LA  IGLESIA ALIADA A LOS TIRANOS TOTALITARIOS  
Por Hugo J. Byrne, California, septiembre 24 --
 No es fácil hacer una 
crónica de la  actualidad en comentarios semanales. Tal es el caso de la
 novel alianza entre  el régimen totalitario castrista, Washington y el 
Vaticano. Esa componenda  tiene diabólicas implicaciones a la justicia, 
la libertad, la moral, la razón y  la fe y es peor que imposible de 
narrar brevemente: hay material en ese tema  para escribir diez tomos.
Aún así, no me arredra hacerlo en  brevedad, 
utilizando su contexto histórico. Sé que ello podría acarrear el  
disgusto de muchos entre mis lectores y eso me apena. Tengo amigos y 
hermanos  que son católicos prácticos y agraviarlos sería doloroso. Entre
 ellos los hay que conozco desde mi niñez, antiguos compañeros  de 
trabajo, muchos leales guerreros en la lucha violenta contra la tiranía,
  tanto en la Cuba de 1961 como en el exilio y, entre ellos, mis 
antiguos  compañeros de armas en el Ejército de Estados Unidos.
No obstante creo que más ofensivo  fuera si tratara
 el tema con hipocresía. La realidad es que nací de una familia  muy 
devota y permanecí católico romano durante toda mi juventud. El 
aprendizaje  de la historia junto a los presentes agravios, cambió eso 
radicalmente.
 Al centro Benito Mussolini. A su derecha el Cardinal 
Prieto Gasparri    (ambos sentados) luego de intercambiar lass 
ratificaciones del Tratado en la Sala de las Congregaciones,
Al centro Benito Mussolini. A su derecha el Cardinal 
Prieto Gasparri    (ambos sentados) luego de intercambiar lass 
ratificaciones del Tratado en la Sala de las Congregaciones, 
el 
Vaticano, el 7 de junio de 1929
  El 11 de febrero de 1929 y en una  lujosa sala 
del Palacio de Letrán en Roma, se firmaron los tratados que llevan  su 
nombre y que dieron entidad legal  e independencia al contemporáneo Estado Vaticano.
 El Papado había sido  antaño un centro de 
considerable poder político y militar. Los dramáticos  cambios sociales 
en Europa durante los pasados tres siglos, disminuyeron  
considerablemente ese poderío e influencia.
Me limito hoy a escudriñar la  relación de 
causa-efecto entre la naturaleza temporal de la Iglesia de Roma y  la 
religión, que es eterna para cualquier iglesia organizada.
Estoy analizando una iglesia que se fundamenta  en 
una fe monoteísta y civilizada. No considero legítima a otra que demanda
 conversión  a la fe so pena de la vida. Eso no representa una fe real 
sino una secta  fanática de sangrientos asesinos. Asesinos que son 
también miserables cobardes,  pues ocultan sus caras criminales durante 
la comisión de sus inenarrables fechorías.
Las relaciones entre la iglesia  Católica Romana y 
el estado italiano habían sido hostiles durante más de  sesenta años 
antes de 1929. El Reino de Italia era secular y manifestaba  
resentimiento anticlerical no totalmente injustificado hacia la Iglesia y
 sus largos  e históricos entendimientos con el enemigo austriaco. El 
Rey de Italia era por  esa época Vittorio Emmanuelle III, de la Casa de 
Saboya, beneficiaria de la  unificación italiana. Vittorio era un 
monarca minúsculo en estatura, quien se  tornaría en casi un títere de 
Mussolini hasta que este fuera derrocado por sus  propios partidarios 
fascistas tras la victoriosa invasión aliada de Sicilia en  1943.     
Los firmantes de los tratados de  Letrán fueron por
 parte de la Iglesia, Pietro Cardenal Gasparri y por el estado  italiano
 su entonces Primer Ministro, pero ya virtual mandamás y jefe supremo  
del Fascio, el antiguo editor socialista y ex simpatizante marxista, 
Benito  Mussolini. 
Para el régimen de Mussolini apuntalar  a la 
Iglesia era un paso diplomático muy beneficioso que recibiera aprobación
  universal, incluyendo la venia de un futuro enemigo acérrimo y 
estadista sagaz:  Winston Churchill. Para el Papado, fue una movida 
política muy provechosa: el arte de aprender a convivir  ventajosamente con una tiranía totalitaria y opresora.
Pasemos a la mitad de la segunda  década del siglo 
XXI con la visita oficial a Castrolandia del jesuita Jorge  Bergoglio, 
convertido en Papa Francisco por el voto mayoritario de la Curia. Su
 elección al papado incluyó el voto  del Cardenal cubano Jaime Ortega y 
Alamino, antiguo inquilino involuntario de  la UMAP (“Unidades Militares
 de Ayuda a la Producción”). 
Esas vacaciones forzosas del futuro  Cardenal las 
disfrutó Su Eminencia en los tiempos cuando Castrolandia perseguía  
sañudamente a muchos homosexuales. Por supuesto, no a todos. El finado 
antiguo  director del ICAIC (“Instituto Cubano de Artes e Industria 
Cinematográfica”),  Alfredo Guevara, era notorio homosexual fuera del 
closet pero nunca lo  persiguieron ni arrestaron y siempre disfrutó a 
plenitud las múltiples  privilegios acordes a la élite castrista. 
La preferencia sexual del Cardenal Ortega  es 
asunto de él y tema que no me incumbe ni que interese a los lectores. La
  cito sólo para facilitar un mejor entendimiento histórico de su 
controvertida  personalidad. Lo que rechazo con  indignación vehemente es que se refiera al exilio cubano como a “la gusanera de  Miami”:
 Ortega es sólo un miserable cobarde quien, víctima o no de  chantaje, 
ha consistentemente usado desde entonces su jerarquía en la Iglesia para
  defender los infames intereses de la tiranía castrista. 
Jorge Cardenal Bergoglio, es ahora  el Papa 
Francisco y principal alcahuete voluntario del grotesco romance político
  entre el tirano substituto Raúl Castro y la administración Obama. A  
continuación hago referencia a sus expresiones en favor del poder 
eclesiástico,  del que es genuino partidario y convencido ortodoxo:
“Nadie debe caer en la tentación de  creer en el avance de la fe fuera de la Iglesia”. “Usted no puede amar a Dios fuera de la  Iglesia y no puede lograr la salvación del alma por sí sólo”.
Ese apostolado es tradicional de la  Iglesia, pero 
en Bergoglio particularmente sugiere un enorme apetito a un poder  
político temporal y absolutista, el que  pretende disimular con su sonrisa bonachona. Un ejemplo de ello es su  intervención en un cónclave de obispos iberoamericanos en 2007: “Vivimos  en medio de la parte más desigual del mundo, la que más se ha desarrollado y la  que menos ha reducido la miseria”.
 ¿Se refería el sacerdote populista  sólo a la Argentina o a 
Iberoamérica? ¿Denunciaba el clientelismo endémico y  corrupto que pasa 
por capitalismo en las sociedades al sur del Rio Grande?  No. Su alma 
furtiva pretende desconocer que  las diferencias más abismales del poder
 contemporáneo residen en las naciones  víctimas de las “panaceas 
totalitarias” cómo Corea del norte y Cuba.  “Pretender” es en esto la 
palabra clave: Bergoglio  no es ignorante.
La novelista Ayn Rand escribió en  una de sus obras que “Aquellos
 que pretenden desconocer la  diferencia entre el dólar y el látigo 
están, más tarde o más temprano, destinados  a aprenderla en sus 
espaldas”. Pero como afirmara el estibador-filósofo  Eric Hoffer en su obra maestra “The true believer”, “…los líderes mesiánicos  raramente responden por sus errores. Son sus seguidores quienes sufren”.
La diatriba de Bergoglio era en  general contra el 
sistema económico que disfruta, pero el que al mismo tiempo  detesta y 
resiente: el libre mercado. No,  amigo lector, no es contra “los excesos” del capitalismo, sino simple y  claramente contra el capitalismo. 
  En Bergoglio no encontramos un líder creyente y confundido al apreciar
  ciertas realidades, sino alguien quien decide cerrar los ojos ante 
ellas o  mantenerlos abiertos e ignorarlas. 
El video que capta una demostración  de protesta 
suprimida a empellones por los esbirros de la Seguridad del Estado  
castrista a pocos metros al frente del “Papamóvil”, se da de cachetes 
con las  posteriores declaraciones del prelado, quien afirmó no haber 
visto ni oído  nada.
 Recordemos lo afirmado por uno de los más elocuentes próceres de la  Revolución Americana, Patrick Henry; “Hay
 quienes teniendo ojos deciden no ver  y teniendo oídos, no oír. Por mi 
parte, quiero saber todo cuanto de malo ocurre  para tratar de 
corregirlo”.
¿Quién puede sorprenderse de que  Bergoglio se 
reúna con los genocidas hermanos de La Habana y les lleve regalos  en 
calidad de Jefe de un influyente Estado Ecuménico? Me pregunto, ¿sobre 
qué  habló Bergoglio con los sangrientos tiranos? ¿Quizás de “justicia social”? 
¿Habló sobre los “grandes logros”  de un sistema 
totalitario al que evidentemente considera superior a nuestras  
libertades? Quizás se refirió al “calentamiento global”, tema que 
discutirá con  el Mesías de aquí. ¿Qué planeará hacer  con 
los eminentes científicos quienes en números crecientes ya no comparten 
sus  superficiales y desacreditadas teorías ambientalistas? ¿Lo mismo 
que con Copérnico  y Galileo?
Finalmente, es importante que haga  referencia al 
motivo por el que llamo a Bergoglio por su apellido cristiano y  no por 
el nombre que adoptara como Pontífice. Este punto puede ser comprobado  
por los amables lectores si consultan con alguien que me conozca 
personalmente.  Existen sólo dos grupos de individuos a quienes me 
refiero siempre por el  apellido.  O bien que sean quienes  respeto, o aquellos con los que no deseo  intimar. 
Raúl Castro ejecutando a un  oponente en la Sierra Maestra
y en Roma con el Papa Bergoglio en el Vaticano.
REMISIÓN:  Luis Marín. 
IMAGEN SUPERIOR: Cortesía de FRENTE PATRIÓTICO



 
 

 
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