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viernes, 29 de mayo de 2020

LA ALCABALA FANTASMA. Por: Fernando Falcón. Relato. Ejército. Cazadores. Venezuela.



LA ALCABALA FANTASMA

Alberto patrullaba con su pelotón al lado izquierdo de la carretera entre Anaco y Aragua de Barcelona. Era una de sus últimas misiones en el batallón de cazadores Carvajal, pues ya había llegado su transferencia para un batallón de tanques, su arma original. El cansancio corría aparejado de la nostalgia. Quince meses viviendo la hermosa aventura de combatir la subversión castro comunista en los lugares más ignotos de la geografía nacional. Sus soldados muertos, la herida recibida en Campo Rojo cuando persiguió al grupo que emboscó al Campo Elías en el Samán de Urica, la sonrisa de Josefita bañándose desnuda en el Amana, los piques con su Javelin…todos los recuerdos se le atropellaban, amargos y dulces, mientras a lo lejos, el crepúsculo oriental dibujaba siluetas de fuego. De repente, Alberto hizo callar sus pensamientos, pues se recordó a sí mismo que estaba en combate, lugar donde los errores se pagan con la muerte.

Caminar por los mayales de los llanos orientales siempre es trabajoso, las espinas y el ñaragato se pegan a la piel y al uniforme. El sudor y la falta de agua hacen una espesa costra salada en la boina y la camisa. Un sorbo de la cantimplora debería bastar pues debía dar el ejemplo a sus soldados, algunos mayores que él en edad, pero a los que había conducido a varias victorias en combate. La noche se acercaba y aún faltaban varios kilómetros para completar el itinerario de reconocimiento del área. Ese 24 de septiembre de 1978, la noche se aproximaba con velocidad vertiginosa.

Al aproximarse al crucero de Aragua de Barcelona, los cabos Irineo y Maita, sus exploradores, le indican la presencia de gente armada instalando una alcabala en el crucero. Con la poca luz restante, Alberto tomó los binóculos de campaña y pudo distinguir las inequívocas siluetas de cinco soldados cazadores instalados en una alcabala de control, pero dos cosas llamaron inmediatamente su atención. La primera era que en la orden de operaciones no estaba prevista la instalación de una alcabala por ninguna unidad en el sector. La otra, más extraña aún, era que los brazaletes de los cazadores no coincidían con el código autorizado para esa fecha y hora.

Inmediatamente, Alberto aprestó a sus tigres para el combate. Desplegó la escuadra de Marcano, al lado derecho al mando de Lara Palma, su sargento de pelotón y asumió el mando de la otra por la izquierda. Al intentar comunicarse con su comandante de batallón a través del radio Motorola, este no funcionaba. Lo mismo ocurrió con el ANPRC-25 orgánico de comunicaciones. Debía tomar una decisión que podía implicar un enfrentamiento entre fuerzas amigas. O se trataba de un comandante de pelotón despistado o era una escuadra guerrillera lista para hacerse pasar por cazadores.
Para salir de dudas mandó a Mambell, un soldado caraqueño conocido por su arrojo, a que se adelantara lo más posible y sin hacer ruido se cerciorara de la identidad de las tropas que montaban la alcabala en el crucero. Entretanto, Alberto seguiría el sigiloso desplazamiento del cazador a través de la mira telescópica de su FAL.
A través de la mira, se podían observar las cinco siluetas, pero la calina del crepúsculo no permitía ver sus rostros. Mambell se acercó y después de unos minutos regresó informando que se trataba de una unidad de cazadores. La igualdad de armas, equipos y uniformes así como la técnica de instalación de la Alcabala, así lo demostraban.

Alberto decidió salir a la carretera a fin de averiguar quién era el oficial despistado que estaba atravesado en plena operación. Corzo, uno de sus compañeros y a quien le tocaba el lado derecho del recorrido ciertamente tenía fama de distraído, pero no tenía los implementos para montar la alcabala.

Al salir a la carretera con sus cazadores en posición de combate, en ella simplemente no había nadie. Los efectivos militares habían desaparecido. Sin reponerse aún de la sorpresa, el subteniente miró a su derecha y vio una pequeña capilla, de esas que se construyen en las carreteras como recuerdo a los fallecidos. En ella podía leerse una pequeña inscripción: "A la memoria del subteniente Alberto Verde Graterol".

Los soldados que lo acompañaban se santiguaron en seguida. Marcano musitó un Ave María Purísima, respondido de inmediato por el resto del pelotón: Sin pecado concebida. Las creencias y supersticiones, a los que tan aficionados son los campesinos orientales, empezaron a hacer mella en los tostados guerreros del Carvajal. Alberto sabía que la situación podía salirse de control. Colocó ocho soldados en seguridad perimétrica y con el resto procedió a rezar un Padre Nuestro y un Ave María por los difuntos. Un soldado, quien sabe de dónde, sacó una pequeña vela para colocarla en la capillita. La luz permitía leer los nombres a quien estaba consagrada: subteniente Alberto Verde Graterol, cabo primero Jesús Rafael Núñez, cabo primero Juan Manuel Arriojas y distinguido. José Gómez Goitia. Alberto recordó la fecha. Se cumplían exactamente nueve años del alevoso asesinato de ese grupo de cazadores de su batallón.

El 24 de septiembre de 1969, una comisión del batallón de Cazadores Carvajal Nº 53 compuesta por el subteniente Verde Graterol y ocho soldados, se ocupaba de efectuar una encuesta solicitada como colaboración por el Ministerio de Obras Públicas y que se llamó "Origen y destino". El propósito era obtener datos para la planificación vial de dicho ministerio, averiguando de donde procedían los viajeros vehiculares y a donde se dirigían. Nada más que eso, ninguna otra intención operacional o de inteligencia. La misión de la tropa era eminentemente pacífica, de servicio público. Se instalaban diariamente en la encrucijada de la vía que conduce de Anaco a Aragua de Barcelona, llamado el Crucero de Aragua. Ese día en la mañana, cuando el subteniente Alberto Verde Graterol daba instrucciones a la tropa sobre lo que tenían que hacer, fueron sorpresivamente ametrallados por los ocupantes de dos vehículos.

Los guerrilleros pertenecientes al Frente "Antonio José de Sucre", unos trece bandoleros dirigidos por un tal "comandante Rolando" y por la "comandante Emperatriz", quien alevosamente remataría al subteniente Verde de un disparo a la cabeza acribillaron al oficial y a tres soldados. Los restantes quedaron malamente heridos, el cabo primero Eusebio Rodríguez Tineo, el soldado Luis Domingo Salas, el soldado Ramón Montilla, el soldado Santos Jiménez y el soldado Francisco Morocoima. Este último, a plomo limpio, impidió que los demás heridos fueran rematados. Al ver la resistencia y el auxilio que venía de parte del pelotón comandado por el subteniente Rostilaw Boratzuk, los "valientes" subversivos optaron por la huida.

Tanto ese relato, como el de la muerte del subteniente Moreno Uribe, fallecido en el combate de El Naranjal el 12 de noviembre de 1968, era conversación común entre los oficiales del batallón. Dos de sus fundadores y testigos de esa época sentaban plaza en el Carvajal para la fecha. Nelson, el segundo comandante del batallón, había hecho colocar el retrato de los dos oficiales en el casino-comedor reservado a los profesionales de la unidad. Era un diario recordatorio, tanto de sus nombres, como de las medidas de seguridad que debíamos adoptar en combate. En el Carvajal, la muerte no era el gran paso para el encuentro con Dios, sino el resultado de errores técnicos que no debían cometerse. El otro fundador, el sargento técnico Andrés Cárdenas, especialista en comunicaciones, había sido soldado en esa época y un testimonio vivo de la historia del batallón. Frecuentemente sus conversaciones aludían al triste momento de esa emboscada.

Después del rezo, Alberto Ordenó a las tropas saludar frente al pequeño monumento, cosa que marcialmente hicieron sus hombres, y adoptaron la formación de columna de combate en respetuoso silencio. El pelotón siguió su marcha hasta el punto de encuentro del resto de las unidades, donde acamparía la compañía para ser transportada en camiones al día siguiente hasta su base de Maturín.

Unos días más tarde, a mediodía, Alberto degustaba un café negro y un cigarrillo en el casino, cuando requirió de otro soldado la presencia del cabo Mambell. Lo necesitaba para preparar la entrega de los equipos de comunicaciones asignados a su pelotón que debería entregar formalmente en los próximos días, apenas se presentara su reemplazo.

Era muy poco habitual que un soldado entrase a las áreas reservadas a los profesionales. Mambell al ingresar, lo primero que vio fue una fotografía y de seguidas se puso pálido y entró en shock frente a la asombrada mirada de Alberto.

- Era él, mi teniente, era él, dijo Mambell mientras su cuerpo se agitaba aún en posición de firmes
- ¿Era el qué, Mambell?, interrogó Alberto
- El teniente que estaba en la alcabala aquella noche, mi teniente, la noche de los soldados fantasmas. Hace una semana.
Esa noche, a Alberto le costaba conciliar el sueño. En la duermevela le parecía recordar lo que vio o creyó haber visto aquella noche. Varios soldados también lo vieron, pero ¿era real o producto del cansancio y la imaginación?

Años más tarde, Alberto recibió la noticia del combate de Cantaura. La Brigada de Cazadores había puesto fin al reinado de terror de los bandoleros del Frente "Américo Silva". Allí cayó muerta Emperatriz, la torva asesina del subteniente Verde. Un certero disparo en el pecho, por uno de los integrantes del Carvajal, el subteniente Iguarán, había puesto fin a su carrera criminal. Los tigres volvían a vengar a los tigres.
Esa noche Alberto tuvo un sueño…El subteniente Alberto Verde Graterol le hablaba:
- Compañero, que no nos olviden…cuando los muertos se olvidan, mueren dos veces. Escriba compañero, escriba, los muertos del Carvajal te observan de cerca…

Quizás por ese sueño escribo estos recuerdos. 

FUENTE: Perfil de Fernando Falcón en Facebook 

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IMAGEN INFERIOR: Perfil de Ángel Vivas Perdomo en Twitter