Axel Capriles M. // Granier y Cisneros
Granier ha hecho lo que muy pocos empresarios se han atrevido a hacer
En estos tiempos de política de masas y de colectivismo, también los individuos terminan por encarnar arquetipos. Así, en la imaginación colectiva de gran parte de la población venezolana, Marcel Granier y Gustavo Cisneros han dejado de ser personas para convertirse en símbolos de la integridad o de la degradación del país. Como Dorian Gray en la novela de Oscar Wilde o Hendrik Hoefgen en la película Mefisto de István Szabó, Cisneros se ha transformado, en nuestra imaginación política, en la personificación de un motivo típico de la literatura, la mitología y el folclor que representa la venta del alma al diablo. Con el estigma de la reunión con Jimmy Carter y Hugo Chávez en la que se sacrificó el país para salvar a Venevisión, Cisneros no hace sino representar a todos los individuos que han permitido la consolidación del totalitarismo a cambio del beneficio y lucro personal, a los empresarios que han bajado la cabeza y han vendido sus principios e integridad para mantener sus empresas y enriquecerse un día más. Es la imagen de la Venezuela de la decadencia, del fracaso de las élites que no asumieron su responsabilidad nacional y cedieron espacio por miedo, por acomodo, por el deseo de continuar participando en el reparto clientelar de la renta petrolera.
Marcel Granier, por el contrario, pareciera ser un personaje de la estirpe de John Galt y Hank Rearden, los protagonistas de novela La Rebelión de Atlas de Ayn Rand, arquetipos de la fuerza creativa y de la libertad individual que no se someten al poder. Para los Felicitadores y los Cerebritos de la Fiesta del Chivo, Granier ha cometido un suicidio empresarial, se ha inmolado innecesariamente por rigidez y tozudez. Granier, sin embargo, ha hecho lo que muy pocos empresarios se han atrevido a hacer: sacrificar sus propiedades para convertirse en símbolo de la resistencia y la integridad. Como en Globovisión y en tantos otros refugios venezolanos, la imagen del hombre que pierde lo suyo por fidelidad a su país da cuenta del potencial que aún nos queda para ganar la libertad.
acaprile@ucab.edu.ve
Marcel Granier, por el contrario, pareciera ser un personaje de la estirpe de John Galt y Hank Rearden, los protagonistas de novela La Rebelión de Atlas de Ayn Rand, arquetipos de la fuerza creativa y de la libertad individual que no se someten al poder. Para los Felicitadores y los Cerebritos de la Fiesta del Chivo, Granier ha cometido un suicidio empresarial, se ha inmolado innecesariamente por rigidez y tozudez. Granier, sin embargo, ha hecho lo que muy pocos empresarios se han atrevido a hacer: sacrificar sus propiedades para convertirse en símbolo de la resistencia y la integridad. Como en Globovisión y en tantos otros refugios venezolanos, la imagen del hombre que pierde lo suyo por fidelidad a su país da cuenta del potencial que aún nos queda para ganar la libertad.
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