Hoy, ilustre compatriota, estarías cumpliendo 232 años de edad, y te 
imagino, entonces, inmerso en estos adelantos comunicacionales que tanto
 te hubieran facilitado la vida en campaña, sin embargo el motivo de mi 
correspondencia no es tanto para felicitarte como para informarte que 
tenías mucha razón – cualidad que por cierto le falta en demasía a los 
usufructuarios actuales de tu pensamiento político, que, como aseguraba 
Andrés Eloy Blanco, es oceánico, le sirve a todos y para todo – cuando, 
ya en el otoño de tu vida, pero apenas con 46 años, con la amargura en 
el corazón, gritando que habías arado en el mar, escribías esta verdad 
templaria: “…la destrucción de la moral pública, causa bien pronto la 
disolución del Estado”. Y eso, estimado Don Simón, lo estamos viviendo 
los venezolanos a raíz de la imposición por la ignorancia – ¿recuerdas 
tu sentencia de que “un pueblo ignorante es instrumento ciego de su 
propia destrucción?, ¿aquel que toma la licencia por la libertad, la 
traición por el patriotismo, la venganza por la justicia?”, pues así ha 
sido – de un gobierno revolucionario que actuando en tu nombre, para 
ganarse el fervor popular, con la actitud demagógica que confiere 
patente de impunidad a la soberanía popular, obviando tu reflexión: “la 
soberanía del pueblo no es ilimitada, porque la justicia es su base y la
 utilidad perfecta le pone término”, procedió a la destrucción 
sistemática de los valores y normas que hasta entonces habían servido de
 dique a los desmanes del poder corrompido, que, siempre ha existido, y 
tú lo sabes, recordando lo que escribiste a Santander en 1827 sobre “la 
inicua administración de robo y rapiña que ha reinado en ese Bogotá”, 
pero que en estos tiempos ha puesto en riesgo la existencia misma del 
Estado, y me atrevo a molestarte con el cuento, estimado don Simón, 
porque te encargaste de dejar bien claro que: “Venezuela es el ídolo de 
mi corazón y Caracas es mi patria, juzgue usted cuál será mi interés por
 su prosperidad y engrandecimiento”, lo que significa que te es 
importante conocer de primera mano la situación en la cual la rastrera 
locura castrofílica ha sumido al ídolo de tu corazón, que tuvo la 
oportunidad de enrumbarse ciertamente hacia su prosperidad y 
engrandecimiento, sin embargo, te lo confieso,  no hubo celo en el 
cuidado del tejido social, y se permitió que de los estadios 
empobrecidos de la población brotaran millones de seres de destino 
incierto, sujetos a las tentaciones del facilismo derivado del 
parasitismo político y delictivo, con las nefastas consecuencias que 
fácilmente podemos inferir, sobre todo para el afianzamiento de la 
inescrupulosidad gobernante, que ha certificado tu predicción a Juan 
José Flores en noviembre de 1830: “…este país caerá infaliblemente en 
manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi 
imperceptibles, de todos colores y razas”, con la alarmante destrucción 
de las posibilidades de futuro para nuestra juventud estudiosa que, tal 
como lo predijiste no puede “hacer otra cosa sino emigrar”, porque el 
país entero se ha visto sometido a un desmontaje sistemático de toda 
referencia de progreso, civilidad y modernidad, siguiendo instrucciones 
ideológicas de un proyecto históricamente fracasado, dirigido por la 
decrepitud mental y moral que hundió su nación en la más espantosa 
pobreza, lo que anuncia la barbarie que nos aguarda, concediéndote de 
nuevo la razón, cuando afirmaste: “…si fuera posible que una parte del 
mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la 
América”, claro te referías en ese momento a Colombia la grande, pero 
debo decirte que salvo Venezuela, todas las demás naciones nacidas de tu
 brazo y de tu pensamiento, incluyendo a la indefensa Bolivia, han 
logrado escapar al maligno influjo que destruye tu patria, pues 
solamente el actual estado  económico, social y político de Venezuela, 
se aproxima a tu visión apocalíptica. Y en las calles se respira el 
agrio olor de la barbarie, traducido en miedo, incertidumbre y 
resignación. Pues, la renuncia a las responsabilidades del estado por el
 costo político que conllevan, porque el fin último de la secta es el 
poder, han colocado al ciudadano de bien, al productivo y responsable, 
aquel que con su moral mantiene todavía algunos vestigios de 
civilización en la república, en la más deplorable condición de 
indefensión. La palabra patria es un alegato para justificar la 
ineficiencia y la cobardía. Y bajo su bandera se ocultan la corrupción y
 la traición. Las manos que izan el símbolo que ondeó en Puerto Cabello 
anunciando el fin del poder español en Venezuela, como tributo a tu 
hazaña singular, están hoy sumidas en vergüenza. Son la base de 
sustentación de un régimen caracterizado por el sectarismo, la coacción y
 la injusticia, aunado a la incompetencia y la impunidad para premiar la
 incondicionalidad con el enriquecimiento ilícito – ¿cuántos de estos 
“próceres” habrías fusilado por robarse de “diez pesos hacia arriba? – 
del que nada podemos esperar los hombres de mérito, pues, tal como 
escribiste a Santander en 1823, “no hay esperanza de justicia donde no 
se encuentra ni equidad ni talento para manejar los grandes negocios, y 
negocios de que depende la vida del Estado”. Y también la vida de la 
república, porque “la justicia sola es la que conserva la República”, 
máxima tuya que resalta tu valoración de la justicia a la que llamaste 
“reina de las virtudes republicanas”. Pero, a pesar de su marcha 
atrabiliaria, a contrapelo de tu pensamiento político, se atreven a 
adjetivarse “bolivarianos” mientras dilapidan las arcas de la república,
 contraviniendo tu mandato a Sucre en 1826: “…sobriedad absoluta en el 
gobierno es el único remedio”. Y, de esa manera contradictoria, te 
ofrendan, profanado tu nombre: Recuas de delincuentes son llevados al 
Panteón donde reposa tu historia. La bandera de un país esclavizado por 
la más larga tiranía del continente ofende tu memoria en tu sepulcro. 
Réplicas de tu espada, de la que te otorgó el Congreso del Perú, han 
sido obsequiadas a los más impresentables tiranos del mundo algunos de 
los cuales han perecido bajo la hoz implacable de la justicia o de la 
venganza de sus oprimidos. Y así, sucesivamente, estimado Don Simón. 
Pero a pesar de todo, seguimos tu ejemplo de amor por Venezuela y te 
deseamos en la voz de  millones de tus compatriotas: ¡¡Feliz 
cumpleaños!!
Rafael Marrón G.  –  @RafaelMarronG
FUENTE: El Columnero  





