ESENCIA
lunes, 19 de septiembre de 2022
Corrupción, chavismo, mafia, y degradación. Por: Tulio Hernández. Opinión. Ciudadania. Venezuela.
viernes, 26 de febrero de 2021
Las “nuevas” dificultades de Simón Bolívar. Por Tulio Hernández. Opinión. Venezuela. La Gran Aldea.
Visité la Quinta San Pedro Alejandrino en la ciudad de Santa Marta, Colombia. Al entrar me dirigí a un pequeño cuarto y miré un solitario y decolorado catre de campaña donde se supone murió el Libertador. En el lugar del colchón, una bandera de Venezuela. Y ya. Y pensé que, si a Bolívar le había ido mal en los últimos días de su vida, a su memoria en estas últimas décadas le había ido peor; porque le pusieron su apellido a una república en el preciso momento cuando los mismos que así la bautizaron se propusieron destruirla. Y lo lograron.
, 18/02/2021
Por: Tulio Hernández - @tulioehernandez
Es tan fuerte para los venezolanos el mito Simón Bolívar que siendo aún adolescente me inventé la teoría de que la Quinta San Pedro Alejandrino era un set imaginado por un cineasta local para que la película sobre el Libertador tuviese, si no un happy end, por lo menos un final épico.
Con el paso del tiempo, cuando ya era un joven lector, comprendí que todos los relatos, incluyendo los escritos por historiadores probos, son invenciones humanas, por lo tanto ficciones. Entonces reconocí la potencia dramática de este final de vida del gran caraqueño.
Que un héroe del siglo XIX, libertador de cinco naciones, que ha tenido todo el poder político en sus solas manos, y logrado derrotar en duras guerras al gran imperio español, tenga que salir huyendo de Bogotá, envejecido precozmente a los 47 años, derrotado y enfermo, a tomar un largo viaje por el río Magdalena camino al exilio en Europa y termine -por su grave estado de salud- refugiado en una hacienda de la costa Caribe, y a los pocos días de llegar a la plantación donde los esclavos bailan cumbia, cultivan caña, y producen ron, se encuentre con la muerte, es una historia insuperable.
II
Escribo estas notas luego de visitar, en una mañana de sábado soleado, la Quinta San Pedro Alejandrino en la ciudad de Santa Marta, Colombia. Y debo aceptar que, aunque nunca he sido, y obviamente ya no seré, uno de esos venezolanos que rinden culto a la figura del Libertador, ya en ancas de la moto que me lleva a la Quinta me invade una cierta emoción al saber que en pocos minutos estaré en el lugar donde el prócer murió.
La noche anterior había revisitado en mi laptop la famosa pintura en la que Bolívar yace, famélico, en una cama. A la izquierda un médico le toma la mano como averiguando la tensión, y un sacerdote denegra sotana lee una biblia abierta entre las manos. A la derecha, siete oficiales de alta graduación contemplan compungidos, pero con mucha entereza, al venezolano agonizante. Salvo uno que, desconsolado se cubre los ojos con su mano izquierda. Seguramente para ocultar el llanto.
Pero lo que encuentro en San Pedro no tiene ni una pizca de la mise en scéne de aquel lienzo. Encuentro una casa de hacienda que de tantas refacciones no conserva nada, o solo poco, creo, de la arquitectura caribeña del siglo XIX. Una casona extraviada en medio de un bosque de grandes árboles en estado de sequía total.
Encuentro a una señora que, como un monje budista en meditación, se haya concentrada en las uñas de una mano que se lima disciplinadamente mientras se supone que cuida, sin mirar a quienes llegan, la entrada a la casa. No hay otro visitante más que yo. A la izquierda me dirijo a un pequeño cuarto y miro un solitario, pequeño, y decolorado catre de campaña donde se supone murió el Libertador. En el lugar del colchón, una bandera de Venezuela. Y ya.
Lo demás, baratijas. Litografías varias de Bolívar. Un arcabuz enmohecido. Dos balas de cañón. Y afuera, en el patio, un largo mural de un pintor peruano que a fuerza de años, lluvia y sol ya no es obra de arte sino confesión de olvido.
Salvo unas iguanas gigantescas, de casi un metro, que con su porte de animales prehistóricos y unos hermosos tonos amarillos verdeceos en sus crestas, corretean asustadizas entre los árboles, como si ensayaran para un documental de National Geographic, todo lo demás es un largo bostezo.
III
Fui emocionado y regresé triste. Descorazonado. Hasta en el museo del chorizo santarrosano que alguna vez visité en una población del eje cafetero, también aquí en Colombia, me divertí mucho más.
Tanto, que Jefferson, el mototaxista que ese día me “colaboraba” -como dicen bonitamente los bogotanos- transportándome por la ciudad, subrayó lo triste del lugar. “Lo visité cuando era un sardino y era una belleza”, comentó. Y agregó “Lo abandonaron”.
En silencio nos fuimos a la famosa Playa El Rodadero. “Le aseguro que allá se le va a quitar la tristeza”, dijo optimista el Jeffer. Y así fue. Me senté en un restaurante playero llamado el Don Pipe. Y entre el verde esperanza que brotaba del mar, las palmeras borrachas de sol, la alegría de las -bien diseñadas por sus padres- turistas paisas sentadas en la mesa de al lado, y los coqueteos cítricos del ceviche de camarón con pulpo que acababan de servirme, logré sonreír.
Pero apenas me quedé solo (porque Jefferson fue a buscar un parqueadero seguro para la moto) volví a recordar el minicatre, desangelado y triste. Entonces, una gran melancolía se sentó en mi mesa. Y pensé que, si a Bolívar le había ido mal en los últimos días de su vida, a su memoria en estas últimas décadas le había ido peor.
Hice el inventario de porqué lo llamaron “el hombre de las dificultades”: Uno, huérfano y viudo precoz; dos, rodeado de enemigos que intentaban con frecuencia matarle; tres, incapacitado para tener hijos; cuatro, moribundo sin familia fuera de su país. Como mucho para una sola persona, me dije. Solo le faltaba ser del Real Madrid.
Pero ahora, con casi dos siglos de muerto, tampoco le va mejor. Pensé en la frase “revolcándose en su tumba”. Revolcándose porque le pusieron su apellido a una república en el preciso momento cuando los mismos que así la bautizaron se propusieron destruirla. Y lo lograron.
Revolcándose también, por el triste destino de su espada. Primero, la manchó de horror la guerrilla colombiana que secuestró uno de los dos ejemplares originales en Bogotá. Y después cuando el teniente coronel de Sabaneta comenzó a repartir, como si fuesen tequeños en un brindis, réplicas entre los dictadores del siglo XX que habían logrado llegar al XXI: Una espada-tequeño para Mugabe; otra para Daniel Ortega; una para Saddam Hussein; otra para Gadafi; una para el hijo de Putin; otra para Ahmadinejad. Y así sucesivamente.
Después vino la consigna “Alerta que camina/la espada de Bolívar/por América Latina”. Y por donde quiera que pasara la espada las tragedias se repetían. Lula, el metafísico brasileño preso por corrupción. Correa, el ecuatoriano de Harvard, huyendo de la justicia de su país. Morales, el boliviano que habla en arameo antiguo, derrocado por su empeño en reelegirse. Zelaya, secuestrado en la madrugada, en pijama, por unos militares que nadie aún sabe si son peores o iguales que él. Y Cristina de Kirchner, la “Evita Perón” hecha en Taiwan, acusada de corrupta por su propio secretario.
Pero igual me quedo esperanzado. En el 2030 se cumplirán doscientos años de la muerte de nuestro héroe y vía WhatsApp estoy animando a Jefferson, un muchacho sensible que antes de despedirnos me confesó que está enamorado de una “venequita” -“bella” dice él-, para que organicemos el “Comité pro defensa del catre de Bolívar”. Calculo que si reunimos cuatrocientos mil pesos, poco más de cien dólares, podemos darle una mano de pintura a la camita enana y desnutrida y, tal vez, nos alcance para restaurar el mural peruano.
Me gusta imaginar al “Hombre de las dificultades” sonriendo desde la eternidad gracias a ese gesto de cariño samario en su memoria. Porque, digo yo, hasta los próceres deben relajarse y no autoflagelarse ad æternum pensando que araron en el mar.
FUENTE: LA GRAN ALDEA
Twitter: @lagranaldea
martes, 12 de enero de 2021
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jueves, 1 de octubre de 2020
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lunes, 17 de enero de 2011
El goteo indetenible // Por: Tulio Hernández
Desde la mañana aquella del 5 de julio de 1999, cuando Jorge Olavarría con su voz de trueno, ejerciendo de orador de orden en la sesión solemne del Congreso, descargó con valentía implacable contra el recién llegado a Miraflores el más feroz y visionario ataque verbal que presidente alguno haya tenido que soportar en público, hasta el día de hoy, 5 de enero de 2010, cuando escribo este artículo, no ha pasado un solo mes sin que alguien una relación íntima, un funcionario cercano, un dirigente amigo o una organización política importante le haya retirado su apoyo al protohéroe de Sabaneta.
Lo de Olavarría fue tan duro que María Isabel Rodríguez, por entonces primera dama, no lo soportó y abandonó el Palacio Federal, desecha en lágrimas, preguntándose por qué un amigo había incurrido en canallada semejante.
Pronto encontraría respuesta.
Dos años después pedía su divorcio del comandante en jefe.
Luego abandonaba La Casona.
Más tarde, se casaba de nuevo.
Y en 2008, ya convertida en activista de la oposición, lanzaba su candidatura a la Alcaldía de Barquisimeto.
Para ese momento ya era larga la lista de quienes habían abandonado al jefe militar. Primero y premonitoriamente lo hicieron los oficiales Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta Hernández, sus amigos íntimos, socios en la asonada de 1992 y compañeros de cárcel en Yare.
Sin muchas explicaciones, pero dejando claro que no soportaban más los abusos de poder del hombre que se tomó para sí todas las glorias del fallido golpe, recogieron sus maletas.
Más o menos lo mismo hizo el diputado Alejandro Armas una tarde en Miraflores, seguido por Ernesto Alvarenga, dirigente bien formado que venía de la Liga Socialista, y José Luis Farías, procedente del MEP.
Comenzaron a irse los buenos técnicos. Ángel Rangel, de Defensa Civil, uno de los mejores expertos en el área con los que cuenta Venezuela, y Carlos Genatios, el enfant ilustrado del gabinete, dijeron adiós a tiempo con la señal de costumbre. También los políticos y los partidos de la alianza "patriótica". Pablo y Pastora Medina salieron vomitando fuego. El superministro Luis Miquilena, frustrado, con el informe sobre la corrupción de la familia Chávez bajo el brazo. Vladimir Villegas, ex constituyente y ex embajador, hace esfuerzos de seguir hasta que, asqueado, no puede más. Sin tener nada qué ganar se van Leopoldo Puchi y lo que queda del MAS. También Ismael García y el partido Podemos. Y, al final, también se marcha el PPT, encabezado por un grupo de dirigentes que, al parecer, se negaron a cambiar principios políticos por prebendas.
También se fueron yendo los gobernadores. Se fueron de su lado, y ahora los persigue para castigarlos por el pecado, Didalco Bolívar, de Aragua; Ramón Martínez, de Sucre y Eduardo Manuit, de Guárico. Y, más recientemente, el más querido y más votado de todos, Henri Falcón, de Lara, pintó una pájara pinta en el cielo de Barquisimeto, cerró la puerta y se marchó.
Lo mismo que hizo, más recientemente aún, Liborio Guarulla, el reelegido de Amazonas.
También se fueron yendo los militares. Lucas Rincón, el hombre de la renuncia misteriosa, desapareció para siempre. Guaicaipuro Lameda dejó las oficinas de la Presidencia de Pdvsa para lanzarse a las protestas antigobierno. También se alejó, indignado por el poder de los cubanos dentro de la institución armada, el general Antonio Rivero. Y, seguramente el caso más triste e ingrato de todos, se fue el general Raúl Baduel, el salvador del chavismo en 2002, ahora condenado a morir tras las rejas, a menos que "el Mandón" no logré cumplir el sueño de gobernar hasta 2030.
De quienes se fueron, hasta el presente, ninguno ha regresado. Salvo un hombre, cada vez más apocado y fantasmal llamado Francisco Arias Cárdenas, la excepción que justifica la regla. Pero el hombre de Miraflores no tiene duda alguna. Todos, todos sin excepción, incluida su ex esposa, sus ex amigos, sus ex compadres, sus ex amantes, sus compañeros de asonada, sus financistas, todos, son unos traidores, agentes de la CIA, lacayos de la oligarquía, gusanos de baja ralea que no se merecían su compañía. Nadie lo ha abandonado.
Es la revolución que se depura y se hace cada vez más pura y cristalina.
hernandezmontenegro@cantv.net
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SAMMY LANDAETA MILLÁN
- Sammy Landaeta Millán
- Naguanagua, Estado Carabobo, Venezuela
- Sammy Landaeta Millán. Coronel de la Fuerza Aérea Venezolana, en Situación de Retiro, según resolución N°7446 de fecha 26 de julio de 2000 (Propia solicitud). Licenciado en Ciencias y Artes Militares (Opción Aeronáutica). Especialista en Administración de los Recursos de la Aviación. Maestría en el Empleo del Poder Aéreo. Diplomado Estado Mayor Conjunto N°14. Diplomado Curso Especial de Seguridad y Defensa para Ejecutivos. Piloto Aviador Militar. Piloto de Helicópteros Militares. Piloto de Helicóptero Comercial. Especialista en Búsqueda y Salvamento -SAR- Cursó estudios de Maestría en Ciencia Política en la USB. Presentó el Trabajo de Grado: "Política Militar, Misión de la FAN y Soberanía Nacional, a partir de 1999." Fue asignada la fecha de defensa pero el primer Jurado lo mandó a corregir -nos pronunciamos por escrito y presuntamente no gustó la motivación.- Se corrigió y se redujo el estudio a 50% y se presentó de nuevo a la Coordinación. Designaron dos Jurados adicionales y se INHIBIERON. El Dr. Frederick Welsch -Tutor de la tesis - salvó su voto. No obtuvo el Grado. ¿ORDEN DE LA REVOLUCIÓN?