*_25 años en manos de una comedia_*
*Enrique Meléndez*
Bochinche, puro bochinche: estas palabras suenan como un eco en nuestra historia; pronunciadas por Francisco de Miranda; tan pronto es detenido en su habitación en horas de la madrugada por una comisión de sujetos, entre los cuales se hallaba Simón Bolívar; el menos autorizado para estar allí, puesto que por una negligencia suya se había perdido el fuerte de Puerto Cabello, que sería el primer descalabro, de lo que el susodicho conocería en el Manifiesto de Cartagena como la primera República; sólo que allí no hace mea culpa, al respecto, cuando enumera las causas de su caída. Suenan como un eco de tradición oral, a manera de anécdota, y entonces se vinieron a reproducir en Hugo Chávez; cuando la política dejó de tener contenido, para volverse forma, apariencia, espectáculo:
-Es que Chávez es así-, decían sus seguidores, a propósito de su conducta ordinaria y soez.
-Es que no debe ser así-, respondía el profesor Alexis Márquez Rodríguez, en un país donde se había escrito un libro como el Manual de Urbanidad y de las Buenas Costumbres, autor Manuel Antonio Carreño, que fue todo un éxito editorial, y que aún entre los venezolanos, cuando se trata de una persona de semejante conducta, se le aconseja a que vaya a leerse El Manual de Carreño. De hecho, hasta la llegada de Chávez al poder, uno veía mucha formalidad en nuestros jefes de Estado. Se trataba de sujetos incluso de muy bajo perfil en lo personal; con poca exposición mediática. A Carlos Andrés Pérez se le llegó a decir "Locoven", con motivo de su populismo; pero no dejaba de manifestar la solemnidad y la hidalguía de los gochos; empezando porque admitió sin aspaviento alguno los cargos, que le impuso la justicia en un momento determinado. Nada de hablar en doble sentido, en respeto al pudor público: "al que le pique, que se rasque", como lo hacía el susodicho, lo que llevaba a decir a Manuel Caballero, que su lenguaje era el de un portero de burdel. He allí el tipo de espectáculo, que adoptó nuestra política. No sin razón dice Schiller, que cuando el hombre es solo forma, no tiene forma alguna, pues si carece de una tesis política, entonces no es sino un comediante: ¿no ha sido la revolución bolivariana un permanente recomenzar?
Una gran parte de esa clase media, que votó por él, empalideció, cuando Chávez en su juramento como jefe de Estado, manifestó que lo hacía frente a una moribunda Constitución. En efecto, un acto de soberbia muy propia del criollo llanero; que es muy zumbado, como entre ellos mismos se dicen; pero no pasaba de ser una bufonada, porque no sabía lo que decía. Se trataba de un sujeto que no tenía ni la más lejana idea, de lo que era un texto constitucional, y en esto habían influido en él tres personajes: Luis Miquilena, Domingo Alberto Rangel y Manuel Quijada, a quienes se les tenía por partidarios de golpes de Estado o toma del poder por rebelión popular, pues pensaban que en este país había que conspirar, para derrocar al llamado "puntofijismo", representado en AD y Copei; cuya clase dirigente, además de iletrada, era muy codiciosa, y pasar a convocar a una Asamblea Constituyente, que diera lugar a un nuevo país; por lo que proclamaban la política de la abstención, y en lo que se empató Chávez en aquellos momentos, a raíz de las visitas que los tres le hacían, cuando entonces estaba recluido en Yare.
Fue un espectáculo bochornoso; cuando Chávez asumió la presidencia, y hay quien dice que ese juramento fue violatorio de la Constitución, puesto que la estaba negando; al considerarla moribunda. Allí está el espíritu de nuestra laicidad. O sea, no era el momento para abordar su indisposición hacia ella, y que no respondía sino al hecho, de que en segundas intenciones, lo que pretendía era proceder a reproducir una nueva; que le diera carácter de vitalicia e irresponsable a la presidencia de la República, para evocar la famosa Constitución de Bolivia del Libertador. De allí la necesidad de convocar a una Constituyente. Aquí salta a la vista el problema, que confronta una sociedad, cuando un militar con liderazgo se ha puesto como meta llegar a la presidencia de la República, pensando que se trata del último grado de su carrera; porque, a diferencia de un dirigente político partidista, el costo de su ambición, lo lleva a cobrar con la perpetuidad en el poder. Además, en Chávez concurrían dos psicosis adicionales: su demasiado narcisismo y su demasiada egolatría. Así lo que oímos ese día, de asunción presidencial, fue fanfarronería, como aconsejarle a sus enemigos políticos, que se buscaran un paracaídas bien grande, porque la caída que iban a tener frente a él no fuera a ser tan grave; proyectos de desarrollo económico, que partían más de delirios, que de realidades; arribismo, como el de tutear al entonces presidente de Colombia, Andrés Pastrana, presente en el acto; cuentos de sus andanzas militares y un par de citas del Libertador, sobre todo, una que siempre la repetía, y con la cual comenzó su discurso: "Dichoso el soldado que bajo el escudo de las armas de su mando, ha convocado la soberanía nacional, para que ejerza su voluntad absoluta".
Más bochornoso aún fue, cuando se dirigió al Palacio de Miraflores, luego de abandonar el antiguo Congreso de la República; como se vio por televisión, a pie y golpeando su palma con el puño, es decir, un mensaje no verbal, que significaba que el pueblo, representado en él, se hacía justicia; lo que no dejaba de ser un disparate. Incluso, entre las cuñas oficiales, que las televisoras están obligadas a transmitir, hay una donde hay un Chávez, que aparece en un podio, vociferando que Chávez ya no es Chávez, sino pueblo venezolano. Lo que explica que esa clase media, que lo llevó al poder, ya a los dos años se decía: si yo lo puse allí, yo lo tumbo; como soltar el genio de la botella, por lo que no fue tan fácil reducirlo a la misma, y en eso nos hemos pasado todos estos años.