Las cenizas de la revolución sandinista
Por: Francesco Manetto. Twitter: @fmanetto
Daniel Ortega y Rosario Murillo celebraron la noche del martes el 43 aniversario de la revolución sandinista con un acto controlado para evitar estridencias y una puesta en escena tan artificial como la apropiación del actual Gobierno nicaragüense del proceso que puso fin a la dictadura somocista en 1979. En la Plaza de la Fe Juan Pablo II de Managua se escucharon palabras como paz, amor, hermanos, referencias vagamente cristológicas y consignas habituales como "no pudieron y no podrán". La disposición en semicírculo de los cientos de asistentes hablaba más de obsesión que de compostura. Hubo cantes y bailes, pero sobre todo mensajes que pretendían descargar responsabilidades culpando a Estados Unidos de todos los desequilibrios de la geopolítica mundial.
La retórica antiimperialista no representa una novedad. Tampoco es una sorpresa lo que manifestó Ortega al descartar cualquier escenario de diálogo con Washington, una vía abierta hace meses por uno de sus hijos para rebajar las sanciones estadounidenses. Pero este año el Gobierno de Managua ha conmemorado el 19 de julio en unas circunstancias especialmente aciagas. El presidente ha aniquilado a todas las voces críticas, incluso entre quienes fueron antaño sus compañeros de armas. Dora María Téllez, la Comandante Dos de la revolución, resiste en condiciones infrahumanas en la peor mazmorra del régimen tras haber sido detenida en junio de 2021. Su familia compartió con EL PAÍS un retrato recreado a partir de los testimonios de las escasas visitas recibidas en la cárcel que muestra su deterioro físico. Nuestro compañero Wilfredo Miranda repasa su historia y la persecución que sufre, la enésima muestra de la huida hacia adelante del sandinismo. Y cuando faltan cuatro meses para las elecciones municipales, Ortega acaba de intervenir los últimos gobiernos locales de la oposición acelerando la implantación de un régimen de partido único en Nicaragua.
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Francesco Manetto
Estudió Filosofía y Letras y en 2006 empezó a trabajar en EL PAÍS tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana. Actualmente trabaja en la redacción de Ciudad de México.