España
en crisis
Fernando
Ochoa Antich.
Las crisis políticas españolas han sido
recurrentes. Si analizamos, por ejemplo, con algún detenimiento los hechos
históricos que rodearon el inicio de la Guerra Civil, nos daremos cuenta de
esta realidad. La década de los años treinta fue para España una de
las más agitadas de su historia contemporánea. De una profunda ilusión transformadora,
la Segunda República, se condujo a España, por la intransigencia de todas las
tendencias ideológicas, a una guerra civil de terribles consecuencias. Su
verdadera causa fue la exagerada polarización de la política española, entre
derecha e izquierda, que impidió cualquier posibilidad de diálogo durante todo
el período republicano. Las elecciones de febrero de 1936 condujeron al
gobierno del Frente Popular y a una mayor radicalización de la derecha. La
violencia se desbordó: el asesinato del teniente de la Guardia de Asalto José
Castillo, de conocida filiación socialista, por pistoleros falangistas, trajo
en represalia, el asesinato de José Calvo Sotelo, principal dirigente de la
extrema derecha. Ese crimen fue la excusa para el alzamiento militar contra la
República.
Las elecciones generales realizadas en
España el 20 de diciembre de 2015 pusieron fin al bipartidismo existente entre
el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, con la aparición de
dos nuevas fuerzas políticas: Podemos,
más a la izquierda que el PSOE, y Ciudadanos más al centro que el PP. El
resultado de esas elecciones demostraron que un importante porcentaje del
pueblo español no estaba satisfecho con las políticas de esos dos grandes
partidos, a la luz de la importante abstención del 30,33 %. En esas elecciones también se manifestó una sostenida tendencia a
la dispersión del voto que, de mantenerse en las próximas elecciones, haría
imposible la formación de un nuevo gobierno. Esta fue la causa de las
infructuosas negociaciones entre las diferentes fuerzas políticas que
impidieron al Partido Popular y al PSOE formar gobierno ante la negativa de
Ciudadanos y las posiciones extremistas de Podemos, representadas
principalmente por el respaldo al secesionismo catalán y su cercanía al
Socialismo del Siglo XXI. Esta realidad
obligó al rey Felipe VI a convocar a
nuevas elecciones para el 26 de junio de 2016.
A este
respecto es interesante comparar los resultados electorales de las elecciones
del año 2011 con las del 2015. La característica fundamental de las elecciones del año 2011 fue
un marcado predominio de los dos grandes partidos, principalmente del Partido
Popular, el cual logró una mayoría absoluta al obtener 10.866.566 votos y 186
diputados; el PSOE obtuvo 7.003.511 con 110 diputados; y un numeroso grupos de
pequeños partidos, los cuales obtuvieron 54 diputados al sobrepasar los
4.000.000 de votos. Al contrario, en las elecciones del año 2015 se produjo,
como ya se dijo, una sorprendente dispersión del voto tanto en los
tradicionales partidarios del PP como en los del PSOE. Observemos: el Partido Popular disminuyó
su votación a 7. 215.752 votos ante el surgimiento de Ciudadanos, el cual
alcanzó una limitada votación de 3.443.424 votos, el 13,93 %, casualmente, los
votos que le faltaron al PP para repetir su anterior resultado. De todas maneras el PP, ganó esas elecciones
con 28,72 % y 123 diputados. El PSOE se mantuvo como segundo partido al lograr
5. 530.779 votos, el 22,01 %, con 90 diputados, pero muy debilitado ante Podemos
que alcanzó 5.189.463 votos con 20,66 % y 69 escaños. Los pequeños partidos obtuvieron
cerca de 3.000.000 de votos y 28 escaños.
La nueva convocatoria a elecciones generales es un exigente reto
para el pueblo español. Repetir las mismas circunstancias políticas, es decir,
dispersar el voto, sería un gravísimo error que tendría delicadas consecuencias
económicas en un momento en que se requiere fortalecer la confianza para poder
atraer suficientes inversiones y así consolidar las medidas de ajuste tomadas
por Mariano Rajoy. En ese caso, el
Partido Popular necesita lograr que el voto que se orientó hacia Ciudadanos
regrese a su cauce. Eso no es sencillo, pero puede lograrse. Exige fortalecer
el tradicional liderazgo del Partido Popular. Mariano Rajoy debe continuar
siendo, a mi criterio, el centro del partido, para poder tener la necesaria fortaleza,
si el resultado electoral así lo exige, para negociar con Ciudadanos. El problema del PSOE es más difícil. Las
diferencias de votos con Podemos fueron prácticamente insignificantes. El
fortalecimiento de la popularidad de Pablo Iglesias es un reto permanente que
exige tomar medidas drásticas y urgentes. La lucha por el liderazgo entre Pedro
Sánchez y Susana Díaz debe resolverse antes de iniciarse la campaña electoral.
De no hacerse, el debilitamiento del PSOE podría ser definitivo. Volver a dividir
el espectro político entre la derecha y la izquierda radical, sería una
verdadera tragedia para España…
Caracas, 15 de mayo de 2016.
@FOchoaAntich