Porque estamos con
Israel
Javier Pérez Pellón
*
Desde los ya lejanísimos años 50 y primeros de los 60,
cuando
tuve mi primera experiencia con un kibutz del aún bisoño Estado de
Israel,
me había sentido atraído, a través de la lectura y de los
escalofriantes
testimonios de la época, incluyendo Nüremberg, que precedieron a
la
creación del Estado Judío por el significado histórico del
sionismo y por
su justificación ético-moral que Theodor
Herzl proponía en sus escritos.
Estudiaba, por entonces, Ciencias Económicas en la
Facultad
de la vieja Universidad madrileña de la calle de San Bernardo. Y
las
nuevas experiencias de ese socialismo real que representaban, por
una
parte, la organización de los kibutz de Israel y , por la otra,
ese
régimen de libre organización privada, con todas las limitaciones y
reglas
que se quisieran, pero amparadas por las leyes del estado, dentro
de la
rigidez ortodoxa de un régimen comunista como era la Yugoslavia de
Tito,
atraían no sólo nuestra atención, sino nuestro entusiasmo juvenil,
hacia
las que creíamos fronteras de un mundo mejor y de pacífica
convivencia,
después de los desastres causados por el desencadenarse de todas
la furias
de la bestia humana en la Segunda Guerra
Mundial.
Habrían de pasar unos cuantos años más para que, a través
de
Max Mazin, presidente de la comunidad judía española, conociera a
Isaac
Navon, ejemplo y paradigma de la leyenda y la historia del sefardí
de
antiquísima ascendencia española y de generaciones enraizado en
Jerusalén.
Puedo decir que Isaac Navon, al que veía cada vez que iba a Israel
y al
que entrevisté en varias ocasiones, sea como presidente de la
Comisión de
Exteriores del Parlamento israelí, sea más tarde, como Presidente
del
Estado de Israel, entre 1978 y 1983, me abrió las puertas al
conocimiento
del pueblo y país del que descendemos espiritualmente y mi acceso a
tratar
con personajes que hoy son míticos iconos de la historia reciente:
Golda
Meir, Moseh Dayan, Isaac Rabin, Simon Peres…
El caso es que entre unas cosas y otras, un buen día me
encontré con la invitación de dar una serie de conferencias en
Jerusalén,
Tel Aviv y Haifa, sobre el tema de las raíces judías en la
historia de
España. Yo ya había leído, casi de un tirón, los tres gruesos
volúmenes de
“Los judíos en la España moderna y contemporánea”, de Julio Caro Baroja. Y
tanto esta obra como la múltiple de Américo Castro me sirvieron de
mucho
para quedar “discretamente” en mis charlas ante un auditorio en el
que
podía adivinar una curiosidad, no exenta de reticencia, ante una
persona
que procedía de un país que no solamente no tenía relaciones
diplomáticas
con Israel, sino que su política exterior estaba dirigida a la
“tradicional amistad de España con los países árabes”.
Uno de los que habían propiciado esa invitación, el Dr.
Jacobo Vinocour, argentino que abandonó su consulado en Buenos
Aires,
para, con las manos en los bolsillos y su familia a cuestas,
trasladarse a
la tierra de sus antepasados y comenzar de nuevo, me regaló un
libro de un
escritor y periodista polaco, Raymond Clubourg, de origen judío,
combatiente con la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra
Mundial,
que visitaría Israel, por primera vez, sólo después de la Guerra
de los
Seis Días, restando fascinado por la realidad del estado judío.
Fruto de
esa experiencia sería su libro Por qué estamos con Israel. Un
escrito,
casi un panfleto lírico y apasionado de la diáspora judía y su
retorno a
la Tierra
Prometida.
El Dr. Vinocour, que había conocido a su autor me lo
dedicó,
después de escuchar mi primera charla en Jerusalén. Y hoy, y
después de
años que yacía empolvado en mi desordenadísima biblioteca, lo he
vuelto a
rescatar.
Y lo he hecho pensando que soplan
aires de antisemitismo, después del derecho de Israel a defender
sus
fronteras, ante la inconsciencia de un puñado de global
pacifistas,
apoyados por esos sacrosantos defensores de los derechos humanos,
cuales
son los súbditos del estado integralista musulmán presidido por
Erdogan,
el íntimo amigo del ínclito inquilino y pasmo de la Moncloa.
La dedicatoria dice así: Querido Javier, mientras leía
este
libro había pensado en otra persona y a ella estaba destinado. Te
cruzas
en mi camino y siento que tú lo precisas mucho más que él. Te
seguí con
atención y cariño, te escuché en charlas privadas y traté de
adivinar en
cada unos de tus gestos, que esconde tu alma. Te escuché en
magníficas
exposiciones ante gentes que no conocías y ahora me pregunto ¿Qué
eres y
qué sientes?… Debo confesar que siempre que leo esta cariñosa
dedicatoria,
aunque un poco pasada de justicia, un poco me conmuevo. Creo que
en su día
le contesté. Y creo que mi israelismo, para bien o para mal, pero
que es
lo que siento en la entrañas del alma, ya lo he justificado a
largo de mi
trayectoria profesional, y algunas veces caro me ha costado, y
también lo
he hecho en el inicio de este artículo.
También podría decir que aquí, en Roma, he conocido a más
de
una persona, escapada, por casual imperio del destino, a los
hornos
crematorios de Auschwitz, pero que aún
llevan marcado en su antebrazo, marcado a fuego, el signo
infamante de los
campos de exterminio. De igual manera que
invitaría a
la generación antisemita que sigue a la mía y a esos chavales del
botellón
y del pad, a renunciar, una sola vez, al culo de las caribeñas del
bárbaro
Fidel, otro ejemplo de libertad y amiguete del Zapa y del
Moratinos, y que
se den una vuelta por lo que resta de esa vergüenza humana en
ciertas
explanadas de la mittel Europa y de los adyacentes países
eslavos.
Por eso y ahora más que nunca, alzo
la
voz de mi conciencia y digo Porque estamos con
Israel.
La lección de la historia nos dice
que
siempre resurge el antisemitismo y por ello, en estas horas de
zozobra y
de organizados movimientos antisemitas considero un imperativo
categórico
el estar con Israel.
El antisemitismo, en gran parte,
tiene su
origen en pecado capital de la envidia. No es la miseria judía la
que
engendra el antisemitismo, es la prosperidad judía la que lo
despierta y
desarrolla.
Nasser predijo: “Un mar de sangre y un horizonte de
fuego”.
La respuesta de Golda
Mier, por entonces Primer Ministro de Israel
fue: “Nosotros israelíes podremos siempre perdonar a los árabes el
matar a
nuestros hijos, no les perdonaremos jamás por obligar a nuestros
hijos a
matarlos”. “Schema Israel, adonai Eloenu, Adonai Ejad” (Escucha
Israel,
nuestro Señor Dios es Uno) Es el rezo del creyente judío. Israel
es el
pueblo del Ejad, de la unión, de la armonía, del Shalom, de la
Paz, del
Lejain, de la Vida.
“La Schana a baa ba Ieruschalaim” (El año próximo en
Jerusalén) Durante dos mil años fue el rezo de los judíos de la
Diáspora.
Contaba Golda Mier que poco antes de la primera guerra
arabo-israelí, 12 de mayo de 1948, se entrevistó con Abdulla I de
Jordania, para tratar de que el reino jordano no entrara en el
conflicto
que se preveía inminente. El monarca jordano, evadiendo las
respuestas
concretas aconsejó a Golda Mier paciencia y espera y que no
tuviera prisa.
“Su Eminencia, -fue la respuesta de la entonces enviada especial
del
gobierno de Israel- nuestro pueblo ha estado esperando 2000 años
¿podría
llamar usted prisa a eso?
En el 2004 Abdel Rahman al-Rashed
publicó en su periódico Asharq al-Awsat, de
Arabia Saudí lo siguiente: “Es un hecho que
no todos
los musulmanes son terroristas, pero es igualmente un hecho que
todos los
terroristas son musulmanes.
Uno se harta de escuchar en la TV y
de
leer en periódicos aquello que el Islam es una religión de paz, de
misericordia y de tolerancia ¿pero es que se les ha ocurrido leer
el
Corán?
En las escuelas primarias de Gaza existe un juego entre
los
niños: Si hay cuatro judíos vivos y matas dos ¿cuántos quedan?
¿Hemos
olvidado que los palestinos son musulmanes? Siempre se habla de
terrorismo
a secas, incluyendo a periódicos ligados a la Conferencia
Episcopal
italiana, pero nunca, o muy pocas veces, de terrorismo musulmán.
Supongo
que en España será igual.
Recep Tayyip Erdogan, es el socio
amiguete de Zapatero en su eximia chorrada de la Alianza de
civilizaciones. Está bien, también es amiguete de Berlusconi,
aunque al
Berlusca le gusta presumir de tener por amigos a medio mundo, a la
derecha, a la izquierda, al centro, a comunistas, a fascistas, a
dictadores y a parte de la inmensa legión de ángeles, arcángeles y
querubines que pueblan el Reino de los Cielos.
Pues bien, que se sepa que Zapatero
no
puede ignorar que su socio turco es tan moderado que su mujer, e
inspiradora, Emine, lleva siempre el velo y solicita la fatwe¸ la
santa
venganza de la condena a muerte, para todos aquellos que…bueno lo
hacen
antes del matrimonio.
Es tan moderado el amiguete del
Zapatero
que, en Turquía, la práctica de matar a las hijas rebeldes u
obligarlas al
suicidio está ampliamente tolerada por los líderes de las
comunidades
locales. En el 2004 Cemse Allak, violada y embarazada por un
criminal que
abusó de su cuerpo, fue lapidada por su familia. La
respuesta de
una cuñada de la víctima a un periodista inglés que la entrevistó
fue la
siguiente: “¿Y qué era lo que teníamos que
hacer? Era
soltera y había perdido el honor. Estupro o no, nos había
deshonrado a
todos nosotros”.
Vaya socio el socio del Zapatero que pretende que además
de
edificar mezquitas junto a la Alhambra y quién sabe si volver a
poner en
funciones de rito musulmán la Mezquita de Córdoba, ochenta
millones de
súbditos de Erdogan, en su inmensa mayoría, casi el 90% de
religión
musulmana, se conviertan, de la mañana a la noche en ciudadanos
europeos.
Estamos frescos.
(*) Javier Pérez
Pellón:Termina sus estudios en la Escuela Oficial de
Periodismo e ingresa en aquella otra de la Escuela de Cine. Crea,
dirige e
interviene en muchos programas informativos, A toda plana, Mirada
al
Mundo, Y siete, Doble Imagen , Los reporteros…Recorre el mundo
inmerso en
la miseria de la guerra desde los frentes de Oriente Medio,
Hispanoamérica, Africa y Extremo Oriente (asistiendo a los últimos
días de
la guerra de Vietnam, a la avanzadilla final de los jemeres rojos
en
Camboya y a los desastres de Laos). En 1977 es nombrado
corresponsal de
TVE en Italia y de toda la cuenca del Mediterráneo (Yugoslavia,
Grecia,
Israel, Egipto).
REMISION: ROBERT ALONSO // Claudio E. Gershanik