La
vergüenza de un juez
Enrique
Prieto Silva
Domingo
14 de junio de 2010
Hace
varios años un periodista fue preso por escribir un libro donde
se preguntaba ¿Cuánto vale un juez? En esa oportunidad fue grande el
revuelo
creado, ya que se refería, no al precio o valor monetario de un ejecutor
de la
justicia, sino al valor de las sentencias medidas en forma monetaria.
Evidentemente, el mensaje era para todo el poder judicial, y todos los
jueces se
sintieron aludidos, por cuanto la intención del escritor no era reclamar
un
hecho específico, sino alertar sobre un clamor bastante publicitado, que
podía o
no acordarse con actos de corrupción. En realidad, hasta la fecha no era
situación crítica en lo común la actitud del Poder Judicial, sino que
por el
contrario, la crítica era sobre particularidades que habían hecho en
colectivo
un sistema tarifado que ponía en tela de juicio la imparcialidad de la
justicia.
Para entonces, privaba un hecho notorio y peligroso: el miserable sueldo
de un
juez.
Entonces
era peculiar el asomo de una justicia tasada en poco monto,
que incitaba en algunos casos, a buscar “dar el palo en una sentencia”
con el
apoyo monetario, a sabiendas de que en la instancia superior normalmente
privaría el verdadero valor documental en la apelación, y en muy pocos
casos
también se podía apelar a la misma justicia tarifada. Más difícil era
conseguirlo en la casación, que en tales casos se manifestaba en el
retardo
judicial mayormente inocuo. Era una época, donde la corrupción corría
por los
pasillos del civil, mercantil, tránsito y hasta en el tributario, Nunca
ocurría
en el laboral, porque al contrario de la justicia actual, siempre el
trabajador
tenía la razón. Esta práctica, nunca se puso de manifiesto en los
pasillos
penales. En ese pasado, existió el salto del canguro y la marcha del
morrocoy,
pero nunca la concha de la anti ética, ya que era precisamente ésta la
que
conmovía el ego de un juez con vergüenza.
Hoy
día, en esta Venezuela “revolucionaria”, cuando la Fiscalía y el
Poder Judicial en todos los niveles se abrigan con los más altos sueldos
de la
Administración pública, en la jurisdicción penal, con pocas excepciones,
voluntariamente saltan los canguros para complacer los caprichos del
“jefe” de
la “patria socialista”, porque de lo contrario lo pellizca la muerte, si
no
física, si en las catacumbas de la mazmorra, lo que acrisola el miedo
que somete
al colectivo ciudadano a la incertidumbre de no saber el límite de sus
derechos
y deberes, y cuando el terror apremia, tiene que escudarse en la
inacción o la
autocensura, por temor a la injusticia soldadesca del “entendido mi
comandante
en jefe”. Entonces se inicia el ruleteo y el sorteo para la distribución
en la
instancia sin biombo ni horario, y la acomodación del fiscal más certero
en las
calificaciones jurídicas amañadas. Antes hablábamos del “librito”, pero
ahora se
habla de la “farmacopea revolucionaria”, algo así, como un novenario de
treinta
días y quince de prórroga ya previsto como un todo, es decir, no un
lapso
máximo, como lo establece el COOP, sino una condena previa para
“complacer” al
“jefe”. Falta que también se imponga “la fiesta del chivo” o el “nado de
la
salamandra”
Como
docente del Derecho, una vez más acoto, que en nuestra misión
está la de recordar al abogado viejo o nuevo, pero en ejercicio; que en
su
apostolado como litigante, fiscal o juez en todas las instancias o
designaciones, incluidos los militares y magistrados, lo mas preciado es
su
dignidad; que pone en riesgo en cada acto donde pueda valorarse la duda
con la
certeza y la honradez de sus diligencias o sentencias; y que, cada vez
que se
sale del límite que le imponen el derecho, la razón y la justicia,
pierden una
borla de su birrete, manchan de lacre su toga y escriben en su título
con
grandes caracteres rojos la tacha de su vergüenza. Patria es la
grandeza,
socialismo es la justicia, pero la muerte es la negación de la vida.