En 1804, hace poco más de 200 años, apenas ayer, el francés Francois Depons, en un libro dedicado a lo que por esos días se denominaba la parte Oriental de Tierra Firme, hoy el oriente de Venezuela, contaba acerca del supuesto origen de la población de Güiria, situada en lo que actualmente es el estado Sucre, en la costa del golfo de Paria. En el libro, Depons refería que en la costa de ese golfo se ubican los pueblos de Güiria y Guimina, y que ambos estaban, en sus propias palabras, dichas apenas ayer, “habitados por españoles y franceses, provenientes de Trinidad, que abandonaron aquella Isla cuando la ocuparon los ingleses en 1797.”
Esos hombres, que no eran en realidad los primeros habitantes de ese pueblo de Güiria -pero eso no importa acá-, llegaron a esas costas huyendo y salvaron sus vidas, las salvaron y pudieron incluso prosperar pues aquel poblado del que hablaba Depons, sobrevivió en el tiempo y llegó a ser incluso, como es hoy, la capital de municipio y, como fue ayer, pues ya la dictadura destruyó todo rasgo de progreso, un importante puerto marítimo venezolano sobre las aguas hoy bañadas de sangre del océano Atlántico, ese mar inmenso que se ha vuelto tumba para 19 venezolanos, incluidos varios niños.
Del ayer al hoy, curiosa ironía de nuestra historia, por la que aquellas costas fueron ayer oportunidad para quienes huían y hoy se volvieron tumba para los que hacían lo mismo, huir.
Se ha convertido entonces esa costa del golfo de Paria en el último y más reciente escenario de esta tragedia; sí, porque, que nadie se espante, este dolor y también este horror que sentimos hoy por la aparición de los 19 cadáveres de venezolanos provenientes de un doble naufragio, esta nueva cachetada en nuestras adormecidas consciencias, no es algo nuevo ni fortuito: se trata de un doble naufragio, porque estas 19 víctimas del naufragio del peñero en el que fueron devueltos desde la Isla de Trinidad son también víctimas de un naufragio aún mayor, el de un país entero, ese mismo naufragio que ha hecho morir de frío a otros venezolanos que iban a pie en páramos colombianos huyendo, ese mismo naufragio por cierto que mató a Neomar Lander, a los cientos que han muerto por la represión, a los cientos de miles que han muerto anónimos y víctimas de la delincuencia.
Un país de náufragos, porque eso nos hemos vuelto tras este inmenso gran naufragio como sociedad, un país que naufragó y que en ese hundirse ha lanzando a muchos de sus hijos a morir naufragando en su propio mar, huyendo de su propia tierra para poder vivir; y me perdonan tanta redundancia pero es que es esto de lo que se trata, del naufragio de un país, es lo que somos, un país de náufragos: somos, ya lo dijo alguien, “un luto en gerundio”, un dolor que no cesa, una tragedia en tiempo presente.
Pidamos paz para las 19 almas de quienes fallecieron por querer vivir; para ellos pidamos paz, para nosotros pido memoria...