Sesquipedalia
Dos temas sueltos pero con
ilación
Humberto Seijas
Pittaluga
Una carta
que debieran leer nuestros uniformados
El Cónsul de
Portugal en Valencia, Antonio Chrystêllo Tavares —un querido amigo que ha hecho
revivir en esa ciudad la costumbre de las veladas cultas de conciertos y de
conferencias— escribió una semblanza acerca de Joaquim de Albuquerque, un
oficial portugués de finales del siglo XIX que se cubrió de gloria en varios
combates en África y que fue, además de pacificador de Mozambique, un gobernante
exitoso que le buscó solución a los problemas sociales, económicos y
culturales de ese territorio con un trabajo solo
comparable al de su alto prestigio militar. Esos méritos hicieron que don Carlos I, el rey de Portugal, lo
designara como preceptor del príncipe heredero, Luis Felipe de Bragança, cuando
este cumplió los 13 años. Sus enseñanzas parecen haberle sido de
mucha utilidad al príncipe en su corta vida —resultó muerto a los 21 años, junto
a su padre, en el regicidio de 1908. Después de leer algunos
párrafos de esa carta que el cónsul incluyó en el programa del más reciente
concierto, me decidí leerla completa, vía Wikipedia, y descubrí una joya de la
literatura patriótica y militar que debiera ser de lectura obligatoria para los
militares venezolanos de hoy.
Si dejamos de lado los tratamientos protocolares de esa época y nos
enfocamos en lo que predica Albuquerque, las palabras tienen vigencia y mucha
pertinencia con lo que sucede hoy en nuestro país. Solicito la
clemencia de los lectores por la traducción que hice de algunos apartes que
quiero compartir y transcribo de inmediato: “Triste del hombre que sólo se preocupa por el presente, que
solo aprecia la intimidad de la vida. Pobre de aquel que necesita
dormir para soñar con el futuro. En la observación dolida de lo que ha pasado y
en el imaginar lo que está por venir se va formando el alma, se van
estableciendo las cualidades, desarrollando la fuerza”. Pareciera
ser una admonición para tanto aprovechador codicioso que abunda en el
escalafón militar y los ministerios solo para lucrarse hoy sin importarle cómo
dejan de empobrecida a la nación de cara al futuro.
Más adelante, el lusitano le explica a su pupilo: “Su Alteza nació en una época bien desdichada para este país. Tal
vez fue un favor de Dios porque la fuerza de carácter se prueba más en la
desventura que en la felicidad. En cualquier caso es cierto, mi
Señor, que vuestra historia ha sido muy triste porque, convénzase bien su
Alteza, los príncipes no tienen biografía, su historia es, tiene que ser, la de
su pueblo. En esta historia, sin embargo, hay algunas páginas que su Alteza
puede leer sin que se le caiga la cara de de vergüenza, sin que le suban a los
ojos lágrimas exprimidas del corazón triturado por las humillaciones. Esas pocas
páginas brillantes y consoladoras que hay en la historia de Portugal
contemporáneo, las escribimos nosotros, los soldados, por las selvas de
África. (...) Algo sufrimos, es cierto; corrimos peligros y pasamos hambre y
sed, y no a pocos postraron en tierra para siempre la fatiga y las enfermedades.
Todos lo soportamos de buena gana porque servíamos al rey y la patria, ¡y para
ninguna otra cosa está en este mundo quien tiene el honor de portar una
guerrera!” Vergüenza es lo que —al meditar sobre esto—debieran
sentir los que han dejado de lado la frase “de Venezuela” en el nombre de la
Fuerzas Armadas y la han reemplazado con un “bolivarianas” que ojalá significara
“que se guía por las enseñanzas de Bolívar” pero que todos los venezolanos
sabemos que solo denota que fueron ofrendadas a un partido político.
Con el pusilánime y nefando alto mando (minúsculas a propósito)
actual no regresarán la ética y la verticalidad al seno de la Fuerza
Armada. Pero, menos mal, que ya les debe quedar poco
tiempo…
El bufón
que se exasperó
Una de las
óperas que a mí me gusta más es Rigoletto. Creo que la escena del
último acto en la que Rigoletto lleva a
su hija, Gilda, para que se desilusione al descubrir que su adorado duque de
Mantua está cortejando a Maddalena, es una de las más hermosas piezas para
cuatro voces que se haya escrito en la lírica. Pero hoy voy a
referirme a otra: aquella en la que el deforme bufón confronta a los nobles en
palacio y les exige que le entreguen a su hija, que ellos han raptado
para ofrecérsela a Mantua. Cuando estos se niegan, Rigoletto,
encolerizado, los apostrofa con su “Cortigiani, vil razza dannata!”
Igual andanada es la que provoca dispararle a tantos adulantes
que pululan alrededor del “panal de rica miel” que representa el Tesoro Nacional
y que los validos del invisible reparten con una discrecionalidad irresponsable
y (sospecha uno) una complicidad despreciable. Son eso: una vil y
maldita raza de cortesanos…