los consensos sociales suficientes que dan piso a instituciones capaces de servir a la sociedad en su conjunto. La forma en que una porción relevante de la sociedad chilena se volcó a protestar en contra de su sistema económico y social, basándose en la falta de percepción de prosperidad y clamando por una reforma de su consenso básico o Constitución Nacional, es un caso que nos debe hacer reflexionar. Digo esto, sin restarle importancia a aquella responsabilidad que pueda haber tenido la organización externa que se ha atribuido el Grupo de Puebla y el Foro de São Paulo en estas protestas, así como en sus altísimos niveles de violencia y destrucción.   

 

En su obra “Quedándose Atrás”, Francis Fukuyama argumenta que es la capacidad de una sociedad para crear consensos, especialmente durante momentos de coyunturas clave, así como su capacidad para respetar estos consensos, lo que le da solidez a las instituciones. Este respeto y la seriedad que se le otorga a los consensos forman parte de la cultura política y los valores de una sociedad. Las instituciones del Estado pueden tomar distintas formas y esto no las hará más o menos proclives a producir desarrollo. Señala Fukuyama que la estructura política de México no es demasiado diferente de la de Estados Unidos de América y, sin embargo, estos dos países tienen niveles de desarrollo muy distintos, añadiendo que la estructura política de EE.UU. se construyó para limitar los poderes de los gobernantes. Este politólogo estadounidense de origen japonés concluye que son las estructuras sociales y la seriedad con la cual éstas asumen los consensos dentro del imperio de la ley, o el Estado de derecho, lo que legitima, da fuerza y genera confianza en estas instituciones, creando así las brechas subyacentes entre una sociedad que progresa de forma sostenida y una que se queda rezagada.  

 

¿Qué tipo de ciudadanos somos?  

 

Nuevamente, las creencias, los valores y los principios definen las conductas de las sociedades, las formas en que estas actúan y los límites que se imponen a sí mismas y a todos sus miembros. Cabe entonces preguntarse, ¿qué tipo de ciudadanos somos nosotros, los venezolanos? Un ejemplo de la antigua Roma nos puede ilustrar.   
 

“¿Qué nos diferencia a los venezolanos de otras sociedades que, careciendo de recursos, han podido lograr avanzados niveles de desarrollo?  La literatura clásica señala dos aspectos imprescindibles para el desarrollo: La educación y la institucionalidad”  

 

En el año 280 AC, el rey griego Pirro de Epiro, luego de la implosión del imperio creado por Alejandro Magno, intentó, entre sus conquistas, anexarse el sur de la península italiana, entonces en poder de aliados de Roma. Pirro se desenvolvía en un mundo de ejércitos mercenarios donde los reinos, las personas y los compromisos se dibujaban y desdibujaban con fluidez. Luego de varias batallas, en las cuales Pirro perdió una porción importante de su ejército, éste recibió una embajada encabezada por el romano Cayo Fabricio Luscino, buen soldado y respetado político de origen pobre, con el propósito de negociar un intercambio de prisioneros. Pirro ofreció a Luscino tanto oro y plata como para sobrepasar al más rico de los romanos, a cambio de que éste traicionara a Roma. Luscino, ante esto, cuestionó el valor del oro y la plata cuando estos le costarían su honor y su reputación. Él le explicó a Pirro que, si bien no tenía grandes bienes materiales, contaba con las más altas oficinas en el Estado, iba al frente de distinguidas embajadas, y su opinión sobre temas de importancia en el Estado era valorada. Su servicio público con honores era su posesión más preciada. Sólo entonces comprendió Pirro, con precisión, a qué tipo de sociedad se enfrentaba. Una sociedad con una capacidad única para construir y respetar consensos políticos entre sus ciudadanos y con sus aliados, en la cual la dignidad se anteponía, su aristocracia era indivisible y sus líderes no se podían sobornar. Para el año 275 AC Pirro, con una fracción de su ejército, abandonó la península italiana, para nunca regresar.  

 
La historia del rey Pirro de Epiro y la sociedad romana, en los inicios de su República, contrastan con la sociedad venezolana contemporánea. La venezolana, una sociedad que ha sido objeto de uno de los desfalcos más cuantiosos en la historia de la humanidad, a manos de aquellos que fueron designados para su custodia; en la cual la boliburguesía es sinónimo de robo; en la cual algunos diputados venden baratas sus traiciones a la luz del día y frente a la ciudadanía; en la cual los ciudadanos y sus empresas son extorsionados diariamente por funcionarios públicos; y en la cual las palabras como respeto, seriedad y dignidad parecen carecer de todo significado. Con franqueza, estas conductas corrosivas vienen siendo practicadas en nuestra sociedad desde mucho antes del chavismo. Estos últimos 20 años no han sido más que una explosión de la putrefacción que ha abarcado a una porción aún mayor de la población.   

 
“El debate necesario debe darse para producir los consensos sobre qué país queremos ser y cómo lograrlo”  

 
El que el desarrollo y la prosperidad se construyen sobre los valores de su sociedad es señalado una y otra vez. Corea del Sur sostiene que su crecimiento económico se fundamenta sobre lo que llama el Ethos de Confucio, que se traduce en sus conductas y costumbres: Que reconocen y valoran el trabajo intenso, la disciplina, el respeto por el aprendizaje, la frugalidad, la importancia del ahorro, el respeto por el otro y la creación de confianza.  

 
En consecuencia, reinventarnos como país pasa por entender que debemos reinventarnos como sociedad, asumiendo el respeto como conducta, la dignidad como guía y el trabajo como mecanismo de sostenimiento y superación. De lo contrario, no seremos capaces de construir consensos duraderos, instituciones que funcionen en la conducción del Estado, sistemas jurídicos imparciales y derechos de propiedad blindados para estimular las inversiones; sin las cuales, a su vez, los puestos de trabajo necesarios para salir de la pobreza no se crearán, y los sueños de prosperidad nos seguirán eludiendo.  

 
@jpolalquiaga 

 

 FUENTE: LA GRAN ALDEA