A ningún dictador o aspirante a sátrapa, ni mucho
menos al coronel Gadafi que lleva 40 y déle años gobernando a Libia a
su libre arbitrio, le pasa por la cabeza que tarde o temprano tendrán
que abandonar el cargo y sujetarse al régimen de libertades que los
nuevos mandatarios van a tener que imponer para reparar los daños y
regir los destinos del país que han subyugado.
Ese fenómeno de intolerancia ocurre porque los
dictadores en el poder llegan a creerse eternos y a sentirse dioses como
los césares o emperadores romanos que para inmortalizarse llegaron al
extremo de construirse estatuas y colocarlas en los sitios públicos y
hasta en los templos de sus deidades para que les rindieran adoración.
Pero cuando se apagan los sirios y sus adulantes ya no les rinden culto,
se desploman de sus altares cual estatuas de barro y se arrastran como
diablos expulsados del paraíso.
El empleo de mercenarios extranjeros y de carros
blindados y aviones de guerra para reprimir una protesta popular, no es
otra cosa que producto de su demencia. Estos exabruptos se suceden y
seguirán repitiéndose en el mundo moderno mientras el gobernante de
turno y la gente siga creyendo que los derechos humanos y la solución a
todos los problemas sociales, políticos y económicos de una nación,
están a discreción en las manos de una determinada persona y no en las
de la sociedad con sujeción a sus leyes.
Los gobernantes son servidores públicos que le
deben respeto y explicación a sus gobernados, pero cuando descubren que
no están a la altura de las exigencias de sus empleadores, entonces
toman el camino de la imposición y se auto proclaman dictadores para no
tener que rendirle cuentas a sus representados. En consecuencia, los
dictadores suelen imponer el terrorismo de estado para someter a la
gente; recurren a las dádivas para ganarse el aval de los que comparten
su poder; y, emplean el chantaje para acorralar a sus adversarios
políticos, puesto que de otra manera les sería imposible sostenerse en
el altar.
Pero cuando la gente pierde el miedo y recobra su
dignidad de pueblo como en los casos recientes de Túnez, Egipto y
Libia, esos dictadores y dioses falsos tiemblan y se derriten sobre sus
altares porque saben que en el mejor de los casos les espera una
eternidad tras los barrotes de hierro, o un retiro forzado por sécula
lejos de su patria.
IMAGEN: Siguiendo sus Huellas// NUEVAS TIRANIAS