miércoles, 06 de abril de 2011
Hagamos de Venezuela, un país alto promotor de la imaginación…
(III)
No
podemos seguir como vamos. Este no es el país soñado y deseado, menos
el prometido por la clase dirigencial de los últimos 51 años.
No
se trata de un tema de revolución o de contrarrevolución. De lo que se
trata es de contar con gobiernos serios y responsables convencidos de la
eficiencia y de la transparencia como cultura política de Estado. De
gobiernos con resultados tangibles a satisfacción de los ciudadanos de
cualquier nivel social. Hay una deuda social acumulada inmensa. Con una
sociedad encapsulada de malos hábitos, de utopías, de vagabunderías, de
mentiras, de problemas complejos como los de la corrupción, del
narcotráfico, de la violencia ejecutada de diferentes maneras con la
complicidad institucional, cuyas soluciones no dependen de un
superhombre, ni de hacer más leyes ni de crear más ministerios. Ni
tampoco de dirigentes preocupados por los problemas pero no ocupados de
ellos.
Se está ante una insensatez ciudadana y dirigencial.
Exigiendo cambios por doquier pero ninguno de ellos se ha atrevido a
hacerlo realidad individualmente primero. Por un lado, tenemos un
gobierno ufanado de cambios que en nada responde a los requeridos por el
pueblo mayoritario sin contenido moral, ético, democrático y humano,
como para seguirlos como ejemplos serios. Por otro, los opositores
partidistas pidiendo a otros democratizar las decisiones para escoger
nuevos liderazgos pero en sus organizaciones no lo hacen, a pesar de las
exigencias de los militantes...
No me cabe duda, estamos ante
una encrucijada de país altamente explosiva. Muy pocos trabajan en una
propuesta colectiva seria, inteligente, capaz de despertar conciencia de
las responsabilidad que estamos obligados todos a asumir por un país
distinto y mejor al que tenemos. Eso pasa por entender y asimilar la
necesidad de hacer políticas creativas de bien para el bien común
colectivo sin distingo de ninguna naturaleza. Rompiendo paradigmas
convencionales que nos han hecho creer por mucho tiempo que solo a
través de los partidos se puede hacer y ejecutar esas políticas.
Los
partidos son maquinarias esenciales en una democracia pero sus
directivos tienen que comprender que en los tiempos de hoy las
organizaciones: sociales, sindicales, gremiales y profesionales también
son interlocutores válidos y efectivos en la participación del diseño y
la ejecución del proyecto de país que nos merecemos.
Cuando se
revisa la historia de nuestra cultura política democrática, uno se
encuentra que los líderes de los cambios ofrecidos en campañas
electorales una vez alcanzado el poder terminan repitiendo los mismos
errores de los anteriores, convirtiéndose, muchos de ellos, en gobiernos
para servir sus intereses personales, familiares y partidistas, y no
como debe ser, servir al colectivo.
En esta historia decadente
los ciudadanos pasivos han sido parte del problema convirtiéndose en
cómplices de esta tragedia social en progresión. La siembra de petróleo
sigue pendiente. ¿Y saben por qué? La mediocridad, la viveza criolla y
“pendeja” a la vez, la actitud de “dejar hacer” “dejar pasar” se ha
impuesto como cultura enemiga de la inteligencia y como caldo de cultivo
para alimentar el populismo, el orgullo de los “Juan Bimba” dominados
por mesías, superhombres, sabelotodo.
Dirigentes y dirigidos no
terminan de superar complejos y prejuicios políticos donde todo gira
alrededor de un caudillo. Se pone uno y se ofrece como alternativa otro.
Renunciando a la autonomía e independencia de la conciencia, del
conocimiento, de la imaginación creadora. La gente -en su mayoría- ha
preferido convivir con los abusos de sus derechos humanos, de sus
derechos democráticos, de sus derechos políticos, terminando
complacidamente con el rol de víctima planificado por la mediocridad y
la perversión dirigencial.
El país de hoy es el menos deseable
que nos ha tocado vivir por lo miserable, lo dominante, lo excluyente y
lo escaso de imaginación de sus conductores. Han hecho de los problemas
soluciones ideológicas para reivindicar la revolución y a su jefe, que
se ha puesto por encima del Estado para dejar claro que sólo está en
este proceso para obedecerlo y adularlo cuantas veces sea necesario sin
importar que no se tenga qué comer, o vestir con tal de defender su
hegemonía absoluta de por vida sobre la sociedad venezolana.
Mientras
los venezolanos no asumamos esta realidad histórica, no seamos capaces
de distinguir las limitaciones de las oportunidades de alianzas con las
mejores capacidades, con los poseedores del conocimiento real de las
soluciones y con la voluntad firme para hacer las cosas bien y correctas
con visión de país a corto, a mediano y a largo plazo, muy difícilmente
podremos superar las trabas mentales que mantienen secuestradas el
progreso y el desarrollo humano de toda una república. Ya basta que nos
sigan diciendo que el petróleo es nuestro, que el oro, el hierro, el
carbón, el uranio, etc., son nuestros; que Pdvsa, las empresas del
acero, de los minerales, de la electricidad, de las comunicaciones, son
nuestras. Que la riqueza nacional es de todos; cuando en la realidad no
somos dueños de nada.
Para finalizar con el tema, comparto la
alternativa de hacer que la imaginación alcance el poder, para comenzar a
construir la Venezuela próspera, con alto desarrollo humano, pacífica y
tolerante.
Si es posible. Pensemos en los mejores y honestos,
que los hay de sobra. Con experiencia privada exitosa, pues pública hay
muy poca qué mostrar a nivel presidencial.
(*) Internacionalista
Twitter:@renenunezr Pueden oírme en “Diplomacia de Micrófono”, de 1:00 a 2:00 pm por la emisora LaMejor FM 91.5
FUENTE: Correo del Caroní