Que Dios nos agarre confesados
José Vicente Carrasquero A.
Fueron
muchas las intervenciones públicas en las que alerté del peligro que
significaba tratar de construir un proyecto de país alrededor de la figura de
un solo hombre. Era suficiente buscar las pruebas del seguro fracaso en la idolatría que
nuestros políticos construyeron alrededor de Simón Bolívar. Si no pudo ese gran
hombre ser un faro para el desarrollo del país, era imposible que Chávez lograse
representar una imagen que inspirara al pueblo venezolano y a las clases
políticas a superar los obstáculos que nos impiden construir una sociedad
moderna.
No
es aventurado decir que Venezuela nunca ha tenido un proyecto de país. Una
visión que le planteara al pueblo y a sus dirigentes el reto de diseñar unas
estrategias que condujeran a tener una sociedad desarrollada que dependiese más
del trabajo de su gente que de las materias primas con las que nos premió la
naturaleza.
Y
es así como el gobierno es sorprendido por la única guerra que iba a confrontar
y para la que no se preparó en lo más mínimo: la guerra de los precios
petroleros. Ya algunos voceros oficialistas, cada cual más ignorante que el
otro, culpan al imperio de la caída de los precios del crudo. No fueron
suficientes quince años para crecer en nuestros niveles de producción para no
ser afectados por estas guerras. No fueron suficientes tres quinquenios para
independizarnos de lo único que produce divisas para nuestra economía. Por el
contrario, los resultados de la desastrosa política económica nos llevaron a
producir menos y a depender más. Una verdadera hecatombe que evitará por unas
décadas más que Venezuela alcance su verdadera autonomía.
Lo
grave es que el gobierno se encuentra perdido en medio de lo que muchos
expertos han llamado la tormenta perfecta. No tiene brújula. No sabe qué
medidas tomar. No tiene ni siquiera un entendimiento de la situación por la
cual estamos atravesando. No hay en el gobierno un funcionario que dé la
sensación de tener idea de las inevitables medidas que el gobierno debe tomar
en medio de la más severa crisis de los últimos cien años.
Lo
que se oyen son declaraciones que producen mucha preocupación. De la más alta
dirección del país nos dicen que podemos vivir con el barril a cuarenta. El
disparate da lástima con el que lo dice y con nosotros que resultamos víctimas de
lo que parece ser un anuncio de que no se tomarán las necesarias e ineludibles medidas.
Si con el barril promediando más de noventa este año, se le debe a todo el
mundo, si esas deudas son la razón por la que no se consiguen medicinas,
comida, vehículos y ese largo etcétera, ¿cómo se le ocurre al responsable de
las finanzas públicas decir semejante zoquetada?
Ya
unos dicen que es producto de una guerra de los gringos contra Rusia y que eso
nos está afectando. Seguramente no saben que el Estado Norteamericano no
explota ni comercializa petróleo. Que lo que hizo hace unos años fue permitir
el uso de una técnica que les permite explotar otros yacimientos y por lo
tanto, aumentar su producción. En todo caso, es su derecho el participar en el
mercado petrolero.
Ridículo
el que se quiera presentar a la oposición como complacida por lo que nos está
pasando. Bastante se advirtió de lo que vendría de seguir este camino sin una
brújula que indicara el objetivo. Un elemento más de esa táctica mal sana de
rehuir a los problemas y culpar a los otros de lo que está pasando.
Envidia
da la reacción de Arabia Saudita ante la caída de los precios. Lo encuentran
positivo en la medida que sacará del juego a unos proyectos de exploración y
explotación que no son rentables a los precios actuales. Eso les garantiza que
sus mercados no correrán riego. Tienen suficiente capacidad de bombeo para
cubrir lo que algún productor deje de contribuir en el suministro mundial. No
aparecen en esta guerra de precios como unas sayonas sino como actores importantes
que se pueden poner de tú a tú con quien sea necesario.
Lo
cierto es los nefastos efectos de una política azarosa están comenzando a
mostrarse con cada vez más intensidad. Maduro no entiende que los bolívares sin
dólares que lo respalden no tienen valor alguno. Tampoco sabe que nadie en su
gabinete está preparado para proponerle medidas que permitan amainar los
efectos de las terribles consecuencias de un pésimo manejo de la economía.
Nos
encontramos en un barco sin timonel. Una nave sin brújula que en medio de la
tormenta se dirige a unos arrecifes que nos harán zozobrar. De eso no queda la
menor duda. La única responsabilidad de lo que está por pasar caerá sobre la
política de Chávez y su muy cuestionada decisión de dejar al mando a una
persona que carece de los elementos mínimos para conducir la complejidad de un
país.