La cara magra del “bolivarianismo”
Domingo 27 de mayo de 2012
Tomamos de la prensa de hoy, una sentencia que no nos agrada, pero que pareciera acertar en el tono que han tomado las candidaturas presidenciales en boga, únicas e irreversibles para el presente y el futuro de la patria. “Vivimos en una revolución que no cuaja a pesar de haber empezado hace trece años, supuestamente para y por el pueblo, pero que depende de un solo hombre. Mientras tanto, la esperanza de los demócratas es un candidato que ha caído en el foso del personalismo”.
La sentencia es por demás grave, pero que nos alerta sobre y contra una idea precaria, surgida desde los tiempos de su inicio del partido base de Henrique Capriles, cuando sin pensarse en la Unidad sugirió que era el ideal patriótico necesario para una “nueva generación”, como si de eso se tratara. Parecía entonces, hace la monserga de catorce años, cuando con el mismo ideal de cambiar a Venezuela, surgieron los “revolucionarios” auto insumidos en su llamado “bolivarianismo”, liderados por un personaje, que si a ver vamos, pertenece a la misma generación, con la sola diferencia de presentar la misma diatriba de los inicios de la República, cuando comenzó la lucha entere “militarismo y civilidad”
Lo cierto es, que Venezuela vive un trance indescriptible, donde dos visiones de país se enfrentan por lograr continuar o cambiar el sistema de gobierno impuesto por un personaje, querido, temido y odiado por bandos enfrentados, como nunca antes vivió el venezolano. Donde, quienes hemos vivido, luchado y estudiado los fragmentos históricos de al menos siete décadas, nos sentimos con el derecho adquirido necesario para la crítica formal, tendente a pensar en los últimos momentos, que no en vano vivimos con la mente puesta en luchar por nuestras vidas, y por encontrar un mejor camino para nuestros herederos. Entendiendo, que no es la visión de un antepasado, que se creyó el enviado de Dios, el compás que indica el quehacer, solo guiado por un ideal percibido como patriota.
El 4 de febrero de 1992, marcó el hito en la historia de Venezuela que estremeció sus entrañas y dio a luz el fruto de la maledicencia, cuando, aceptémoslo o no, surgió de la mente de aventureros venezolanos infiltrados en la institución militar, este grupo de mentecatos, quienes, valiéndose de una malformada doctrina que los tildaba de “líderes de la patria”, aprovecharon la grieta dejada por el liderazgo político indiferente, que solo buscaba la eternización en el poder y no terminaba de consolidar la democracia; para engranarse en la llamada “revolución”, que aparentemente, para ellos, era un cambio paradigmático de “repúblicas”, pero que a la fecha, de la deteriorada economía existente que existía, ha consolidado la brecha entre los más capacitados y los menesterosos, creyendo que democracia era dádiva, pan y circo, que llamaron “inclusión”.
No podemos negar, que el liderazgo de antes del 4F se había diversificado y dividido, creando un variopinto partidismo, centrado en un candidato presidencial, que nunca toleró la segunda vuelta electoral, con la esperanza de elegir sobre la base de una precaria y tolerada mayoría, base de oportunidades en cada proceso, que conducía a una alianza basada en el pacto que surgió para el proceso inmediato al 23E. Esto, lamentablemente, fue desmarcando al electorado, especialmente de la base humilde, de donde surgió el “chiripero”, que eligió a los dos últimos presidentes y sirvió para la constitución del “pueblo bolivariano” transformado en “rojo rojito”, adoradores de su “comandante presidente” y apoyo de los magnates “boliburgueses” que se aprovechan de su ignorancia.
El trance que vivimos es inocultable. Nos alegran: la frescura que ostenta Capriles como candidato, a quien sugerimos considerar la critica que se hace a su personalismo; y el fiasco que presentan los “revolucionarios” por el lamentable estado de su líder “vitalicio” y la carroña que están alzando con su lucha interna, al confundir vitalicio con vitalidad y substituto con heredero. Pareciera que no se han dado cuenta, que han usurpado el nombre de Bolívar para gobernar dictatorialmente, engañando malignamente a un pueblo cuya humildad no respetan.
Lo que está ocurriendo es triste. Ver un nuevo majadero que se creyó incólume llegando a aspirar mandar hasta el 2031. Que anunció “completar la obra de Bolívar”, por lo que sus adeptos candidatos y seguidores, anuncian con bombos y platillos, dilapidando las arcas del pueblo, que con más tiempo completarán la “segunda independencia”, emulando a su epónimo. Pero olvidan los trances de El Libertador, quien en sus últimos alientos dio vuelta atrás a su mente para recordar la causa de su destierro y el odio de sus seguidores. No por casualidad, quienes se atrevieron a profanar sus restos, han tenido que vivir los percances de su maldad, ya que con o sin profecías, la natura cobra lo malo hasta del pensamiento. La historia hay que revisarla con lo bueno y con lo maléfico.
La torpeza de estos “bolivariano” ha estado en creer y hacer creer, que un hombre que piensa en muerte, amparado en la maldad, y que no escatima medios para lograr su fin, puede tener su conciencia tranquila en la hora de rendir cuentas al magnífico. Bolívar fue nuestro Libertador, sus actos fueron mayormente con justeza, pero como hombre, hubo momentos trascendentes en su vida dignos de crítica, para no emular. No basta con buscar excusas a los actos maléficos con los que jugó Bolívar para encontrar la gloria y ver su “cara magra”. Esta tarea es obligatoria del “bolivarianismo” candente e intolerante.
En su última proclama, Bolívar clarifica su pensamiento:
“Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales… Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Sin argucia, analizando la profundidad de sus discursos, podemos encontrar en ellos el reflejo de una lúcida mente, atosigada en momentos por los avatares de una guerra, justa sin dudas, iniciada por sus ideales de obtener para todos una patria libre, con verdadera autonomía e independencia, que indiscutiblemente debía considerar el statu quo originado por sus propios ancestros. Era Bolívar heredero de españoles, oligarcas y proceros, muchos integrantes de un ejército conformado por la clase dominante y gobernante, a órdenes del imperio español. No puede olvidarse, que Venezuela era inexistente como país o patria. Era una simple, como tantas provincias coloniales, que se había conformado a una dependencia, histórica como toda Latinoamérica. Aquí nace y se empina su gloria, que con su gesta logra el título de “Libertador” tan apreciado por él, pero nada de esto impide que descarguemos con nuestra crítica, los malos momentos y decisiones de su vida, que irremediablemente, como ser humano, tuvo que explicar en sus actos. Y muchos de ellos enrostran su benevolencia. Asumimos, que son estos momentos históricos, los que han conducido al líder Chávez y a sus proceros “revolucionarios”, mal llamados “bolivarianos”, a creer que fueron actos justos por proceder de El Libertador.
Su decreto de Guerra a Muerte, no es para encomios. En él restriega su temor, tal vez como el miedo de cualquier humano ante una posible adversidad. En ese momento, tal vez crucial, dejó de lado su descendencia, su familia, y pudiéramos decir que hasta su patria, para un ultimátum, que no pudo enorgullecerlo. No puede enorgullecer a nadie, garantizar la muerte a indiferentes, por el solo hecho de ser oriundos de una patria, que él ha declarado como enemiga. Vale preguntarse, ¿Quiénes somos “nosotros” y quién no envía?:
“Nosotros somos enviados a destruir a los españoles, a proteger a los americanos, y a restablecer los gobiernos republicanos que formaban la Confederación de Venezuela…Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria y, por consecuencia, será irremisiblemente pasado por las armas… Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América…”
Otra mancha negra, fue el fusilamiento del general Manuel Piar. Bolívar como expiación declaró: “Ayer ha sido un día de dolor para mi corazón. El General Piar fue ejecutado por sus crímenes de lesa patria, conspiración y deserción...” Una pregunta a esta siempre en la conciencia de patriotas, ¿Era necesario “matar” al mejor prócer de la independencia como escarmiento?
Muchos otros muertos ocurrieron por diversos atentados contra Bolívar. Muchas las muertes causadas en su entorno. Veinte ahorcados por el atentado en 1828 supuesto promovido por Santander, quien fue perdonado. Para muchos “bolivarianos”, su “final en Santa Marta” se ha querido unir a la serie de atentados que había sufrido, siendo lo más patético la duda de su muerte por Chávez y su orden de investigación porque posiblemente había muerto envenenado. No deja de ser triste la profanación de sus restos en el Panteón Nacional.
Hace dos años, a decir de seguidores, como los hay hoy en el “bolivarianismo chavista”, “Solo, atormentado por los recuerdos, rodeado en su mayoría de enemigos, tanto en Colombia como en Venezuela, donde incluso quieren hacerlo preso, fallece en el desierto de su alma llamando a la concordia, al final de los partidos y a la unión, como si aquello pudiera suceder, en ese “nido de alacranes” que se había vuelto Colombia. Y ante otra mayor desgracia ahora los venezolanos no dejándole descansar lo sacaron de su tumba para armar una rumba mediática con tal hecho, mientras resaltan a cada nada cosas que nunca dijo, o que las dijo al revés, para acomodo de las circunstancias políticas, porque sin el reposo debido a 180 años de su muerte Bolívar sigue sufriendo la tremenda desgracia de sus enemigos solapados y de los ignorantes acomodaticios que lo entornan por un vil interés”.
Santa Marta es lugar común en la historia para recordar el más sublime mensaje de derrota del Libertador. Alguien dirá que como puede ser derrotado un libertador, cuando necesariamente para serlo, tiene que ser un victorioso, lo que no dudamos; pero en las guerras, hay momentos de victorias y de derrotas. Toda batalla se gana o se pierde, pero las guerras no son las sumatorias de las batallas ganadas, como ocurre en los juegos, sino que ocurren hechos dentro de ellas, que perfilan el mejor resultado, y en algunos momentos, una victoria conquista el triunfo en la guerra, sin que se eliminen los perjuicios sufridos, generalmente personales, que dan al traste con los deseos personales.
El 17 de diciembre de 1830 fue el día de la confesión, cuando Simón Bolívar, entregando su alma al supremo, lanzó su proclama digna de rememorar por todos los que sentimos el bolivarianismo como el mayor sentimiento patriótico. Hoy, no hay dudas de la desgracia del “proceso revolucionario bolivariano”.
Las contradicciones: “Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía…” Hoy quieren los “bolivarianos” implantar la tiranía donde hubo libertad. “…He abandonado mi fortuna y aun mi tranquilidad…” Hoy son guerreros para hacerse de fortuna. “…Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento…” Hoy enfrentan a la disidencia para aferrarse al mando. “…He sido víctima de mis perseguidores...” Hoy son muchas las víctimas perseguidas. “No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia”. “La gloria de Chávez es consolidar su ‘revolución’”.
Pareciera labrarse un nuevo epitafio: “Si mi muerte contribuye a que cese la división creada por mi y se consolide la Unidad…” ¡Qué Dios me perdone¡
Enrique Prieto Silva