Eppur si muove
El Imparcial.es /10-09-2009
Como diría Marx, un fantasma recorre Europa. Mientras, Venezuela respira. Al menos durante el tiempo en que su ínclito presidente anda de gira, con escala en Madrid y Venecia. Precisamente en la Serenísima, el “gorila” se ha dejado ver en compañía del cineasta Oliver Stone, especialista en hacer en publirreportajes a tiranos. Sus dos musas, Fidel Castro y Hugo Chávez. Pero el pobre Stone es miope. De ahí que no haya podido reparar en las mazmorras donde se tortura a los que disidentes cubanos. O ver a las hordas chavistas disparando contra los pocos valientes que aún se manifiestan en defensa de la libertad por las calles de Caracas. Cosas del cine. El caso es que la tournée acaba en Madrid, donde será recibido por sus amigos Moratinos y Zapatero. Entre ellos se profesan una sincera y recíproca admiración. Ya se sabe, Dios los cría…
Que no se me enfade nadie por lo de “gorila”. Amen del feo primate (cuyo parecido con el líder bolivariano es más que evidente, para desconsuelo del reino animal), el término posee otras acepciones. Según el diccionario de la Real Academia Española, “gorila” es aquel “militar que actúa con violación de los derechos humanos”, o “que toma el poder por la fuerza”. Esto último estuvo a punto de producirse en 1992, cuando el entonces teniente coronel Hugo Chávez dio un fallido golpe de estado contra Carlos Andrés Pérez. Nefasto presidente, sí, pero al menos fue elegido democráticamente. También lo fue Chávez cuando ganó las elecciones de 1999, error del que a día de hoy muchos venezolanos se lamentan amargamente. En el pecado llevan la penitencia.
Así las cosas, el mundo entero padece desde hace diez largos años los exabruptos de un grotesco personaje al que ni Kafka en sus peores delirios habría podido imaginar. Venezuela es un país sin otra ley que el chavismo, o lo que es igual, la ley de la jungla. Temeroso de una huelga general como la que paralizó el país en 2002, Chávez ha colocado a sus acólitos en las principales empresas venezolanas, y pobre del que ose no llevar la indumentaria roja en alguno de sus frecuentes mítines. Al más puro estilo “orwelliano”, se controla tanto la asistencia como el entusiasmo mostrado. Numerosas familias han visto ocupadas sus casas y propiedades, requisados sus vehículos o intervenidos sus bienes en favor de la causa bolivariana. Venezuela es también una enorme base franca donde las FARC mueven con todo tipo de facilidades su maldita droga -recuérdese, son “hermanos” de Daniel Ortega y el propio Chávez-. Mientras, la población se muere de hambre.
Y de hastío, pues quien a falta de comida o trabajo ponga la televisión para distraerse, seguramente tenga que soportar alguna de las maratonianas emisiones de “Aló presidente”, culmen de zafiedad y degradación moral. Pero que nadie espere ver críticas a Chávez en los medios de comunicación venezolanos. Casi todos están ya bajo control chavista, y los que quedan malviven bajo la amenaza de que los asalten pistola en mano los mamarrachos de la gorrita roja. Por desgracia, hay Chávez para rato. Unos pocos le apoyan en su Venezuela natal, aunque el número es lo de menos: cuenta con el respaldo de un sistema corrupto y a la carta, que le permite manipular comicios a su antojo. Cuenta también con un hatajo de mediocres painaguados -Correa, Evo Morales, Daniel Ortega o los Kirchner- que le hacen de palmeros en las reuniones de UNASUR. Cuenta con Irán, país que se caracteriza por su apoyo cualquier causa innoble que el ayatolá de turno estime oportuna. Y cuenta finalmente con dos “valiosos” aliados en Europa: Moratinos y Zapatero. Alguien dijo una vez que el socialismo era la “casa común de la izquierda”. Menuda casa.