Fin de la farsa
MIGUEL BAHACHILLE M.
| EL UNIVERSAL
lunes 17 de enero de 2011 08:26 PM
Si alguna luminiscencia
ha de reconocérsele a Chávez es la capacidad de manipular a los pobres
para justificar su pésima gestión administrativa y social no obstante
haber dilapidado casi un billón de dólares en 12 años. Se esmera, más
que construir, por especular con las emociones tratando de crear una
sensación de progreso socialista. Nadie sabe cuándo se reúne el
gabinete para examinar los estridentes conflictos que agobian a la
mayoría ni en qué momento se produce seguimiento a la gestión de los
coagentes del régimen. Todo el mundo observa con perplejidad cómo se
hunde el país mientras funcionarios de nivel alto y medio pernoctan
ancorados en una silla oyendo las hazañas presidenciales. ¿Lleva alguien
el control de las inversiones?; ¿está el Presidente al tanto de la
gestión de sus ministros?; ¿cómo se esfumó esa cuantiosa suma mientras
el lúgubre trío encomendado a asuntos económicos anuncia una devaluación
del bolívar de 67%?; ¿y cómo se justifica la ruina del sistema
productivo y de la infraestructura del país?
Nada de eso importa. Los planes sociales y económicos del Gobierno son fraguados por el jefe de forma visceral y anunciados, eso sí, en cadena de radio y TV. Alguien se ocupa de convocar a los discípulos del Presidente para que coreen y aplaudan sus fardos subrepticios aunque estos carezcan de utilidad y abunden en utopías. Señalaba Elías Canetti, premio Nobel de Literatura en 1981, que nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Chávez evade sus deberes de Estado porque los desconoce. Intenta preservarse en el poder mediante tretas que aprendió en la carrera militar y que por razones de formación son de carácter rancio como la bravuconería pública. Es muy fácil envalentonarse teniendo bajo su égida a todas las instituciones del Estado.
El Presidente elude el contacto con lo que le es extraño; como por ejemplo planificar el futuro dentro de fundamentos republicanos. Teme al pluralismo de la Asamblea, a conversar, convenir, ceder y admitir errores porque no fue educado para ello. Sus promesas llegan a nada porque surgen de noche, a oscuras, y no por el trabajo sesudo de los peritos en cada área. Se ha especializado en prorrogar ofertas en el tiempo jugando con la esperanza del los más humildes. Viviendas, seguridad, salud, entre muchas, son ofrendas que han caído en el vacío. Cuando corresponde hacer ajustes que inciden negativamente en el estatus de vida individual y colectiva, como la devaluación, encarga al patético trío de la economía para que anuncie que no fue una depreciación de la moneda sino una necesaria unificación que incidirá providencialmente en el bienestar colectivo. Como dirían los camaraditas cubanos: ¡vaya!
No hay más espacio para la evasión. El tiempo no se fabrica sino que transcurre. Las decomisos de productos básicos, confiscación de inmuebles construidos por privados con gran esfuerzo, ocupación de hoteles, represión contra adversarios políticos, escasez y altos precios de productos de la dieta diaria, inacción ante la delincuencia cada vez más cruel, tolerancia con la anarquía como por ejemplo la insubordinación de los conductores de motos, son cuestiones que alertan a la consciencia pública y exacerban la obstinación en detrimento del ímpetu civilista.
Las frecuentes apariciones públicas del Presidente para injuriar a su antojo a quien le venga en ganas y condenar de antemano a algún nuevo e imaginario enemigo ya no surten efecto. Las condiciones sociales hoy distan mucho de las de 1998 cuando prometió felicidad para los más pobres vendiendo una utopía que ya se revela como inservible. La gente exige cada día más que el régimen corrija el rumbo y de una buena vez se dedique a trabajar a ver si queda algo positivo antes del 2012 cuando concluye este apocalíptico período presidencial. El camino a la hecatombe ya está muy empedrado y no resiste más sainetes; ¿no será que la farsa llegó a su fin?
miguelbm@movistar.net.ve
Nada de eso importa. Los planes sociales y económicos del Gobierno son fraguados por el jefe de forma visceral y anunciados, eso sí, en cadena de radio y TV. Alguien se ocupa de convocar a los discípulos del Presidente para que coreen y aplaudan sus fardos subrepticios aunque estos carezcan de utilidad y abunden en utopías. Señalaba Elías Canetti, premio Nobel de Literatura en 1981, que nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Chávez evade sus deberes de Estado porque los desconoce. Intenta preservarse en el poder mediante tretas que aprendió en la carrera militar y que por razones de formación son de carácter rancio como la bravuconería pública. Es muy fácil envalentonarse teniendo bajo su égida a todas las instituciones del Estado.
El Presidente elude el contacto con lo que le es extraño; como por ejemplo planificar el futuro dentro de fundamentos republicanos. Teme al pluralismo de la Asamblea, a conversar, convenir, ceder y admitir errores porque no fue educado para ello. Sus promesas llegan a nada porque surgen de noche, a oscuras, y no por el trabajo sesudo de los peritos en cada área. Se ha especializado en prorrogar ofertas en el tiempo jugando con la esperanza del los más humildes. Viviendas, seguridad, salud, entre muchas, son ofrendas que han caído en el vacío. Cuando corresponde hacer ajustes que inciden negativamente en el estatus de vida individual y colectiva, como la devaluación, encarga al patético trío de la economía para que anuncie que no fue una depreciación de la moneda sino una necesaria unificación que incidirá providencialmente en el bienestar colectivo. Como dirían los camaraditas cubanos: ¡vaya!
No hay más espacio para la evasión. El tiempo no se fabrica sino que transcurre. Las decomisos de productos básicos, confiscación de inmuebles construidos por privados con gran esfuerzo, ocupación de hoteles, represión contra adversarios políticos, escasez y altos precios de productos de la dieta diaria, inacción ante la delincuencia cada vez más cruel, tolerancia con la anarquía como por ejemplo la insubordinación de los conductores de motos, son cuestiones que alertan a la consciencia pública y exacerban la obstinación en detrimento del ímpetu civilista.
Las frecuentes apariciones públicas del Presidente para injuriar a su antojo a quien le venga en ganas y condenar de antemano a algún nuevo e imaginario enemigo ya no surten efecto. Las condiciones sociales hoy distan mucho de las de 1998 cuando prometió felicidad para los más pobres vendiendo una utopía que ya se revela como inservible. La gente exige cada día más que el régimen corrija el rumbo y de una buena vez se dedique a trabajar a ver si queda algo positivo antes del 2012 cuando concluye este apocalíptico período presidencial. El camino a la hecatombe ya está muy empedrado y no resiste más sainetes; ¿no será que la farsa llegó a su fin?
miguelbm@movistar.net.ve
FUENTE: El Universal
IMAGEN: VOLANTES DEL 23 DE ENERO // DISIDENTES DE ALTAMIRA
Remisión: Alberto Rodríguez Barrera