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viernes, 13 de agosto de 2010

RESPETO // Por Ernetinas Mogollones


Respeto 
ND.- La forista Ernetinas Mogollones escribió sobre el respeto, el respeto a la autoridad, y cómo se gana o se logra el respeto de los demás. Dice como conclusión que: "el respeto, no viene dado por posición, sino por actuación, el respeto no es cosa que se imponga, se gana. La autoridad, no viene de la gracia divina, viene del saber respetar a otros, viene( ...) no de un “porque soy el que manda y no acepto que me revires”. 
A continuación el escrito. 
¿Qué opina? 
(Ernetinas Mogillones).- Quizá sea heredado, no lo sé, pero a mi la palabra “autoridad” me da piquiña, y con ella la palabra “respeto”, no cualquier respeto, sino ese que deviene, precisamente, de la autoridad, y que sostiene en ella como un pilar inmutable, esa que se oye tanto en clichés, el respetar a alguien porque es el maestro, el padre, la madre, la directora, el policía, o porque pinta canas. En lo particular me niego, para mi el respeto es más, mucho más, que callar ante la injusticia porque “pinta canas” o simplemente porque “es el que manda”, sí, muy bien, “manda” pero... ¿por qué manda? 

Estado aún pequeña, en primaria, tuve una maestra, enseñaba matemáticas, y la tipa era una paloma en lo suyo, si no aprendías con ella era porque eras tonto de solemnidad. Una mujer mayor, con un humor negro y retorcido, extremadamente formal y estricta, la mayoría de los niños temblaban con ella, y yo, claro, con mi natural espíritu de contradicción, me le quise rebelar de entradita. 

Estábamos en el salón, un sábado, sí, sábado, porque si estábamos flojos en algo nos hacía ir al colegio el sábado, y puso en la pizarra algo que jamás habíamos visto: 1x + 2y + 3x + 1y = ¿?, nos miró y dijo, “¿quien resuelve eso?”. Nadie quería levantarse, porque temía el castigo a un posible error. Yo, monda y lironda, más por tocar la pelotas y hacerla molestar me paré y en un pensamiento que al menos a mi me parecía lógico, me dije: “tienen años diciéndome que las las peras se suman con peras y las manzanas con las manzanas, pues esto más fácil que pelar mandarina, las x van con las x y las y con las y” así que puse muy desafiante: 4x, 3y. Luego, sin decirme si estaba bien o mal, me preguntó como llegué a esa conclusión y se lo dije. Me dijo estaba muy bien y me mandó a sentar. 

Luego me agarró a solas, y me dijo algo que no he olvidado a lo largo de mi vida: “jamás dudes de decir algo que crees solo porque creas que los demás pueden pensar que te equivocas y jamás aceptes por cierto algo a lo que no llegues por tu propia conclusión, ni aunque lo diga yo, yo, también me equivoco”. Y a partir de ese día, entendí que no nos trataba mal en realidad, que sus regaños no provenían del desprecio, sino al contrario, venían de gran interés por enseñarnos. Ese día aprendí a respetarla, y jamás me molesté por sus regaños. 

Mi padre me dio dos bofetones en toda mi vida, y las dos veces cayó en cama con fiebre, era algo que realmente le enfermaba, nunca recurrió al “porque soy tu padre”, sino que siempre había una explicación. En todo caso, sus órdenes tenían sentido y origen, al estilo de “no te lo compro porque no tengo dinero, no porque no quiera”, y llegaba al extremo de crueldad “yo te lo compro si tú crees que te lo mereces ¿lo mereces?”, no pocas veces eso me llevaba a autocastigarme, no tenía yo la cara para decir que merecía algo cuando sabía que había actuado como el rabo. 

A mi madre, no una, sino muchas veces, después de un regaño o castigo que era injusto, la escuché decirme: “lo siento, hija, me equivoqué” y la explicación, lo hice porque estaba nerviosa, porque pensé algo que no era, etcétera. 

Mi abuelo paterno era un hombre... especial, fue a la guerra, aunque jamás nos hablaba de ello más que para contarnos las partes chistosas, y no puedo evitar contar una de esas anécdotas. En estaba en el ejército, en la guerra, y le robaron las botas, por lo que fue con su superior a poner la queja y este le respondió que “en el ejército no roban cosas, estas se extravían”. No pasaría mucho tiempo antes de que ese mismo superior los formara en el patio, para informarles y ofrecer castigo, porque le había robado algo, que no recuerdo que era, a lo que mi abuelo, ni corto ni perezoso le contestó de viva voz: “mi comandante, con su permiso, en el ejército no se roba nada, las cosas se extravían”. Y lo arrestaron, claro, pero creo que el disfrutó de su arresto, porque lo contaba muerto de la risa. Sí, lo tocapelotas viene de familia. 

En todo caso, mi abuelo era un hombre de gran carácter, capaz de poner a toda la familia a caminar por la goma con un solo grito, y hay que ver que es familia rebelde, pero si lo vi usar esa autoridad dos veces en mi vida, es mucho, solo se imponía cuando las cosas se salía de madre y era estrictamente necesario. 

Así es mucha la gente que ha pasado por mi vida, mis padres, mis tíos, mi abuelos, mis maestros, y fui creciendo, entonces fueron jefes, socios, clientes, amigos, esposo, hijas... Y una conclusión, el respeto, no viene dado por posición, sino por actuación, el respeto no es cosa que se imponga, se gana. 

La autoridad, no viene de la gracia divina, viene del saber respetar a otros, viene de presentar acciones creíbles, que se explican, no de un “porque soy el que manda y no acepto que me revires”. 

Y aquí viene la parte triste de “el que manda”, si me impone el “respeto” este no será tal, podrá entonces, abusando de su poder, impedirme que diga lo que pienso, podrá evitar escucharme, podrá suprimir las manifestaciones de mi desprecio, pero lo que jamás podrá hacer, es evitar que yo lo desprecie, porque eso pertenece al reino de mi alma, y ahí, solo mando yo.

Así que “el que manda”, puede hacer lo que guste, puede tratar de callarme, y hasta conseguirlo, puede apresarme, puede castigarme, o puede tratarme con respeto, ser justo, y ganarse mi respeto, pero si me lo quiere imponer por la fuerza, lo único que puede tener de mí es mi más profundo, absoluto y total desprecio y asco. 

No puedo terminar esto sin manifestar lo patética y miserable que me parece la “grandeza” del poderoso, que no pudiendo ganarse el respeto suple esto con la fuerza, dejándose al final manipular por otros que aún siendo miserables, lo son menos que él, porque al menos dentro de sus miserias, saben lo que son y lo que quieren, y maman de sus complejos y pequeñez para aumentar su propio poder. Que triste me resulta aquel que no teniendo la grandeza que se necesita para ser grande, se empeña en hacerse diminuto utilizando la fuerza. 

Chico, Hugo, mira que vainas tiene la vida, yo ni pensaba en ti cuando empecé a escribir esto, pero diría mi abuela “Hija, es que hay mucho Juan Pérez en Buena Vista”. 

© 2010, Ernetinas Mogollones. Bajo licencia Creative Commons by-nc-nd. Al copiar usted debe colocar un enlace a la publicación original.