23 septiembre de 2018 - 12:02 AM
Todos, muy correctos, quieren evitar la fuerza, y al final los colombianos podemos ser los más perjudicados. Ellos y nosotros somos como siameses.
La insoportable corrección política que se ha tomado estos tiempos ha hecho que sea casi imposible llamar las cosas por su nombre; “al pan, pan, y al vino, vino”, como suele decirse. Ahora hay que andarse con pies de plomo e ir midiendo cada afirmación que se hace para evitar la turbamulta de imbéciles enardecidos que pueblan las redes sociales. No importa cuán evidente sea el asunto.
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Así, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, aceptó finalmente que la opción de usar la fuerza para sacar del poder al oprobioso régimen de Venezuela es una alternativa que no debe descartarse, pero tuvo que recular. Como si no fuera obvio que esa dictadura jamás dejará el poder por sí misma, la tesis de Almagro no recibió el apoyo que necesitaba en la región, aunque en el interior de Venezuela es casi seguro que una gran mayoría la apruebe.
Por eso, causa asombro que once de los 14 países que conforman el Grupo de Lima (se abstuvieron Colombia, Canadá y Guyana), hayan firmado un comunicado de rechazo a la única salida que puede tener la crisis venezolana en el corto plazo, evitando el sufrimiento de millones de personas y la desestabilización de todo el continente, puesto que ya es un problema de todos, aunque el gobierno de Maduro aduzca que la diáspora de venezolanos es un montaje.
Ciertamente, la posición de Colombia ante la propuesta de Almagro ha sido tibia. Apenas Pacho Santos, embajador ante los Estados Unidos, tuvo la fortaleza para alzar la voz y reiterar la necesidad de no desechar esa posibilidad. Lamentablemente, el presidente Duque desautorizó a su embajador, y el canciller Carlos Holmes Trujillo dijo que el país comparte el rechazo a una intervención expresado por los vecinos, pero que no firmó esa declaración porque no hubo una “coincidencia total” en sus términos. Mejor dicho, que todo bien, todo bien.
Mientras tanto, la situación de Venezuela se agrava, con perjuicio de toda la región. En Colombia ya estamos cerca de tener un millón de venezolanos refugiados en condiciones de miseria, que recorren el país a pie, arman cambuches en los parques de cualquier ciudad y viven como habitantes de calle, dependientes de la caridad humana y el rebusque. La mayoría de ellos trabaja en condiciones de informalidad, compitiendo con la mano de obra local.
Pero, no nos digamos mentiras, si en Colombia hace años que no hay empleo para los nacionales y padecemos una informalidad del 65%, si no hay salud plena y a menudo toca poner tutelas para exigir la atención, si a veces no hay cupos para matricular los niños en un colegio, ¿de dónde vamos a sacar empleos, salud, educación, recreación, viviendas y todo lo que requieren los hermanos venezolanos? ¿Cómo es qué vamos a privilegiar a ciudadanos extranjeros para practicar una solidaridad malentendida?
Tal parece que, entre otras cosas, no hemos sopesado bien el tamaño del problema. Si ya se siente el caos con menos de un millón de refugiados, ¿qué vamos a hacer cuando sean dos millones o cuando sean cinco? ¿Los vamos a dejar entrar de manera ilimitada o cómo vamos a controlar una frontera de más de 2.000 kilómetros? Es preciso entender que el colapso de Venezuela puede provocar nuestro colapso también.
Por otra parte, es obvio que nada puede justificar la xenofobia, pero muchos venezolanos ya están delinquiendo en nuestro país y eso sí es difícil de aceptar. Lo peor es que puede generar un rechazo violento hacia los inmigrantes del país vecino. Además, el gobierno de Maduro podría generar un conflicto con Colombia para ocultar su crisis. Ya nos amenazaron con dividir a Colombia destruyendo los puentes sobre el río Magdalena, y bien dice el senador Rodrigo Lara que carecemos de defensas antiaéreas.
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En realidad, hay que ser francos y dejarse de palabrería. La dictadura vecina ni se cae sola ni lo hará por presiones diplomáticas: así, Cuba lleva sesenta años cayéndose. Por ahora, todos, muy correctos, quieren evitar la fuerza, y al final los colombianos podemos ser los más perjudicados. Ellos y nosotros somos como siameses, y un siamés no puede vivir pegado del cadáver de su hermano.
FUENTE:
Artículo, por cortesía de EL MUNDO / Medellín / Colombia