Carta al soldado venezolano
lunes 4 de noviembre de 2013 12:00 AM
Hace poco, una amiga que
enseña historia de Venezuela e instrucción premilitar, me dijo,
entristecida, que no tenía idea de cómo explicar las funciones de las
Fuerzas Armadas venezolanas. Mi consejo fue que explicara aquello que
"debería ser", así como yo intento explicar ética, esa rama de la
filosofía que se considera "práctica", porque no considera tanto lo que
el hombre "es", cuanto aquello a que está llamado a "ser" por
naturaleza, siguiendo su conciencia. Como somos libres y la realidad es
dinámica, no podemos reducir a un ser humano a un solo acto, cerrando
para él la posibilidad de cambiar y ser mejor de lo que fue. Por eso no
se puede generalizar sobre actos libres, supeditados al grado de
consciencia de los individuos. Hay acciones, como robar, mentir, ser
infiel al cónyuge, matar, u omitir responsabilidades (omitir es decidir
no hacer algo que debo), que objetivamente son malas, pero también hay
que considerar las circunstancias que rodearon la acción, tanto como el
grado de advertencia de la maldad intrínseca del acto cometido. Esto no
exime de la responsabilidad, pero ciertos hechos pueden atenuar la
culpa. Por otra parte, los hombres no leemos los corazones; por eso
resulta difícil determinar el grado de claridad de conciencia con que
cada quien obra. De aquí que los juicios humanos sean siempre
imperfectos.
La sinceridad interior, sin embargo, lleva a considerar que las consecuencias funestas de ciertas acciones, tanto como el remordimiento y conflicto interior que inevitablemente genera en uno el mal cometido, lleva a todo hombre, en algún momento de su vida -usualmente crítico- a deducir que "algo" no va bien en lo que ha hecho. Esto, sin juzgar si ha habido o no honestidad a lo largo del camino y en la toma de decisiones. El punto es que no es posible hacer el mal durante toda la vida sin darse cuenta en algún momento.
Las intenciones deben salvarse siempre en todo ser humano, hasta tanto queden al descubierto en engaños demostrables o puedan ser deducidas por acciones reiteradas. En ética, pues, el tema de la intención se atraviesa siempre. Constituye su núcleo; y la sinceridad, su punto de apoyo.
Esto fue lo que se me ocurrió entonces decirle a mi amiga: "explica lo que debería ser". Los alumnos contrastarán y verán lo que "no es". No hace falta hablar mal de nadie. Sencillamente habla de lo que Venezuela espera de sus Fuerzas Armadas, así como en ética se habla de lo que "se espera" que seamos como hombres. Así como uno no es "tan bueno" en ciertos momentos, de igual modo un país sufre desajustes que, de no enderezarse, acaban en desastres nacionales.
Esta conversación coincidió con la tercera visita que he hecho en mi vida a Fuerte Tiuna. Ver la cantidad de edificios con letreros en chino, así como a muchos chinos que supuse eran obreros, me sumió por un momento en la impotencia y la desesperanza. ¿Por qué hemos llegado a esto? ¿Por qué hemos dejado que se venda a la nación a potencias extranjeras? ¿Por qué Cuba dirige a Venezuela?
Pensé en mi amiga y en sus clases, tanto como en esa cantidad de alumnos que intentan comprender la historia de Venezuela, esa historia que estudié en mi bachillerato pensando que vivía en tiempos de democracia: en unos tiempos que serían eternos y sin retrocesos. Hoy comprendo que la democracia no es un "estado" sino un "proceso", tanto como el hombre "ético", siempre en camino de aquel modelo al cual debería procurar ajustarse y, en contraste con él, corregirse y arrepentirse de los pasos mal dados. Un proceso que, en nuestro caso, lo que ahora parece "retroceso" confío nos sirva para impulsarnos y arrasar, como la ola de un tsunami, con toda la basura de mediocridad y mentira que ha pretendido instaurarse.
Allí, en Fuerte Tiuna, me pregunté qué país llevarían nuestros soldados en el corazón. Me resisto a creer que no hayan muchos deseando que sus Fuerzas Armadas sean como "deberían ser". Me resisto a pensar que no haya allí venezolanos de pura cepa, que amen a su país como éste espera ser querido, y que deseen servirnos a todos, siendo garantes de la Constitución, de la libertad, de nuestras raíces, de nuestra cultura, de nuestra soberanía, y de la paz, en definitiva, que todo venezolano se merece. Me resisto a pensar que no exista alguno a quien le inquiete que Venezuela no se gobierne a sí misma y que impere tanta irregularidad interna. No es que ingenuamente intente convencerme de algo sin fundamento, sino que como nunca hay que generalizar, debe haber alguien que disienta.
Cuando me pregunto qué país tendrán muchos en su corazón, intentando comprender lo que no entiendo, me fortalezco confiando en que algunos llevan ése cuya bandera tricolor debería enorgullecerlos lo suficiente como para servirlo bien y demostrar que lo quieren.
Venezuela se los agradecería.
OFELIA AVELLA
La sinceridad interior, sin embargo, lleva a considerar que las consecuencias funestas de ciertas acciones, tanto como el remordimiento y conflicto interior que inevitablemente genera en uno el mal cometido, lleva a todo hombre, en algún momento de su vida -usualmente crítico- a deducir que "algo" no va bien en lo que ha hecho. Esto, sin juzgar si ha habido o no honestidad a lo largo del camino y en la toma de decisiones. El punto es que no es posible hacer el mal durante toda la vida sin darse cuenta en algún momento.
Las intenciones deben salvarse siempre en todo ser humano, hasta tanto queden al descubierto en engaños demostrables o puedan ser deducidas por acciones reiteradas. En ética, pues, el tema de la intención se atraviesa siempre. Constituye su núcleo; y la sinceridad, su punto de apoyo.
Esto fue lo que se me ocurrió entonces decirle a mi amiga: "explica lo que debería ser". Los alumnos contrastarán y verán lo que "no es". No hace falta hablar mal de nadie. Sencillamente habla de lo que Venezuela espera de sus Fuerzas Armadas, así como en ética se habla de lo que "se espera" que seamos como hombres. Así como uno no es "tan bueno" en ciertos momentos, de igual modo un país sufre desajustes que, de no enderezarse, acaban en desastres nacionales.
Esta conversación coincidió con la tercera visita que he hecho en mi vida a Fuerte Tiuna. Ver la cantidad de edificios con letreros en chino, así como a muchos chinos que supuse eran obreros, me sumió por un momento en la impotencia y la desesperanza. ¿Por qué hemos llegado a esto? ¿Por qué hemos dejado que se venda a la nación a potencias extranjeras? ¿Por qué Cuba dirige a Venezuela?
Pensé en mi amiga y en sus clases, tanto como en esa cantidad de alumnos que intentan comprender la historia de Venezuela, esa historia que estudié en mi bachillerato pensando que vivía en tiempos de democracia: en unos tiempos que serían eternos y sin retrocesos. Hoy comprendo que la democracia no es un "estado" sino un "proceso", tanto como el hombre "ético", siempre en camino de aquel modelo al cual debería procurar ajustarse y, en contraste con él, corregirse y arrepentirse de los pasos mal dados. Un proceso que, en nuestro caso, lo que ahora parece "retroceso" confío nos sirva para impulsarnos y arrasar, como la ola de un tsunami, con toda la basura de mediocridad y mentira que ha pretendido instaurarse.
Allí, en Fuerte Tiuna, me pregunté qué país llevarían nuestros soldados en el corazón. Me resisto a creer que no hayan muchos deseando que sus Fuerzas Armadas sean como "deberían ser". Me resisto a pensar que no haya allí venezolanos de pura cepa, que amen a su país como éste espera ser querido, y que deseen servirnos a todos, siendo garantes de la Constitución, de la libertad, de nuestras raíces, de nuestra cultura, de nuestra soberanía, y de la paz, en definitiva, que todo venezolano se merece. Me resisto a pensar que no exista alguno a quien le inquiete que Venezuela no se gobierne a sí misma y que impere tanta irregularidad interna. No es que ingenuamente intente convencerme de algo sin fundamento, sino que como nunca hay que generalizar, debe haber alguien que disienta.
Cuando me pregunto qué país tendrán muchos en su corazón, intentando comprender lo que no entiendo, me fortalezco confiando en que algunos llevan ése cuya bandera tricolor debería enorgullecerlos lo suficiente como para servirlo bien y demostrar que lo quieren.
Venezuela se los agradecería.
OFELIA AVELLA
FUENTE: EL UNIVERSAL