El problema interno de la oposición a Hugo Chávez es que los desacuerdos los calificamos automáticamente de colaboracionismo, infiltración, tarifa, sapos, renegados, traición, golpistas, trescincuenteros (Por el artículo 350 de la Constitución Nacional), militares, milicos y cualquier cognomento que pase por diferenciarnos abiertamente de nuestros compañeros de ruta, no importa cuánto nos parezcamos a lo que estamos combatiendo; a saber, la intolerancia, la exclusión, la barbarie, el fanatismo, la intransigencia y el sectarismo.
Quien no esté afiliado a nuestra idea de sacar a Hugo Chávez del poder, sin pasar por los tiempos entra en un estado general de sospecha, como lo decía ese filósofo de revólver al cinto, llamado Eliecer Otayza.
¡Eres sospechoso y punto! A partir de allí empieza el calvario político para quien estaba animado de participar en eso de la disidencia.
La calificación de enemigo viene por añadidura. Cada vez que hacemos esto, el salivazo nos cae completo en la cara a nosotros mismos. En particular a esa utopía que se llama la unidad de la oposición.
Tenemos desacuerdos dentro de la oposición, característicos de la democracia que queremos recuperar; pero el comportamiento para desplazar al adversario supera en rendimiento a los métodos del Socialismo del Siglo XXI y en precisión a los estilos de la Revolución Bolivariana. Los muchachos del G-2 quedan en pañales ante nuestra política de segregación.
Basta que alguien mencione la bandera de la abstención, para que automáticamente los partidarios de la oferta electoral del 2.010 le hagan el fo de la exclusión a todo género de debates y discusión.
Quienes sueñan con la salida militar, ipso facto se les pega con pintura amarillo tránsito terrestre, un letrero de golpista o milico y a quienes se van por vías menos ortodoxas se les tatúa terrorista en los brazos con numeración incluida. Demás está decir que el apartheid de la comunicación se le impone desde ese mismo momento y se le execra de todo tipo de foros y aparición pública. Son en este momento una suerte de leprosos políticos y sidosos de la coyuntura. Pero ustedes no se imaginan, cuanta gente hay, que sueña con esta vía del fast track.
Los partidarios de la vía electoral son los colaboracionistas del régimen, según el control de calidad de la disidencia. Es la oposición oficial que recibe las bendiciones del régimen y le hace el caldo gordo a las pretensiones de Hugo Chávez de eternizarse en el poder, mientras se ocupan una que otra gobernación, un puñito de alcaldías, una mascada de concejales y un pírrico 30% de diputados a la Asamblea Nacional, en una suerte de cohabitación con el régimen. Son esos a quienes la imaginación y la realidad ven entrar entre gallos y medianoche, a La Viñeta o a Miraflores, a conversar con Hugo Chávez de la distribución de los cargos en la Asamblea Nacional o el numero de gobernaciones y alcaldías o en todo caso el musculo político que normalmente los mueve; la distribución de las tajadas de los contratos oficiales. Estos realmente sueñan con la reactivación de un nuevo Pacto de Punto Fijo rojo rojito.
Luego están los tresciencuenteros, ese grupo que fantasea con la aplicación del artículo 350 de la Constitución Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, pero que choca más con la oposición que con el mismo régimen, en la presentación de su oferta política. Asisten a todo tipo de marchas e idealizan con que esta escale lo suficientemente como para llevarse por delante todo tipo de barreras y colgar sus chinchorros en las rejas del Palacio de Miraflores.
En torno a estos cuatro toletes orbita todo género de figuras con sus combos, sus agendas, sus reuniones excluyentes y sus laboratorios de guerra sucia para descalificar a los otros. Es de allí desde donde surgen las clasificaciones de traidores, radicales, colaboracionistas, tarifados, sapos, renegados, traidores, infiltrados, golpistas, tresciencuenteros, milicos, saboteadores, vendidos y cualquier otro título que desplace al adversario y que dejan como niños de pecho a los cubanos del G-2 que están en la Sala Situacional del Palacio de Miraflores a dedicación exclusiva para eso; pero que la misma oposición los ha dejado ociosos.
En materia de Opsic (Operaciones Sicológicas) la misma disidencia ha seleccionado su audiencia objetivo, ha estructurado su mensaje y ha sabido seleccionar sus medios de difusión con una precisión exageradamente rigurosa, lo que le ha permitido alcanzar unos resultados sobremanera eficientes. Los partidos políticos no llegan al 12% en las encuestas y la gran mayoría se matiza en los Ni Ni. Nadie cree en nadie.
Cualquier duda de este desarrollo la aclaramos con nuestro desempeño en la web. Muy pocos aceptan como amigos a chavistas en Facebook, quienes disienten de nuestra línea política opositora son bloqueados en Twitter, la #listasanchez, #listaromero y #listacifras circularon abiertamente y dejaron una pésima referencia del desenvolvimiento intraopositor. Nuestros correos no tienen como destinatarios en la mayoría de las veces a rojos rojitos y nos encanta poner a circular dicterios y calumnias del liderazgo opositor. Aquí entre nos, algunas veces son verdades del tamaño del Ávila.
Nuestros GI – Joe (Guerreros de Internet – Jacobinos, Opositores, Escuálidos) a veces aprietan la tecla de la descalificación como si Ahmadinejead estuviera puyando el botón de la bomba atómica para desaparecer a Israel; y si son nuestras GI-Jane (Guerreras de Internet – Jacobinas, Arrechas, Nacionalistas, Escuálidas) esas manejan la Katana del suprimir en el teclado con las mismas destrezas de Uma Thurman en Kill Bill, cuando atisban una desviación opositora.
Dicho así, la ruta de la unidad ha sido y continuará siendo tortuosa; mientras no identifiquemos nuestras diferencias y nuestras coincidencias. Lo inteligente es resaltar estas últimas y tratar de minimizar aquellas.
Mientras tanto golpistas, tresciencuenteros, oposición oficial y abstencionistas continuaremos tratando de coincidir en un camino sembrado de las minas de la traición, la delación, la infiltración, el colaboracionismo, la tarifa, el oportunismo, los renegados, los saboteadores, los vendidos, los radicales, los sapos y los milicos; sembradas por el harakiri de nuestra propia operación sicológica.
La unidad así, parece una quimera. ¿No creen ustedes?
¿Será que somos masoquistas?
Antonio Maria Guevara Fernández/Rindiendo Cuentas