IMAGEN: Juan Manuel Santos y su esposa detuvieron el desfile militar para saludar y llenar de besos
al “comando” Esteban Santos.
El papel higiénico de la familia presidencial
Por Ricardo Puentes Melo
Julio 24 de 2013
Cada vez que tengo la oportunidad,
recuerdo a mis lectores que la mayoría de los colombianos desprecian
absolutamente su historia y que esa es la razón por la cual siempre
caemos en los mismos errores del pasado sin aprender jamás.
Tan cierto es, que durante décadas hemos
permitido que los asesinos internacionales obedientes a Fidel Castro
estrangulen la verdad y presenten como historia oficial, en escuelas,
universidades y academias lo que el castrocomunismo ordena desde La
Habana.
El afecto atávico que Colombia ha
guardado por las instituciones militares desde tiempos ancestrales, lo
han ido transformando poco a poco, puntada a puntada, en un miedo
trabajado con injurias que los medios cómplices amplifican con
editoriales para aterrorizar a los ciudadanos e inculcarles
hipnóticamente que las fuerzas armadas son una especie de apéndice ajeno
a la sociedad, una empresa criminal compuesta de los peores seres
humanos, que ni siquiera son vistos como colombianos.
Inculcar el miedo al ejército ha sido
una de las tareas principales del comunismo en Colombia desde que
hicieron ese trato siniestro con Enrique Olaya Herrera a cambio de
ayudarle a ganar las elecciones. Una tarea en la que han ayudado
oficiales de alto rango que desde entonces han sido sembrados en las
filas del ejército con el fin, también, de desmoralizar y desmoronar la
tropa desde sus mismas entrañas (ver http://www.periodismosinfronteras.org/voto-militar-derecho-ciudadano-eliminado-por-el-comunismo.html).
Enrique Santos Castillo quiso que sus
hijos sintieran el mismo amor que él sentía por la milicia, y por ello
obligó a Juan Manuel Santos a ingresar a la Armada Nacional, con la
ilusión de que no siguiera los pasos de su otro hijo, el calavera mayor,
Enrique, quien desde sus años de adolescencia ha freído su cerebro con
toda clase de alucinógenos, tanto, que lo llevaron al camino criminal de
la fundación de grupos narcoterroristas.
Pero el viejo Enrique Santos Castillo no
tuvo éxito con Juan Manuel. Su retoño no demostró la virilidad
necesaria para continuar la carrera militar y se retiró a los pocos
meses sin gloria y con la pena de una fama florida de preferir soplar la
gaita que actuar como el hombre que fue su padre. Esa fama ha
perseguido hasta el día de hoy al actual presidente de Colombia.
Las carencias de Juan Manuel lo han
llevado a sentir un profundo desprecio por todo lo que signifique o se
relacione con las Fuerzas Armadas. Un aborrecimiento que lo condujo a
inventarse el tema de los llamados ‘falsos positivos’ junto a otros
dementes y adoradores de Castro agazapados en el gobierno de Álvaro
Uribe.
Ese odio visceral hacia nuestros
sacrificados soldados lo ha demostrado celebrando goles sobre las tumbas
de ellos, facilitando el flujo de información privilegiada al
terrorismo para que embosquen y masacren a nuestros hombres, y
aplaudiendo a las familias farianas y elenas que, mediante ONG y
colectivos de abogados han encarcelado a los mejores combatientes
antiguerrilleros.
Pero lo sucedido el pasado 20 de julio
reviste una gravedad especial. El mensaje que el camarada Santos (alias
´Santiago´) les envió a los militares colombianos en la celebración de
los 203 años de nuestra Independencia avizora tiempos de extremo peligro
para Colombia.
Ese día, el camarada presidente Santos
ordenó cerrar al público la avenida 68 entre las calles 63 y 26. Las
personas que durante años y años han salido a disfrutar y honrar a
nuestros combatientes, no tuvieron acceso al desfile por capricho del
presidente quien, cual emperador romano, se explayó en su silla junto a
su séquito para recrearse el desfile para sí solito.
No contento con esto, puso a marchar
comandando un grupo élite de combate, el BACOA, a su muchachito Esteban
Santos Rodríguez, un pelele que tuvo que prestar servicio militar porque
su papá no quiso pagar la cifra millonaria que le tocaría desembolsar
para la libreta militar.
Así como lo leen. Juan Manuel Santos no
solo tiene a su hijo prestando servicio militar con guardaespaldas y
edecanes que lo visten, le planchan y le embolan los zapatos, además de
otros privilegios como salir cuando se le da la gana a acompañar a papi a
partidos de futbol en compañía de los altos mandos militares, sino que
tuvo el descaro de vestir prendas militares especiales sin tener derecho
a ello, violando flagrantemente el código penal militar que da cárcel a
cualquier soldado que haga esto, siempre y cuando no sea el hijo pelele
del presidente Santos. Un asunto para la Procuraduría General de la
Nación.
Desde los tiempos en que era ministro de
Defensa, Juan Manuel Santos ponía a disposición de sus hijos los
helicópteros militares para que ellos fueran a pasear con sus amigos de
farra a donde quisieran, mientras las tropas en combate infructuosamente
pedían a gritos apoyo aéreo. Una costumbre que sigue hasta hoy toda la
familia. Ya son famosos los paseos que hace la esposa de Santos, María
Clemencia Rodríguez Múnera, quien no sufre de vergüenza para gritar a
mayores y coroneles de la Fuerza Aérea: “Oigan…! Alisten mis maletas y
súbanlas al helicóptero que hoy voy de picnic con mis amigos a la
Quebrada de los Siete Colores..! Y mañana, a cualquier lugar del mundo,
como dice Julio… Pero muévanlo yaaaa…!!”
IMAGEN: Funeral de los soldados asesinados en Arauca,
mientras Santos y su hijo jugaban con el ejército
Y no es chiste.
En fin, Esteban Santos Rodríguez marchó
comandando un grupo élite de combate. El camarada Santos le colocó a su
izquierda a oficiales curtidos en mil combates, a héroes de innumerables
jornadas. Y lo hizo sin empacho.
Para retar la capacidad de asombro de
los colombianos. No solo hicieron eso. De repente, en medio del
desfile, el camarada presidente ordenó detener todo. Se bajó junto con
su esposa María Clemencia y abrazaron y llenaron de besos a su hijo el
pelele, como si esto fuera una función familiar o un desfile de velitas
Nunca en toda la historia de la
humanidad ha sucedido nada parecido. Ni Juan Alejandro de Normandía,
Felipe de Orleans I, Lawrence of Arabia o Alejandro Magno –admirados por
Santos y Echandía- se atrevieron a tanto. Ni siquiera el Rey Juan
Carlos de Borbón ni la Reina de Inglaterra, con todo su poder
mileniario, hicieron lo que el camarada presidente y su muchachito.
Ninguna página castrense del mundo contiene afrenta similar al honor
militar de un ejército veterano, sufrido y victorioso.
Pero la bofetada fue completa. A esa
hora los mandos militares, el ministro y el camarada presidente sabían
que en Arauca sus contertulios de las FARC y el ELN, aliados, habían
masacrado a 17 jóvenes soldados ultimando con tiros de gracia a los
heridos. Pero Santos no dijo una palabra, ni guardó un minuto de
silencio, ni una pequeña mención. Siguió derrochando alborozo y
carcajadas porque su muchachito estaba disfrazado de soldado, comandando
un cuerpo de valientes y verdaderos combatientes. Él, Esteban, cuya
máxima demostración de valor ha sido pelear con el filete que le envían
en bandeja de plata desde el casino de oficiales, por orden de papi.
El camarada Santos tampoco hizo mención
de los soldados muertos horas más tarde en la instalación del Congreso,
donde se posesionó Juan Fernando Cristo, otro de los untados con dineros
del Cartel de Cali, como presidente del Senado.
¡Qué indignación sentimos los colombianos con esta payasada…! ¡Qué humillación sufrió nuestro ejército con este circo..!
Y lo más triste de todo es que el
ministro Pinzón y los generales Mantilla y Navas se prestaron para la
bufonada. Y ni qué decir del general Mora que, con tal de que su
chequecito le llegue puntual –y no lo envainen en la Fiscalía- miró para
otro lado.
Sí. El camarada presidente y su hijo
pelele humillaron el ejército mientras el alto mando militar se prestó
como un grupo de burlescos para que este par bailara sobre los cadáveres
de los soldados asesinados por los amigos de la familia.
Usaron al ejército como su papel higiénico.
FUENTE: Periodismo Sin Fronteras