Revolución para no cambiar
José Vicente Carrasquero A.
La
bandera política enarbolada por el presidente Chávez apenas llega al poder es
la de la revolución. Una especie de copia al carbón del proceso político que se
llevó a cabo en Cuba y cuyo único propósito en el caso venezolano es mantener
al líder en el poder a como de lugar hasta que el cuerpo aguante.
Lo
primero que hay que resaltar es el carácter personalista del proyecto. Más que
el interés de lograr el desarrollo del país, priva el culto al líder, su
alabanza permanente complacerle sus deseos a todos los niveles. Y para ello
dice Chávez, tuvo que hacer alianzas con un pañuelo en la nariz. No importa si
me uno a indeseables con tal de que me lleven al poder. El fin justifica los
medios pues. Y quienes lo siguen están con él porque de otra forma no serían
más que cadáveres políticos insepultos.
A
menudo, muchas personas me comentan que Chávez es una persona muy inteligente y
que toma medidas muy audaces que lo ayudan a mantenerse en el poder. Siempre
contesto que lo que demuestra el presidente en estos casos no es inteligencia.
Es más bien su deseo exacerbado de mantenerse en el poder al costo que sea.
Acompañado este deseo por una falta de escrúpulos que resulta sobrecogedora.
Esto sin olvidar los consejos del sátrapa de Cuba que vio en el líder del PSUV
el instrumento para hacerse de Venezuela sin tener que disparar un tiro.
Estos
dos ingredientes explican el por qué Chávez ha llevado al país al borde de los
peores momentos que ha vivido desde el punto de vista social, económico,
político y de sus relaciones internacionales. Todas las acciones de su gobierno
están justificadas en el marco de esto que él llama revolución.
Es
así como vemos los altísimos grados de descomposición social en el que se
cometen crímenes de todo tipo sin que medie la acción del gobierno para
impedirlos o en todo caso para someter a los delincuentes a la justicia. Robos,
atracos, violaciones, vejaciones, asesinatos se han incrementado en Venezuela
de una forma inusitada. Chávez en su pequeñez intelectual se limita a culpar a
los gobiernos anteriores y a quedar ante la gente como que no tiene nada que
hacer al respecto. Sigue hablando como si hubiese llegado al poder esta mañana.
El
deterioro de la economía es una cuestión que los venezolanos viven día a día.
En tiempos en los cuales el precio del petróleo llega a precios nunca vistos,
los venezolanos tienen que conformarse con una limitada oferta de artículos de
consumo generalmente de inferior calidad. El aparato productivo nacional ha
sido desmantelado no vaya a ser que se hagan ricos y quieran financiar grupos
políticos que quieran competir por el poder. La moneda no tiene valor. Como no
lo tiene cualquier signo monetario que no sea fácilmente intercambiable. De ahí
que el boliviano, moneda de Bolivia, sea más fuerte que el bolívar al menos
desde el punto de vista de su capacidad de ser cambiado libremente (7 por US$).
El
control de cambio, raíz de todos los problemas económico que sufren los
venezolanos es lo más lejos que puede llegar la mente de un ministro de
finanzas que de economía, electricidad y planificación no sabe ni el
significado de las palabras.
La
corrupción política en Venezuela campea como nunca antes. El gobernador de
Apure abandona el cargo como si nada. Un ex juez del Tribunal Supremo anda
fugado por una supuesta estafa a la nación y no se sabe mucho de los esfuerzos
para someterlo a la justicia.
Un diputado renuncia al PSUV para ser nombrado
procurador y nadie cuestiona su independencia. Una funcionaria hace lo mismo y
es nombrada rectora del CNE y nadie cuestiona su independencia. La moral y la
política siguen divorciadas.
En
relaciones internacionales hemos caído en el foso de juntarnos con lo peorcito.
Sin saber que rédito nos produce. No parece que mucho, salvo que ahora
Venezuela figura como país por el cual circula libremente la droga como parece
corroborar la frecuente incautación de grandes alijos de estas sustancias. Se
nos ha acusado de ser refugio de guerrilleros. El secuestro es un delito fuera
de control en nuestras fronteras.
Y
uno tiene que preguntarse ¿Cuál revolución? ¿Qué ha cambiado? ¿Qué problemas
hemos superado?
Ninguna
revolución. La palabra es una simple etiqueta para un proyecto político que en
sí mismo no es más que eso: una etiqueta. Un proceso que no ha erradicado ni
uno solo de los problemas que llevaron a Chávez al poder en 1998. Una aventura
que ha hecho que el país retroceda en forma peligrosa en una cantidad de
materias.
Retroceso
que pone en tela de juicio nuestra capacidad de mantener nuestra soberanía.
Porque no se puede hablar de país soberano cuando los malandros tienen más
poder de fuego que las policías. No se puede hablar de señorío sobre nuestras
tierras cuando las mismas están a merced de grupos que las reclaman como
territorios liberados. Peor aún cuando esos lugares están a escasos cientos de
metros a vuelo de pájaro del palacio de Miraflores. No podemos hablar de
capacidad de autodeterminación cuando nuestros alimentos en una altísima
proporción vienen del exterior. No podemos hablar de imperio de nuestra
constitución cuando los planes y acciones de gobierno se consultan
permanentemente con La Habana.
Lo
cierto es que al final nada ha cambiado. Si retomáramos el discurso del
entonces candidato Chávez en 1997-98, encontraríamos que el mismo se queda
corto para condenar la situación actual. Existen cúpulas de poder, cogollos que
toman decisiones a espaldas del pueblo, una corrupción desbordada, escasez,
alto costa de la vida, crimen desbordado, deterioro de lo que ya estaba y mejor
pare usted de contar.
Un
fracaso total por seguir ciegamente a un hombre que solo tiene en su mente una
etiqueta.