DESPERTANDO EL ALMA
    SEP 13. REFLEXIÓN DEL DÍA.
    UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
    (Padre Lucas Prados)
    Hace ya muchos,  pero que muchos  años, un grupo  de misioneros jesuitas  desembarcó en las costas  de Brasil y siguiendo el río Paraná  se dirigieron hacia  poblados del interior de Paraguay. Llegados a uno de ellos, se detuvieron durante  varias semanas y comenzaron a predicar sobre la necesidad de conocer a Cristo y bautizarse para entrar en su Reino. Les hablaron de la existencia de un cielo y de  un infierno, del pecado y de la virtud …
    Estos bravos jesuitas  lo hacían con tal convicción y alegría que muchos de los que los escuchaban se acercaban para convertirse y seguir a Cristo. Uno de ellos  fue Arami, el joven indio  que pasará ahora a ser el  personaje principal de nuestra historia.
    Arami pertenecía a una familia  pobre y no tenía formación alguna. Al oír el mensaje  de los misioneros quedó profundamente conmovido por  las nuevas enseñanzas. Nunca había oído  hablar con tanta claridad de misterios tan profundos. Nunca  había escuchado a nadie decir  que había existido  en tiempos remotos un hombre que también era DIOS y que había  muerto para salvarnos a todos. Atraído por  estas enseñanzas, aunque temeroso y avergonzado, se acercó a uno de los misioneros para ser bautizado y aprender más. Arami deseaba  conocer más profundamente este personaje tan especial al que los misioneros llamaban  indistintamente: Señor, Jesús, Cristo e incluso Maestro.
    Un día le dijeron que si de verdad quería  seguir a Cristo  tenía que cargar  con la cruz cada día. No  entendiendo bien a qué cruz  se referían, les  preguntó lo que  tenía que hacer  para cargar esa cruz  tan maravillosa que le ayudaría  a alcanzar su Reino. Los misioneros le respondieron:
    •      Lo mejor es que hables con Cristo y le pidas que te entregue tu cruz.
    Nuestro querido indio se asombró,  pues creía que Cristo era cosa del pasado y que de Él sólo quedaban sus enseñanzas, por lo que  les preguntó:
    •      ¿Dónde tengo que ir para hablar con Cristo y me dé mi cruz?
    A lo que uno de los misioneros le dijo:
     
    •       Mira, Cristo  se encuentra, precisamente ahora, en el bosque que hay detrás del poblado.  Ha ido allí para cortar cruces para los nuevos conversos.
    Inquieto, nervioso y alegre, se dispuso nuestro  querido Arami a ir al bosque para encontrarse con el  que ahora había pasado a ser su Señor. Una vez en el bosque,  oyó un repetido golpe de hacha; y de vez en cuando, un árbol que caía. El ruido se fue haciendo más cercano y fuerte hasta  que llegó donde estaba  Cristo. Una vez allí le preguntó:
    •      Si tú eres Cristo, vengo a que me des mi cruz. De ahora  en adelante quiero seguirte a donde tú  vayas cargando con mi cruz.
    Jesús lo miró a los ojos con profundo amor,  y dirigiéndose a los árboles  que ya estaban caídos, tomó dos  de ellos, los recortó un poco, les dio la forma de cruz y se lo entregó diciendo:
    •       Mira, creo que ésta te irá bien. Eres un hombre joven y fuerte, por lo que no será mucho peso para ti.
    La verdad es que la cruz, muy, muy preparada no  estaba. Se trataba prácticamente de dos troncos  cortados a hacha, sin ningún  tipo de terminación ni arreglo. Era una cruz de madera  dura, bastante pesada, y sobre  todo muy mal terminada.
    El joven al verla pensó que Jesús no se había esmerado  demasiado en preparársela, pero no estaba en condiciones de quejarse nada más empezar.  Como quería realmente entrar en el Reino, se decidió  a cargarla sobre sus hombros,  y siguiendo las huellas del Maestro, comenzar  el largo camino hasta  la llegada a ese maravilloso lugar.
    No había hecho más que empezar, cuando hizo también su aparición el  diablo. Es su costumbre hacerse presente en esas ocasiones, porque donde anda DIOS,  acude rápido el diablo.
    Desde atrás gritó el diablo al joven diciendo:
     
    •       ¡Olvidaste algo!
    Extrañado por aquella  llamada, miró hacia  atrás y vio al diablo  que se acercaba sonriente con un hacha en la mano para entregársela.
    •      Pero ¿Cómo?  ¿También tengo que llevarme el hacha? – preguntó  molesto el muchacho.
    •      No sé -dijo el diablo haciéndose el inocente. Pero creo es conveniente que te la lleves por lo  que pueda pasar en el camino. Por lo demás, sería una lástima dejar abandonada  un hacha tan bonita.
    La propuesta le pareció tan razonable que, sin pensar demasiado, tomó  el hacha y reanudó su viaje.
    El camino se iba haciendo  cada vez más duro; primero,  por la soledad. Creía que lo haría con la visible compañía del Maestro, pero Él se había ido,  dejando sólo sus huellas. Siempre  la cruz encierra la soledad, y a veces la ausencia que más duele  en este camino  es la de no sentir  a DIOS a nuestro  lado.
    El camino también  era duro por otros motivos.  Hacía frío en aquel invierno  y la cruz era pesada. Parecía como que los salientes se empeñaran en engancharse por todas partes  a fin de retenerlo; y se le incrustaban en la piel para  hacerle más doloroso el camino.
    Una noche particularmente fría, se detuvo  a descansar en un descampado. Depositó la cruz en el suelo, a la vez  que tomó conciencia de la utilidad que podría brindarle el hacha. Lo cierto es que el joven se puso a arreglar la cruz. Con  calma y despacito le fue quitando los nudos que más le molestaban. Con  ello consiguió dos cosas, por un lado,  mejorar el madero;  y por otro, encender un fuego  con la madera que le había quitado  a la cruz. Y así esa noche durmió tranquilo.
    A la mañana  siguiente reanudó su camino. Y noche tras  noche su cruz  fue mejorada por el trabajo que en ella iba realizando. Mientras  su cruz mejoraba  y se hacía más llevadera, conseguía también  tener la madera necesaria para hacer fuego cada noche.
    Casi se sintió  agradecido al demonio  porque le había  hecho traerse el hacha consigo. Después de todo había  sido una suerte  contar con aquel  instrumento que le permitía arreglar  la molesta cruz.
    La cruz tenía  ahora un tamaño  razonable y un peso mucho  menor. Bien pulida,  brillaba a los  rayos del sol, y casi no molestaba al cargarla sobre sus hombros.  Achicándola un poco más, llegaría finalmente a poder levantarla con una sola mano como un estandarte, para así identificarse ante los demás como seguidor del Crucificado. Y si le daban tiempo,  podría llegar a acondicionarla hasta tal  punto que llegaría al Reino  con la cruz colgada de una cadenita  al cuello.
    Cuando llegó a las murallas  del Reino, se dio cuenta  de que, gracias a su trabajo, estaba  descansado y además podía presentar una cruz muy bonita, que ciertamente quedaría  como recuerdo en la Casa del  Padre.
    Pero no todo  fue tan sencillo. Resulta que la puerta de entrada al Reino estaba  colocada en lo alto  de la muralla. Era una puerta estrecha, abierta casi como  ventana a una altura imposible de alcanzar. Llamó a gritos, anunciando su llegada. Y desde lo alto se le apareció el Señor invitándolo a entrar.
    •      Pero, ¿Cómo, Señor? No puedo. La puerta está demasiado alta y no  la alcanzo.
    •      Apoya la cruz  contra la muralla  y luego trepa  por ella utilizándola como escalera –le respondió  Jesús-. Yo te dejé a propósito los nudos  para que te sirviera. Además, tiene el tamaño justo para que puedas llegar  hasta la entrada.
    En ese momento  el joven se dio cuenta  de que realmente la cruz recibida había tenido sentido  y que de verdad  el Señor la había preparado bien. Sin embargo,  ya era tarde.  Su pequeña cruz,  pulida, y recortada, le parecía ahora un juguete  inútil. Era muy bonita pero no le servía para entrar. El diablo,  astuto como siempre, había resultado mal consejero y peor amigo.
    Pero, el Señor,  que siempre es bondadoso y compasivo, no podía ignorar  la buena voluntad  del muchacho y su generosidad en querer seguirlo.  Por eso le dio un consejo y otra nueva oportunidad.
    •       Vuelve sobre  tus pasos. Seguramente en el camino encontrarás a alguno que ya no puede más y ha quedado  aplastado bajo su cruz. Ayúdale  a traerla. De esta manera  tú le posibilitarás que logre hacer su camino y llegue. Y él te ayudará a ti a que puedas entrar.
    Con qué frecuencia también nosotros nos quejamos de las cruces que el Señor pone sobre nuestros hombros. En muchas ocasiones, también las recortamos y pulimos para que no nos cueste  tanto cargarlas; pero con ello, la cruz pierde  su virtualidad y ya sirve  para poco. Afortunadamente, el amor misericordioso de DIOS, nos dará una segunda oportunidad, invitándonos a ayudar  a quien esté cargando con una cruz realmente  pesada. Ahora, juntos  los dos, podremos  llegar a la meta; y juntos  los dos, podremos entrar en su Reino.
    Acude y caminemos,  y cruzaremos juntos por el vado, y  entrambos buscaremos las  huellas del Amado, hasta que al  fin lleguemos a su lado.
    LO SIENTO; POR FAVOR, PERDÓNAME, TE AMO, GRACIAS
SOMOS AMADOS Y APRECIADOS MUCHÍSIMO Y PARA SIEMPRE
NO TENEMOS NADA QUE TEMER
NO HAY NADA QUE PODAMOS HACER MAL
YO SOY HIJO DE DIOS Y POR LO TANTO HEREDERO DE TODAS LAS RIQUEZAS DEL UNIVERSO
ARSENIO GONZÁLEZ. EL NEGRO E' MACHA
    CUMANÁ, 13-09-2021
Twitter: @aragonzal