Constitución fallida
José Vicente Carrasquero A.
El
miércoles 18 en la noche muchos venezolanos se sentaron frente al televisor
para presenciar como un ex miembro del TSJ se disponía a ratificarnos los que
la mayoría ya sabíamos.
Con
un desparpajo impresionante, el magistrado Eladio Aponte Aponte nos confirmó a
los venezolanos que en nuestro país se practica una suerte de justicia que se
moldea según los gustos y necesidades del proceso político revolucionario. Y,
que en ese sentido, el proyecto se encuentra por encima de la constitución y
las leyes de la república.
Se
aclararon muchas cosas. Ya se sabe la razón por la cual la Defensoría del
Pueblo no toma acciones contra, por ejemplo, Corpoelec por la pésima calidad de
servicio que presta a los venezolanos. La razón por la cual la fiscalía actúa
con celeridad en unos casos mientras se desentiende de otros. La razón por la
cual la justicia venezolana puede ser catalogada de cualquier cosa menos de
justicia.
Aponte
Aponte le gritaba al mundo el fracaso de ese proceso político que se inició en
Venezuela con la victoria electoras, que no golpista, de Hugo Chávez. Mucha
gente inocente tuvo fe que el país se enrumbaba hacia la superación de los
vicios del pasado. El discurso del presidente contra esas rémoras de los
gobiernos anteriores así lo presagiaba.
Sin
embargo, muchos acontecimientos posteriores nos fueron haciendo sospechar que
en realidad el país se conducía hacia otros pantanos mucho más espesos y
putrefactos. El ex magistrado nos ayuda a rememorar algunos de ellos. Y es ahí
cuando se entiende como llegan unos muchachos disfrazados de militares a los
bosques de El Hatillo. Nunca se supo quiénes eran los responsables. Como muchos
sospechábamos, no fue más que un burdo montaje para hacer ver al mundo que la
oposición tenía intenciones de impulsar movimientos violentos en el país. Lo
peor, es de las alturas del poder de donde viene la orden para manejar la
situación de la forma que mejor conviniera al gobierno. Esa fue la triste
historia del célebre caso de los para-cachitos.
Corrieron
estos pobres muchachos la misma suerte que aquellos soldados que engañados
fueron traídos en la madrugada del 4 de febrero de 1992 a dar una pelea que no
era de ellos. Era la de unos malvados que se aprovecharon del sacrificio de sus
vidas y que querían hacerse del poder a como diera lugar y sin que mediaran
razones.
Nos
cuenta el ex magistrado como se le ordenó condenar a alguien que no tenía nada
que ver con los soldados quemados en un calabozo de una instalación militar. No
se castigó a los culpables de la quema sino a quien trato de explicar a la
opinión pública venezolana lo que pudo haber pasado, ya que el gobierno nunca
dio una versión oficial. La vida de un General del ejército y la de su familia fue
vilmente trastocada por la justicia revolucionaria que le dio más importancia a
sus patrañas que a la verdad.
Los
escándalos no cesaban. Y es como vemos estupefactos que nuestras sospechas se
vuelven a confirmar en el caso del diputado Mazuco. Otro vil montaje de una
justicia que no es tal, de unos señores que han puesto sus intereses políticos
por encima de los valores supremos garantizados en la Constitución Nacional.
La
guinda del aperitivo: en Venezuela hay presos políticos. Eso se acuerda a altos
niveles de la nomenclatura. La jueza Afiuni es una. Paga la furia de Chávez por
haber librado libreta de excarcelación contra un enemigo personal. Imperdonable
según el caudillo. No había pasado un rato y ya la jueza era rea de esta
justicia revolucionaria que hasta el momento no le ha podido probar nada. Pero
sigue presa. Por una decisión política. Es decir, una presa política.
Toda
esta nauseabunda descripción del ex magistrado vino aderezada con la razón por
la cual habló. Y es que le querían aplicar la misma que él aplicó a otros. Y
para que no le recordaran aquello de que verdugo no pide clemencia, pegó la
carrera para nada más y nada menos que el imperio. Para que lo defiendan.
Porque ya no tiene carro blindado, ni guardaespaldas, ni todo el boato que viene
con la alta envestidura de la cual fue despojado. Porque no que quería que lo midieran
con la misma vara.
Y
uno se pregunta: ¿cuáles son los valores de este ex magistrado? ¿En qué cree?
¿Fue que pensó que tenía una especie de fuero especial? ¿Que podía cometer
todas esas tropelías e iba a salir liso? ¿Cuál nombre pretende lavar? No pierda
su tiempo, su nombre quedó lleno de inmundicia para toda la eternidad.
Da
tristeza ver a los balbuceantes voceros gubernamentales tratando de culpar
nuevamente al imperio. El ministro de interior confesando que el ex magistrado
se le fugó y aún así no hace ni la finta de poner el cargo a la orden. Maduro
no atina a decir nada coherente. Incluso sugiere que el ex juez es vocero de la
oposición. Se vieron desnudos, desarticulados. Peor aún, se vieron sin
vergüenza.
Pero,
hay una víctima mortal en todo este entramado. Nos referimos a la Constitución
de 1999. Una que quedó para los muchachos. Joven pero violada y mancillada a la
saciedad por sus propios progenitores. Queda como un libro de adorno al cual
algunos apelan para hacer vacías declaraciones y vanas promesas. Habrá de
hacerse un gran trabajo para recuperar su imperio y que más nunca vuelva a ser
vulnerada.
Junto
a la maltratada constitución aparece la figura difusa de un hombre. Uno que
juró perseguir la corrupción, acabar con las tribus judiciales, impedir las
decisiones tomadas a espaldas del pueblo. Todo un discurso que lo llevó al
poder tiene hoy más vigencia que nunca.
Pero
con un agravante. Es Hugo Chávez el protagonista de toda esta desventura que
vive el país. Nos llevó a un estado de podredumbre mucho peor que el que
encontró en 1999. Aponte Aponte lo denuncia, lo desnuda. Es bajo la mirada
complaciente de este presidente que Venezuela es hoy un estado fallido. Con una
constitución que solo sirve para adornar la fachada democrática que se quiere
presentar el mundo.
Chávez
y solo él es el responsable de lo bajo que ha caído Venezuela en lo social, lo
económico y lo político. Las evidencias están ahí presidente. Usted mismo las
puede ver. Solo hace falta que abra los ojos y vea.
Y
con seguridad, sus seguidores se estarán preguntando en este momento si para
todo esto fue que lo apoyaron. Y muy probablemente muchos sentirán vergüenza de
ponerse nuevamente una franela roja.