CAFECITO CON LAS FARC
La sinceridad nunca se ha contado entre
las virtudes diplomáticas, así como la veracidad nunca lo ha sido entre
las virtudes políticas; sin embargo, los ciudadanos le siguen exigiendo
la verdad a sus dirigentes, no porque aquellos sean irremediablemente
ingenuos o no sepan quiénes son éstos, sino porque de otro modo no sería
posible la vida en común, exigir el cumplimiento de las promesas, que
es conditio sine qua non de toda convivencia.
Incluso en la situación hipotética de un
mundo de bandidos, las bandas criminales no podrían sobrevivir sin un
mínimo de credibilidad entre secuaces; paradójicamente, la fidelidad
entre los gánsteres suele ser más sólida que entre la gente común, cuya
suerte depende menos de la complicidad de otros y la infidelidad
raramente se paga con la vida.
Así que Colombia renuncia a la
verificación de la presencia guerrillera en Venezuela, probablemente
porque sólo se verifica aquello sobre lo que exista alguna duda
razonable, lo cual no es el caso; a favor del pago de las deudas
comerciales pendientes, que son unos cuantos cientos de los miles de
millones US$ que representa el intercambio binacional. El “oro fecal”
ante el que ceden otras deudas, que ya serán cobradas en su momento.
Las declaraciones del canciller son
extraordinariamente cómicas, porque hablan hasta de los ferrocarriles de
la frontera (no sabíamos que existiera alguno), de la cultura y otros
“grandes temas”; pero ni una palabra de la causa de las controversias, a
saber, el apoyo manifiesto del régimen imperante en Venezuela a las
fuerzas terroristas.
Y no son solo las declaraciones de
amistad, respaldo político e ideológico a las guerrillas, que son
muchas, sino las manifestaciones de enemistad, hostilidad y
descalificación, que son todavía mayores, sistemáticas y de una
virulencia inaudita contra los contendores de primera línea del
terrorismo internacional, a saber, el Estado Colombiano, EEUU e Israel.
La esencia de lo político, decía el
ideólogo del nacionalsocialismo Karl Schmitt, se define por la lógica
“amigo-enemigo”, por lo que tanto se identifica al régimen venezolano
por sus amigos: Fidel Castro, Robert Mugabe, Alexandr Lukashenko, Saddam
Hussein, Mahmoud Ahmadinejad, Omar Al Bashir, Bashar Al Assad, Muamar
El Gadafi; como por sus archienemigos, cualesquiera que sean los
presidentes de Colombia, EEUU e Israel.
De manera que la presencia guerrillera en
Venezuela, como en Ecuador, es simplemente un dato de la realidad a
partir del cual Colombia tendrá que definir estrategias y tácticas de
combate y una diplomacia cada vez más enrevesada e incomprensible,
porque tiene que incorporar la mentira, el disimulo y la simulación como
partes de su relación cotidiana con los vecinos latinoamericanos,
incluso los no fronterizos, que giran en la órbita de los hermanos
Castro, los verdaderos tejedores de esta red internacional que nos
asfixia.
El Partido Comunista de Venezuela ha
asumido la distribución de café y otros productos artesanales no
especificados producidos por las FARC “en las montañas de la Gran
Colombia”. Visto que el lanzamiento de estos productos se produjo
recientemente en la Argentina, resulta evidente que esta es una línea
política de la internacional comunista, con sede en La Habana.
La frontera seguirá calentándose; pero,
cómo va a evolucionar el conflicto y cuál pueda ser su desenlace no es
sólo cosa de profetas, adivinos o quirománticos, depende ahora de cuál
de los Castro se muera primero.
MENTIRAS OFICIALES. Que Venezuela y Cuba sean “la misma
cosa”, Castro dixit, sólo puede entenderse como que aquí ya
existe una tiranía totalitaria comunista y que estamos a un paso de la
confederación con “la isla mártir”. Un solo partido, un solo jefe, una
verdad oficial, que es como en la fábula de Orwell se llama a la
propaganda.
La aspiración más alta del socialismo es
construir una nueva la realidad, esta es la traducción vulgar del
enunciado “los pueblos hacen la historia”, que toman como patente para
inferir que esa historia puede ser lo que a ellos les venga en gana.
El fundamento filosófico, si se puede
llamar así, de esta pretensión desmesurada es la famosa número 11 de las
“Tesis sobre Feuerbach” del catecismo marxista, que debería encabezar
un compendio de las más célebres frases estúpidas: “Los filósofos se han
limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata
es de transformarlo”.
La verdad, no se ve cómo se pueda “no
transformar” el mundo, ni cómo es que pudo transformarse antes de que
hubiera filósofos, o marxistas. Es ciertamente estúpido proponer como
tarea lo que de todas maneras tiene que ocurrir, con el agravante que el
marxismo postula el fatal desenvolvimiento de la historia, que debe
cumplirse independientemente de la voluntad del hombre, por lo que lo
mejor que podrían hacer los comunistas es no hacer nada, para no
interferir en su curso inevitable.
Pero desde su perspectiva, los comunistas
no pueden percibir la realidad sino como un obstáculo que vencer y el
futuro como una invención, como una creación que debe realizarse
mediante el poder de la organización y la propaganda. La verdad es un
asunto convencional, que depende, como todas las cosas, del nudo poder
político o, dicho de otro modo, es una “verdad burguesa” a la que oponen
su “verdad revolucionaria”.
Los dictadores totalitarios se ofenden en
grado sumo cuando les presentan a un sujeto como criminal, porque ¿quién
autoriza llamar a alguien criminal? El único que puede tomar esta
decisión es él, porque ser criminal es un problema no de lo que el
sujeto haya hecho o dejado de hacer, sino de una decisión política. Así,
estos criminales resultan ser héroes de la revolución y deben ser
exaltados. En cambio, los nuevos criminales son la elite empresarial, la
jerarquía eclesiástica, los jefes de la policía u otros representantes
de las antiguas “clases dominantes”. A esto se llama en español castizo
“voltear la tortilla”.
Lo curioso es que los delincuentes siguen
siendo delincuentes aunque ahora les pongan uniformes de la policía o
los incorporen al ejército. Esto explica que más de la mitad de los
crímenes que se comenten en el país son perpetrados por funcionarios.
Una manga de chiflados, fanáticos y oportunistas, puestos a manejar
ministerios, institutos autónomos y empresas del estado, resultan ser
insuperablemente incompetentes, ignorantes, negligentes y corruptos,
depredadores del erario público.
La mentalidad dominante es la mentalidad
del hampa: el negacionismo. No hay grupos armados apoyando al
gobierno, no hay comida podrida, no hay muertos en la morgue; todo es
producto de una conspiración mediática contrarrevolucionaria.
La política oficial es la desinformación,
por un lado se cierran las fuentes, nadie está autorizado para declarar,
ni hay respuesta al ciudadano; pero por otro, cualquier inexactitud,
ambigüedad, declaración extraoficial, es descalificada como falsa,
inexacta, exagerada, manipulada, tergiversada, fuera de contexto. Si un
punto no es verdadero, entonces nada es verdadero. Si algo no es exacto,
quien lo afirma es un mentiroso y todo lo demás que diga, por evidente
que sea, también es mentira. Es la falacia de generalización.
Cuando se oye a un ministro declarar en el
caso del señor Franklin Brito, moribundo por una prolongada huelga de
hambre, que el Estado nunca ha expropiado sus tierras, ni hubo robo,
usurpación, confiscación, ocupación ilícita, ni lícita por acto oficial,
ni afectación alguna, como dicen algunos medios privados que se han
hecho eco, etcétera, se está a un paso de decir que el mismo señor Brito
tampoco existe, que es una creación de los medios en contubernio con el
Departamento de Estado para desprestigiar a la revolución.
O aquella presidenta del Instituto del
Menor decir en una manifestación contra el diario El Nacional, que
pedían un procedimiento penal en la Fiscalía General contra ese
periódico en protección de los niños y adolescentes, dañados por una
foto de la morgue publicada en primera plana, sabiendo que todo eso es
una grotesca mentira; porque en Venezuela los fines de la dictadura
siempre se encubren detrás de algún loable propósito, siempre se
persigue por algún motivo inventado, nunca se declara lo que es en
verdad.
Alejandro Peña Esclusa fue sacado de su
casa de noche, delante de su esposa y sus menores hijas, bajo la
acusación de terrorismo, aunque nunca ha cometido ningún acto de ese
tipo y todo quien lo conoce sabe que esa no es la línea de Alejandro;
pero le sembraron explosivos en el gabinete de su hija de ocho años.
La incriminación procede de un supuesto
terrorista salvadoreño de apellido Chávez Abarca, que con la misma fue
enviado a Cuba. Extraña que el bojote que salió de aquí iba embozado de
manera que no se podía ver quién era, en un bimotor con siglas visibles;
pero el que llegó a Cuba iba a cara descubierta, rozagante, saliendo de
un jet tres turbinas. Luego, se lo tragó la tierra y no se supo más de
él; pero Alejandro sigue preso y su familia en zozobra.
Las acusaciones son un insulto al sentido
común, pero parece que en éste, como en muchos otros casos, el propósito
es desconcertar a la vez que intimidar, demostrar que el régimen puede
hacer lo que le dé la gana y no hay defensa posible frente a la
arbitrariedad.
Unos policías que calumnian descaradamente
a los detenidos, unos locutores de televisión pública que sin ningún
escrúpulo difaman a las víctimas, no son mentirosos comunes; ellos
forman parte de un mecanismo que pretende construir una realidad
ficticia e imponerla a fuerza de organización y propaganda. Es la vieja
fórmula nacionalsocialista, copiada al carbón por Stalin y Castro.
La realidad se vuelve esquiva,
inconsistente: nadie sabe a qué atenerse. Este es el caldo de cultivo de
la inseguridad más absoluta, cuyo último escaño es el terror, el terror
rojo.
HEGEMONÍA. A los comunistas les parece plausible
afirmar que si una persona es accionista de un banco y de una estación
de televisión al mismo tiempo, eso de por sí redunda en perjuicio “del
colectivo”, por lo que debe impedirse; pero la solución definitiva es
que una sola persona, digamos, Fidel Castro, sea propietario de todos
los bancos y de todos los medios de comunicación, lo que sí garantizaría
los intereses del colectivo.
Esto podría parecer un mal chiste si no
fuera precisamente lo que han hecho los socialistas donde quiera que
arriben al poder. Un solo periódico, Granma, una sola agencia, Prensa
Latina, como eran en Rusia Pravda y la agencia Novosti.
Los comunistas no creen en la libre competencia, en el pluralismo, como
mejor vía para alcanzar equilibrios. Su solución es el desequilibrio
absoluto para un solo lado, el del partido y el jefe del partido único.
Incluso en el exterior se ha caído en la
trampa de que en Venezuela existen medios críticos o francamente
opositores a la dictadura, enfrentados a los medios oficiales; lo que
ignoran es que en este país cualquiera que simplemente muestre la
verdad, aún sin emitir opinión alguna, se convierte automáticamente,
sólo por eso, en un medio “opositor”.
El mito reinante es el del “equilibrio
informativo”, según el cual, por cada cosa que se diga debe mostrarse
también su contraria. Así la verdad se convierte en una cuestión de
opinión, no de conocimiento. Con lo cual, se les da la razón a los
cultores del relativismo moral, político y epistemológico.
Si estamos en contra del cierre de RCTV y
otras cuarenta emisoras de radio, bueno, aquí hay unos cuantos que están
a favor del cierre, con idéntico derecho, porque es lo mismo estar a
favor de la libertad que contra ella, lo mismo defender un derecho que
conculcarlo.
La apuesta socialista es que haya muy
pocas voces disidentes y que al fin, nadie las oiga. El
premio es el silencio del gulag, de la cárcel, del exilio.
Luis Marín,
26-08-10.