EL absoluto comandante Chávez levanta al pueblo bolivariano en armas contra Colombia. Su enésima destemplanza le ofrece sesión de reestreno. Con esos timbales de guerra, el líder bolivariano va a conseguir que se impulse la reelección espectacular de Álvaro Uribe en Colombia. Se tutea con las FARC colombianas, inflama la frontera colombo-venezolana. De todos modos, parece que no va a acabar con la convivencia posible en Honduras aunque le pague la campaña a Zelaya en Tegucigalpa. En el Ecuador, el presidente Correa opta por el perfil bajo. Evo Morales reduce decibelios indigenistas.
Nubes espesas para el «star-system» unipersonal de Telesur: primeras grietas en la alianza chavista ALBA. Los amigos de Irán también andan enfrascados en su involución nuclear. Por eso Chávez coarta aún más la libertad de opinar en Venezuela. Hay indicios de que el FMLN salvadoreño sigue los pasos del comandante Chávez, como Fernando Lugo, en Paraguay. Falta la segunda vuelta en Uruguay, donde el liberal-conservador Luis Alberto Lacalle lucha voto a voto frente al colorista Mújica.
El líder bolivariano lleva tiempo repartiendo chuches entre sus mejores amigos. En Bolivia, Chávez aporta un 60 por ciento para una planta termoeléctrica. En Cuba, la obra social bolivariana dona 30 millones de dólares, además de invertir 70 más en el cableado de fibra óptica cubano-venezolano. Petróleos de Venezuela adquiere, por 130 millones de dólares, el 49 por ciento de la refinería de República Dominicana. Para Nicaragua ya van 50 millones de dólares nominalmente destinados a infraestructuras. En Panamá, la cosa es más frugal: Petróleos de Venezuela sufraga el busto del Omar Torrijos. En total, las chucherías con que Chávez obsequia a sus amigos suman 54.000 millones de dólares. La lista tiene profusión de novela del «boom» iberoamericano, como una calcomanía de «Yo el supremo». Mientras tanto, hay carestía en el avituallamiento de los hogares venezolanos, con una inflexión en la popularidad demagógica del máximo líder. Algo tendrá que ir haciendo Barack Obama, sobre todo si Lula Da Silva no le secunda según se esperaba.
En el empeño político-absolutista de Chávez se entrecruzan los ecos de aquella concepción de la violencia que Georges Sorel aportó al orto de los fascismos. Es el irracionalismo telúrico que en sus repliegues tectónicos erige nuevos muros, a los veinte años del fin del telón de acero en Berlín. Hay entre líneas el regreso al mito sangriento de la huelga general -trasnacional-, pagada mientras pueda por la petropolítica. Son paradigmáticos sus vínculos políticos con la figura de presidente Lukashenko, ahora poseedor en exclusiva del título de último dictador europeo. La democracia iliberal engendra ilegalidad.
En «Aló presidente», Chávez ha hablado de una guerra contra Colombia que puede durar cien años y extenderse a todo el continente. Así se preparan los muros para el socialismo del siglo XXI. El caudillismo acaba siempre abrazado a la violencia como presunta moralidad revolucionaria. A Chávez le echan una mano un puñado de constitucionalistas españoles que aquí no lograron la ruptura del Estado de Derecho. También reciben alguna chuche. Fracasado en Honduras, el chavismo amenaza a Colombia con la guerra. Más genéricamente, amenaza a todos sus allegados con una oleada de corrupción. Daniel Ortega va en cabeza, sistemático en la depredación de su Nicaragua. Hugo Chávez ya da por escrita la historia de su Venezuela pero los venezolanos por suerte tienen todavía mucho por decir.
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Fuente: ABC.es