NI GOLPE NI AUTOGOLPE
Juan
Páez Ávila
A propósito de Zelaya y
Gadafi
Para los golpistas algunos golpes de Estado son
buenos y otros son condenables, según sus intereses personales y sus ambiciones
de poder. Hugo Chávez no sólo encabezó un golpe de Estado fallido el 4 de
febrero de 1992, sino que además ha
convertido ese día en un fecha patria para sus partidarios, mientras movió
cielo y tierra para impugnar el golpe de los militares de
Honduras, quienes afirmaban haber actuado obedeciendo una orden de la Corte Suprema de Justicia para
defender la Constitución
de ese país, para cuya jefatura del Estado fue electo por el Congreso el
Presidente de ese Poder Legislativo, tal como lo establece la propia Constitución
hondureña.
El
cinismo del Comandante Chávez con relación
a los golpes de Estado ya es conocido en nuestro país, en el que acusa a todos
sus adversarios de enemigos golpistas, mientras su gobierno ejecuta un
autogolpe cada vez que viola la Constitución
Bolivariana , porque ya no
le sirve para sus planes autoritarios. Su llamado a derrocar al nuevo
gobierno de Honduras no fue precisamente porque era producto de un golpe de
Estado, sino porque su pupilo Manuel Zelaya no pudo imponer la convocatoria
ilegal de una Constituyente para hacerse reelegir Presidente, siguiendo sus
recomendaciones apoyadas con petrodólares. El fracaso de Zelaya como el de
Muamar Gadafi, quien llegó al poder mediante un golpe de Estado, han sido reveses peligrosísimos para la
política de Hugo Chávez, de extender su socialismo estalinista a pequeños y
pobres países del subcontinente latinoamericano, cuyos pueblos resultan
manipulables con ayudas miserables que no les permiten superar la pobreza, sino
ser nuevos esclavos de la nueva oligarquía que forman los nuevos ricos,
embriagados de poder y de dinero mal habido. Así como para aliarse con los
tiranos más brutales y asesinos del mundo.
Sin
embargo, los demócratas reafirmamos
nuestras convicciones de lucha por la libertad, el bienestar y la paz de
nuestras naciones. Es
posible ue algunos lectores pudieran pensar que es un exabrupto que en la Venezuela de hoy se
pueda llamar a establecer un diálogo civilizado, en medio de una crispación
política provocada fundamentalmente por el discurso agresivo y procaz del Presidente
de la República. Sin
embargo, la experiencia política mundial e incluso nacional indica que la
democracia, no obstante ser el mejor
sistema de relaciones creado por el ser humano para convivir en sociedad, pasa
por momentos críticos, conflictivos que
la colocan borde del abismo, el camino que ha encontrado hacia el progreso y la
libertad ha sido rescatar el entendimiento pacífico. El espejo de la primera y
segunda guerras mundiales y de nuestras matanzas fraticidas en el siglo XIX
serían suficientes para ilustrar a los más obcecados partidarios de la
violencia de las consecuencias de su brutalidad. Y al contrario también tenemos
la reciente lección que ha dado el exitoso movimiento estudiantil con sus
luchas por la defensa de la libertad de expresión, enarbolando las banderas de
la paz, los partidos políticos y
diversos sectores de la sociedad civil, por la unidad nacional. De allí
que la conclusión lógica y racional es que la solución de la presente crisis
política se alcanzará mediante la lucha democrática, no mediante el golpe de algunos representantes de la extrema derecha, ni de Hugo Chávez quien trataría de profundizar su
tendencia totalitaria.
La
consolidación de la democracia en Venezuela requiere desterrar de la mente de
los venezolanos la menor intención o idea de golpe o autogolpe militar o cívico
militar, para resolver los graves problemas económicos y sociales que confronta
nuestra sociedad. La experiencia no sólo de nuestra pequeña historia, si la
contamos a partir de la independencia y constitución como república, o de
nuestra larga existencia si nos referimos a
la época precolombina y posterior presencia u ocupación del territorio
por los españoles con todas sus
instituciones –políticas, sociales y económicas- del momento y su prolongado
mestizaje con indígenas y africanos, nos
enseña que 1a violencia únicamente han servido para destruir la economía creada por nuestros
antepasados, profundizar la desigualdad social y hacer más incierto el futuro
de libertad, progreso, desarrollo y bienestar de la población.
FUENTE: Primer Momento.com
REMISIÓN: Marcos Dietrichm