Coronel. El D.R.A.E. despacha la palabra cobardía con laconismo. Un cobarde es un pusilánime. Sin valor ni espíritu. Un pusilánime, de acuerdo al diccionario elemental de nuestra lengua, es aquel que no tiene suficiente ánimo o valor para intentar cosas grandes. Un cobarde será entonces un ser encadenado por las pequeñeces y abrumado por las miserias, de quien no cabría esperar una actitud heroica, de esas que tuercen dramáticamente los senderos de la historia.
De acuerdo a tu versión, el mediodía del sábado estaba en peligro la República. Unas barandas antimotines, que en consonancia con la declaración de la Fiscal General de la República, son preciosos bienes públicos, fueron amenazadas por un grupo de ciudadanos y ciudadanas, armados solamente con una preocupación y una pregunta fundamentales. Los que marchamos la mañana del sábado hacia el sinfín de una barrera policial y militar, lo hicimos porque tenemos suficientes certezas sobre la sistemática conducta inconstitucionalidad del régimen que Ud. defiende con tanto celo. Y el problema de la inconstitucionalidad no es que afecte los fueros y privilegios de los grupos poderosos del régimen, sino los derechos y libertades de los ciudadanos y ciudadanas de a pie, los anónimos, aquellos que, por ejemplo, son aniquilados metódicamente por la delincuencia, sin que por cierto, las fuerzas de seguridad digan “ñe”, o el drama de las mujeres pobres que ahora se encuentran con una rara forma de escasez, al no conseguir donde parir con un barnicito de dignidad a los niños de la patria. Esa era nuestra preocupación, y cuando quiera coronel, despojado de esas complicadas vestimentas que lo protegen de los ciudadanos desarmados que van a protestar, podemos discutirlo de tú a tú, como suelen hacerlo las sociedades civilizadas de occidente desde hace dos mil quinientos años, solo armados de argumentos. Esa es la preocupación.
La pregunta fundamental es qué va a ser de nuestros hijos. Tal vez usted quiera reducir esta interrogante a la explicación ideológica del articulado de la nueva ley de educación. Pero no estamos para detalles. Cuando la sociedad democrática se hace esta pregunta es porque tiene un cuadro de dudas razonables sobre el tipo de futuro que se está construyendo sobre los hombros del estado socialista, cuyo gobierno y líder Ud. dice defender con tanto encono. ¿Qué tipo de futuro les espera sin la diversidad y el pluralismo que todos, incluso usted, disfrutamos? ¿Qué tipo de realidad van a construir en las riveras de un régimen que no comparte espacios, que se considera el principio y el fin de todas las cosas? ¿Para donde vamos con esta modalidad totalitaria y despótica del Estado Docente, a un tris de transformarse en un estado policial, donde cualquier servidor público tiene el desplante de delinear (eso sí, armas por el medio y no razones) la voluntad ciudadana? No es por tanto una preocupación por la ley, cualesquiera de ellas. Es la angustia que provoca el naufragio de la república y de la sociedad decente en los mares ofuscados de la arbitrariedad y de la tiranía.
Pero no nos desviemos. Estamos hablando de la cobardía y de los pusilánimes. Es tan fácil decir discursos frente a soldados que no tienen otro remedio que permanecer firmes. Es tan sencillo en su corporación el obligar a la audiencia. Los que han estudiado la necesidad y la pertinencia de las fuerzas armadas en sociedades modernas y democráticas siempre se han enfrentado a este dilema básico sobre cómo lograr que un grupo de hombres y mujeres puedan hacer cosas atroces en nombre de un ideal sublime. De eso se trata la guerra. De matar y aniquilar al enemigo sobre la base de un supuesto: la primacía de la nación sobre cualquier otra consideración. Hacerla requiere por tanto deshumanizar al otro, despojarlo de su condición de dignidad y reducirlo a eso, al enemigo que va contra nosotros, que nos quiere hacer daño. Por eso en la guerra, las órdenes son inapelables, y la reflexión sobre lo humano y sobre la validez de los medios que se utilizan, es más que escasa, nula. Un guerrero no piensa, actúa. Pero, porque siempre hay un pero, la declaración de la guerra y el conferirle a otros el carácter de enemigos beligerantes es un acto supremo de las autoridades civiles de la república, y no una decisión que puede ser tomada por un cuadro medio militar, a quien la sociedad le ha confiado las armas para defenderla y no para someterla. ¿Caíste en cuenta sobre la paradoja inconstitucional en la que andamos?
Allí si hemos fracasado. Porque la sociedad debió haber insistido con mucho más tenacidad en educar a su clase militar. Hacer de la convocatoria popular que seguramente también te favoreció a ti, una oportunidad para formar hombres talentosos y juiciosos. El buen juicio y el talante moral te hubiesen permitido hacerte preguntas cruciales sobre las características de un buen gobierno y el esplendor republicano que deberían exhibir los magistrados de la nación. Ese buen juicio, tan escaso en nuestros días, te hubiese obligado a hacerte por lo menos dos preguntas trascendentales sobre la cualidad del gobierno que con ardor automático defiendes, y sobre el papel que estás desempeñando en esta trama.
Hay conductas que nos llenan de vergüenza, y ni siquiera nos permiten vernos al espejo para afeitarnos. Tal vez por eso los verdugos iban encapuchados a sus labores, y caminaban al cadalso pidiendo perdón a Dios y disculpas al ajusticiado. La máscara era más para protegerse ellos de sí mismos, que para evitar la identificación de los otros. El ser verdugo nunca ha sido una actividad que provoque orgullo. Siempre ha sido lo contrario, provoca pena. De esas cosas que no se hablan.
Y así llegamos al desparpajo. Volvamos al D.R.A.E. antes de que te ofendas. Es la palabra que expresa esa desenvoltura y facilidad con la que primero ordenaste disolver la manifestación con el poder que te daban los perdigones, la presión del agua que sueltan las ballenas y las bombas de gas lacrimógeno. ¿Qué era lo que gritabas? ¡Adelante! Y cada vez que avanzabas un metro contra la gente, retrocedíamos un siglo en civilidad. Avanzaba contigo la barbarie. ¡Adelante! ¡Qué firmeza Coronel! Ni el Quijote podría confundir mejor a los molinos de viento con enemigos dispuestos para la embestida. El pequeño detalle de la gente desarmada, de edad madura que tuvieron la osadía de tocar un bien público tan precioso, no cuadra demasiado bien en la épica que quisiste protagonizar. Eso sí, mantuviste la voz firme y la determinación teniendo, claro está, la ventaja desproporcionada de las armas y de las ganas de destruir al enemigo, elaborado con detalle por una ideología disparatada pero que ha demostrado su eficiencia en la construcción de ese odio irracional que muchas veces no permite distinguir a una viejita que protesta de un enemigo del Estado.
Aprovecho para informarle Coronel, y de paso a la Fiscal, que también son bienes públicos algunos aviones que usan extranjeros por cuenta de la mujer venezolana que tuvo que parir en un taxi, yendo de la maternidad al Llanito. Y también algunas obras de arte que echamos de menos en los museos nacionales. Y las bazucas que tanto preocupan y agrian el carácter de tu comandante en jefe. Sin embargo, no te observo tan preocupado por esos bienes, y si por las barandas que permitieron en todo caso, tus minuticos de exposición televisiva… por Globovisión.
Una cosa más. Una filósofa que tiene el respeto mundial, Hannah Arendt, escribió un libro completo para regalarnos una conclusión: La maldad es banal, que como aclara el D.R.A.E. significa que el mal es trivial, común, insustancial. Ella quería explorar sobre las causas de conductas que a veces son tan atroces, y otras tan estúpidas, pero que tienen el hilo conductor entre ellas en el daño que provocan. Y se dio cuenta, analizando la vida y razones de otro coronel, pero de la SS, llamado Adolf Eichmann, que lo que la gente es capaz de hacer, las buenas y las malas, tienen justificaciones irrelevantes. Sucede que éste coronel tenía familia, tenía casa y tenía aspiraciones, como todo el mundo, y para “proteger” su pequeño mundo, fue el responsable de toda la logística que condujo al holocausto judío. Seis o siete millones de historias truncadas, simplemente por la expectativa de un ascenso. Y casualidad de casualidades, el próximo año toca resolver quienes han acumulado méritos suficientes para llegar a ser generales.
Finalmente, aprendí que el desparpajo puede ser muy buen compañero de la cobardía. Y de los silencios que se quieren imponer a la fuerza. Por cierto, hay canciones y melodías más adecuadas y congruentes que las de Alí Primera para sofocar los gritos al cielo pidiendo justicia. Para eso están las marchas militares y los redobles de tambor. Al fin de cuentas, Alí fue toda su vida un juglar, cuyo mayor castigo hubiera sido el tener que tocar sus canciones en el Círculo Militar.
Algunas frases se pueden usar como profecías. Te dejo esta como despedida, escrita hace algunos siglo por Nicolas Maquiavelo, pensador político del renacimiento: “La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad, y abyectos y humildes en la adversidad”. Veremos.
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