El propio Bolívar establece su derrota: hemos arado en el mar. Y su decepción aumenta con su depresión. Por eso a pocas horas de su muerte, en carta del 09/11/1830 al general Juan José Flores agrega: el que sirve a una revolución ara en el mar.
A esta hora entiende que se equivocó. De allí el derrotado que ve a la América toda en pleno hundimiento como resultado de la revolución que se adelantó. Y por ello llega a la conclusión de que la única cosa que puede hacerse aquí es emigrar.
La multitud desenfrenada se hace presente en la Guerra Federal. El peligro fue visto con suma preocupación. Y se juntaron los tiranuelos del bando liberal, Guzmán Blanco, Falcón con los conservadores encabezados por Páez, para planificar la manera de aniquilar la amenaza de un colectivo que pretendía desplazar a los jerarcas y alzarse con el mando-poder.
A lo largo del período independentista la multitud fue controlada. Bolívar es puntal en este cometido. Se le hizo saber al colectivo que la república era de y para los señores propietarios. Este dictamen lo ratifican los jefes federales y centralistas que firman el Tratado de Coche que pone fin a la guerra. Los segundos le entregan el mando-poder a los primeros con el encargo de que detengan ‘la multitud desenfrenada’.
A partir de la ‘Revolución de Abril’ de 1870 queda firmemente establecido el tiranuelo que, a lo largo de este tiempo republicano, se mantiene incólume. Ha tomado la modalidad dictatorial o democrática, violenta o electoralista, populista o doctrinaria.
Los tiranuelos de la fuerza caudillista, militarista y personalista ocupan el mayor espacio republicano. De Páez a Pérez Jiménez con escasos intervalos.
Y éstos dan paso a los tiranuelos democrático-electoralistas, que hicieron de la maquinaria del fraude-trampa electoral la primera arma de manipulación y sometimiento.
Hoy estamos frente a unos tiranuelos que se presentan como bolivarianos, de izquierda, revolucionarios y socialistas-comunistas, que han puesto a andar un proyecto internacional apegado a los lineamientos del neocomunismo. De allí surge el llamado socialismo del siglo XXI.
En este punto se juntan dos fracasos: el socialista y el bolivariano original, el del Bolívar que, al final de su ruta entiende haber arado en el mar porque la independencia no va más allá de una anarquía devoradora, una desunión atronadora y un personalismo-autoritarismo que él mismo puso en acción.
Un fracaso, además, que se fue labrando desde el propio inicio de una ‘gesta emancipadora’ que tenía el sello de los intereses de una clase que tiene en Bolívar su máximo representante.
Y es precisamente desde esa posición desde donde se acometen acciones que a la larga conforman el cuadro de una profunda derrota. En su conjunto los mantuanos enfrentan los movimientos independentistas que no estén promovidos por ellos y esto se evidencia en la delación, persecución y enfrentamiento a los dirigentes de la conspiración y en particular a Gual y España.
Y la continuación de esta siembra de fracasos puede verse luego a nivel de un jefe militar, que participa directamente en la entrega de Miranda a las fuerzas enemigas, a sabiendas de que difícilmente podía salvar la vida y que hace fusilar a Piar para mostrar su disposición a imponer una autoridad que no aplica ni puede aplicar al conjunto de los jefes militares, que también ven en el defenestrado un peligro para muchas ambiciones.
El hilo de las derrotas tiene también la expresión de una labor militar en la que quedan planteadas interrogantes de mucho peso relacionadas a si hay o no capacidad criminal en la Guerra a Muerte, en la expedición hacia oriente o en el capítulo de los ajusticiamientos.
Y esta secuencia de derrotas se acrecienta en el proceso de la desintegración de la Gran Colombia. En esta experiencia queda plasmada la condición de solitario y fracasado que acompaña y define a Bolívar.
Él es la base y fundamento de una escuela de héroes y caudillos que aún padecemos y que tiene en el máximo representante del ‘socialismo bolivariano’ un continuador de la derrota de Bolívar.
Y esa es la realidad que hoy enfrentamos. La reedición de los viejos y fracasados empeños hegemónicos que ignoraron e ignoran al colectivo, utilizándolo como permanente instrumento para garantizar la dominación de cúpulas violentas y destructoras de todo porvenir.
Un mal del que se alimentan democracias y revoluciones en una disputa sin fin por un botín que incluye la condena a la exclusión y el padecimiento a un colectivo reducido a simple masa.
Un conflicto entre propietarios de uno u otro signo cuyo único punto de concordancia es mantener a raya a una ‘masa’, a la que se le impide, por medios represivos o conminatorios, toda organización y conciencia que se distancie del poder correspondiente.
Esa ha sido y es nuestra gran tragedia, de la cual sólo podremos salir cuando ese colectivo, conformado por individuos conscientes y organizados, se enfrenten a través de acciones pacíficas pero contundentes, ideológicas y no militaristas, de construcción que no de destrucción, a usurpadores y beneficiarios de un poder del cual se autoproclamaron héroes, caudillos y jefes únicos, con el indeleble sello del fracaso y la derrota en su frente.
Esto está presente en la conciencia de Bolívar cuando en sus últimas horas dice al general Rafael Urdaneta: Muero expatriado, muero sin patria. Una expresión que el golpista-presidente le comenta a Fidel Castro (14-07-09), y a lo que éste responde: Ni tú ni yo moriremos así. Pero nadie sabe a esta hora que obra habrán adelantado para salir de la Escuela de la Derrota que gravita sobre los ex-países de Cuba y Venezuela. abm333@gmail.com
Agustin Blanco Munoz. El Universal, 24 de julio del 2009.
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