Ildemaro Torres
Momias de todos los tiempos
No son necesariamente de faraones egipcios con bandas de tela enrolladas hasta en el último resquicio del cuerpo ni encerradas en urnas herméticas. No. Son de rostros y manos visibles, y expuestas para la veneración pública en ataúdes (más bien estuches) de vidrio; ni responden a un simple apego a rituales y prácticas milenarias, sino bochornosas expresiones contemporáneas del fanatizado culto a la personalidad, generalmente de déspotas con delirios de posteridad, que así lo imponen.
El propio Fidel Castro es un patético ejemplo de momia senil ambulante y parlante, con comandantes que lo adoran y obedecen.
Un ejemplo reciente y manifiesto de ese culto lo dieron los bolivarianos rojos a propósito de Manuel Marulanda, pintoresca momia de botas y toalla al hombro, a quien, en devota admiración por sus récords de homicidios, secuestros y exitosas operaciones de narcotráfico, lo glorificaron erigiéndole una estatua en una plaza del 23 de Enero que lleva su nombre.
En un vistazo a la historia nos encontramos con Benito Mussolini pasando de la figura en bronce al cuerpo colgado de un poste, las estatuas colosales del líder revolucionario chino Mao retiradas de sus pedestales, las no menos voluminosas de otros dirigentes derribadas en Europa Oriental por multitudes enardecidas, mientras la práctica de la conservación se vio incrementada con los avances en técnicas de momificación, así la argentina Eva Perón fue llevada de un lado a otro por su enamorado general, lo mismo Stalin y Lenin
eran vistos en sus urnas de cristal por un desfile diario de miles de
personas; e imaginemos cómo será con los ayatolás, líderes de miles de fanáticos religiosos que los siguen ciegamente.
eran vistos en sus urnas de cristal por un desfile diario de miles de
personas; e imaginemos cómo será con los ayatolás, líderes de miles de fanáticos religiosos que los siguen ciegamente.
A comienzos de 1992 se hacía la pregunta de qué destino aguardaba a los restos de Lenin, y se decía que dados los cambios políticos tal vez era tiempo de honrar su voluntad de ser enterrado junto a su madre y su hermana en el cementerio de Volkivo. El biólogo molecular que llevaba más de 40 años garantizando la preservación del cuerpo confesó a sus 72 años: "Yo me sentiría sumamente triste si el cuerpo fuera destruido".
Piensa uno si la megalomanía del Presidente de la República lo llevará a aspirar a ser momificado cual ídolo de proyección plurigeneracional debida a la que, seguramente, él considera que es una brillante performance terrenal suya. Por ahora, tenemos una Venezuela saturada de retratos gigantescos de él.
Son estrechos los límites que separan la preservación respetuosa de un símbolo, del fetichismo; y la conservación de un cuerpo a nombre de la historia, del cultivo de una actitud necrofílica. Esta constatación abre espacio para una reflexión crítica sobre el sentido y la validez de tales cultos.
Si el actual Presidente venezolano aspira a su conservación embalsamado, pues, deberíamos hacérselo posible, en vista de que ya en vida su pensamiento y su conducta obstinadamente militaristas y sus actitudes retrógradas parecen salidas de milenarios sarcófagos.
No admitamos llegar a ser momias que sólo responden a lo que el teniente coronel vocifera. No les permitamos el embalsamamiento en vida de nuestras ideas, nuestras convicciones y esperanzas. Empleemos de nuevo y con empeño la imaginación, y con coraje demos a conocer e invitemos a compartir decididamente el proyecto de un país radicalmente diferente de la piltrafa arruinada que estos vándalos saqueadores se han propuesto dejarnos.
Diseño: Alberto Rodríguez Barrera