El guáramo de la mujer venezolana
RICARDO GIL OTAIZA
| EL UNIVERSAL
jueves 31 de marzo de 2011 10:22 AM
Soy de los que piensan que el
futuro de Venezuela está en manos de la mujer. Claro, eso no quiere
decir que como hombre deba colgar los guantes por aquello de que si les
toca a ellas, pues que lo hagan, y punto. Nada de eso. Y no se trata
tampoco de decir que ellas son las dueñas porque Venezuela es
matrilineal, ya que su sociedad se basa en la línea materna. Mucho
menos. Es otra cosa. Es guáramo -sí, guáramo, es el vocablo perfecto-:
una fuerza, un valor, una contundencia para afrontar la vida y sus
normales vicisitudes, que ya quisiéramos los hombres tener. La mujer
venezolana es gallarda, de mucho temple; su coraje ha sido fuente de
inspiración para la literatura, y las páginas de la historia -que a
veces son como una novela- así nos lo hacen saber. Cuando en mi ciudad
se desarrollan protestas, por el cúmulo que frustraciones que llevamos
los ciudadanos sobre los hombros, son las mujeres en su mayoría las que
están allí, dando la cara y afrontando los insultos y los gases
lacrimógenos "de los buenos". En los famosos cacerolazos son las
mujeres, generalmente señoras mayores, muy mayores, las que con sus
ollas y cucharas se paran ensordecidas frente a sus barrios y
urbanizaciones para decirnos: ¡ya basta de tanta mediocridad! Siempre
veo rostros femeninos exponiéndose a los gendarmes, defendiendo sus
derechos, diciendo las verdades sin tapujos. Cuando hay dramáticos
sucesos en las cárceles, son ellas (abuelas, madres, esposas, hijas y
hermanas) las que se enfrentan, las que reclaman, las que de alguna
manera mueven la conciencia de la sociedad en busca de un mejor destino
para los suyos. ¡Admirable!
Hace pocos días viajé de San Cristóbal a Mérida en transporte público. De más está decir que es un trayecto relativamente corto: a lo sumo 5 o 6 horas de tránsito. Cuando apenas salíamos de aquella ciudad y nos acercábamos a la bella población de Michelena (en la que nació el general Marcos Pérez Jiménez), detuvo el autobús un hombre de mediana edad (unos 55 años, quizá más) quien iba en compañía de unos jóvenes (al parecer habían adquirido los pasajes con anticipación) y entraron en tropel a la unidad. El hombre en cuestión, aunque no vestía el uniforme de reglamento, llevaba encima una chaqueta y una gorra en las que se indicaban que pertenecía a la Guardia Nacional; a no ser que estuviera usurpando identidad. Lo cierto es que el hombre estaba completamente ebrio y nomás entró al colectivo y se cercioró de que estaba repleto, comenzó a mentarnos la madre a grito tendido a todos los que allí viajábamos. El estupor fue evidente. Por instantes hubo un silencio espeluznante, hasta que dos mujeres que iban en los puestos delanteros tomaron la batuta de la situación, lo enfrentaron, y no tuvieron descanso hasta que lograron "expulsar" a aquel tipejo que nos maltrató moralmente y nos hizo perder casi media hora de nuestro tiempo. No contentas con eso, aquellas valientes le pidieron al chofer de la unidad que se parara en la alcabala siguiente, y con la autoridad moral que le da a la mujer venezolana el habernos parido a todos, hicieron la respectiva denuncia ante los militares de guardia aquella noche, y regresaron a sus asientos satisfechas de la jornada. De más está decir que todos los hombres que íbamos en el colectivo -por lo menos quien esto escribe- sentimos en nuestro rostro el calor del sofocón moral. Cómodos en nuestros asientos dejamos que las cosas transcurrieran a su ritmo y no movimos un dedo para ayudarlas, o siquiera para alentarlas frente a aquella odisea. De más está decir, también, que en aquel momento especial me sentí orgulloso de la mujer venezolana, y con ella de mis abuelas, que parieron en suma treinta y cuatro hijos; de mi madre que está en el cielo y que fue toda una dama, de mi esposa que es una mujer ejemplar, de mi querida hermana, de mis tías, de mis bellas hijas. En fin, de las generaciones de mujeres que han hecho de este país un espacio para la convivencia, y que de seguro tomarán las riendas para conducirlo por el camino de la esperanza.
rigilo99@hotmail.com
Hace pocos días viajé de San Cristóbal a Mérida en transporte público. De más está decir que es un trayecto relativamente corto: a lo sumo 5 o 6 horas de tránsito. Cuando apenas salíamos de aquella ciudad y nos acercábamos a la bella población de Michelena (en la que nació el general Marcos Pérez Jiménez), detuvo el autobús un hombre de mediana edad (unos 55 años, quizá más) quien iba en compañía de unos jóvenes (al parecer habían adquirido los pasajes con anticipación) y entraron en tropel a la unidad. El hombre en cuestión, aunque no vestía el uniforme de reglamento, llevaba encima una chaqueta y una gorra en las que se indicaban que pertenecía a la Guardia Nacional; a no ser que estuviera usurpando identidad. Lo cierto es que el hombre estaba completamente ebrio y nomás entró al colectivo y se cercioró de que estaba repleto, comenzó a mentarnos la madre a grito tendido a todos los que allí viajábamos. El estupor fue evidente. Por instantes hubo un silencio espeluznante, hasta que dos mujeres que iban en los puestos delanteros tomaron la batuta de la situación, lo enfrentaron, y no tuvieron descanso hasta que lograron "expulsar" a aquel tipejo que nos maltrató moralmente y nos hizo perder casi media hora de nuestro tiempo. No contentas con eso, aquellas valientes le pidieron al chofer de la unidad que se parara en la alcabala siguiente, y con la autoridad moral que le da a la mujer venezolana el habernos parido a todos, hicieron la respectiva denuncia ante los militares de guardia aquella noche, y regresaron a sus asientos satisfechas de la jornada. De más está decir que todos los hombres que íbamos en el colectivo -por lo menos quien esto escribe- sentimos en nuestro rostro el calor del sofocón moral. Cómodos en nuestros asientos dejamos que las cosas transcurrieran a su ritmo y no movimos un dedo para ayudarlas, o siquiera para alentarlas frente a aquella odisea. De más está decir, también, que en aquel momento especial me sentí orgulloso de la mujer venezolana, y con ella de mis abuelas, que parieron en suma treinta y cuatro hijos; de mi madre que está en el cielo y que fue toda una dama, de mi esposa que es una mujer ejemplar, de mi querida hermana, de mis tías, de mis bellas hijas. En fin, de las generaciones de mujeres que han hecho de este país un espacio para la convivencia, y que de seguro tomarán las riendas para conducirlo por el camino de la esperanza.
rigilo99@hotmail.com
FUENTE: EL UNIVERSAL
IMAGEN: Martha Colmenares
Comentario y remisión:
sammy.... para informació n nomás.... por si no lo habias leído
Yayitta rainiero