En Venezuela, además de los próceres de la Independencia, hemos tenido nuestra buena cuota de valientes, mujeres y hombres. Me parece injusto cuando la gente se queja de que aquí no los hay. Pensaba en eso cuando vi el video del Diputado Ismael García denunciando a los “ricachones” del régimen, con nombres, apellidos, testaferros y todas las señas necesarias. ¡Hay que ver cuánto valor se necesita para denunciar a los más poderosos! También me ha producido inmensa admiración Guillermo Zuloaga: un hombre que ha podido haberse ido del país, pues su fortuna se lo permite, y en vez se ha quedado aquí dando la cara. Citaciones, procedimientos, aperturas de juicios. Ahí ha estado Guillermo, firme, digno. De ese grupo, mis respetos para Nelson Mezerhane y Alberto Ravell.
Hay militares que también han dado señal de poseer gran valor. Uno recientemente fallecido, el general Bernardo Rigores, icono de toda una generación de militares. Otro, el Coronel Sammy Landaeta Millán, quien en carta pública al ex ministro Maniglia realiza terribles denuncias. Marcel Granier, Teodoro Petkoff, Marta Colomina, Wilmer Azuaje, Pastora Medina, Juan José Molina, Jesús Urdaneta Hernández, Henry Ramos Allup, Alejandro Armas, Milos Alcalay, Jaime Nestares, Rafael Huizi Clavier, Francisco Faraco, Henrique Capriles Radonski, Elinor Montes, Roberto Giusti, Luis Miquilena… es injusto nombrar algunos porque quedan muchos por fuera, pero creo que es momento propicio para recordar a quienes tienen el coraje de enfrentarse al poder casi absoluto.
Cuando se habla de valientes en Venezuela siempre se recuerda a Fermín Toro, quien el día del llamado “Fusilamiento del Congreso” en 1948 se enfrentó públicamente al amo del poder de aquel entonces, José Tadeo Monagas. Toro se negó a regresar al recinto parlamentario: “Decidle al General Monagas que mi cadáver podrán llevarlo, pero que Fermín Toro no se prostituye”. A Rafael Arévalo González, quien pasó buena parte de su vida adulta preso por enfrentar a Juan Vicente Gómez.
Es bueno distinguir entre valientes y detentadores del poder que se hacen los valientes, y sobre todo identificar claramente a quienes confunden valentía con abuso de poder, quienes imponen por la fuerza un supuesto “bien común” que solo ellos entienden, que solo es “común” para quienes les rinden pleitesía y que los demás padecen como un mal mayor, en toda su perversión. Esos no solo se inspiran en el error y la ignorancia, sino en los más bajos instintos de dominación. Terminan causando daños incuantificables. La historia cercana tiene ejemplos muy frescos y emblemáticos de esos funestos personajes, que increíblemente se repetirán en la medida en que sus eventuales víctimas no los detengan a tiempo.
Es bueno repetir que cuando a los atributos de valentía y nobleza se unen los de sabiduría y rectitud, quienes los ostentan adquieren el grado de héroes de su pueblo y a menudo se ganan más que la admiración y el respeto de éstos, su amor y devoción.
En 1954 a Ramón J. Velásquez le dijeron, de parte de Pérez Jiménez, que mejor se iba del país si no quería que lo pusieran preso. “Pérez Jiménez sabe donde vivo”, fue su respuesta. Estuvo preso hasta que cayó el régimen.
Al Dr. Velásquez y a todos los valientes de este país, mi respeto y mi gratitud.
carolinajaimesbranger@gmail.com
Opinión
Carolina Jaimes Branger
Fuente: Noticiero Digital