Se veía venir. La desastrosa gestión del autoritarismo chavista ha empujado al Gobierno Venezolano a decretar, a punta de bayoneta, tres tipos de cambio para la moneda.
Ello ha causado una devaluación del 64%, que afecta sobre todo a los más pobres, quienes este año sufrirán una inflación de por lo menos 50% en su poder adquisitivo. A ello se suman, por si fuera poco, las agudas restricciones en los servicios de agua y energía eléctrica, que son realmente inusitadas y paradójicas en una potencia petrolera regional como Venezuela.
¿Qué está pasando? Lo que, en el fondo, se está demostrando son dos cosas: por un lado, la inviabilidad y el fracaso del modelo socialista, estatista y populista, lleno de contradicciones y que finalmente solo responde a los caprichos del autócrata Hugo Chávez. Venezuela, que en el discurso ataca continuamente al Gobierno Estadounidense, le vende anualmente petróleo por una envidiable suma que supera los 40 mil millones de dólares, lo que, como puede verse, no le asegura desarrollo ni estabilidad económica.
Del otro lado, está la vocación autoritaria y continuista de Chávez, que se niega a dejar el poder. Según los analistas, decidió devaluar la moneda también con propósitos políticos, para disponer de millones de bolívares en el año electoral, pero sin dar otras medidas complementarias como exigiría un manejo responsable e integral de política económica.
En Venezuela existen ahora tres tipos de cambio: uno aplicable a alimentos (2,60 bolívares por dólar), otro para importaciones y otros productos (4,30 bolívares por dólar), y el del mercado negro (más de 6 bolívares por dólar), lo que es un desastre anunciado.
Los peruanos ya hemos vivido una experiencia similar, en la segunda mitad de la década del 80, cuando el gobierno de entonces decretó arbitrariamente el control de cambios y de precios. Ello provocó una espiral imparable de inflación y corrupción, cuya factura tuvimos que pagar con sangre, sudor y lágrimas en los años 90, con un “paquetazo” que el primer ministro de entonces lanzó con un discurso que terminó con la inolvidable frase “¡Que Dios nos ayude!”.
Lamentablemente, algunos países y muchos políticos no aprendieron la lección. La heterodoxia y el intervencionismo económico solo fuerzan y ahogan el mercado que finalmente impone sus leyes basadas en la libertad y la competencia. Y si a la estatización de bancos y empresas y la ineficiente gestión de recursos se agrega la represión política de un régimen intolerante que ataca a la oposición y pisotea la libertad de prensa, pues podemos decir que en Venezuela se ha encendido la luz roja.
Por ahora, los únicos beneficiados son los allegados al Gobierno y al partido oficialista, que viven de gollerías y prebendas. El resto, los venezolanos de a pie y de clase media, se debate en la incertidumbre de no saber qué pasará mañana, por culpa de un régimen caudillista que ha probado su total incompetencia para gobernar y que, de haber elecciones limpias, debería ser castigado y reemplazado por los ciudadanos.
Los latinoamericanos, y los peruanos en particular, debemos permanecer alertas y rechazar estos excesos, más aun cuando es conocido el ánimo expansionista del autócrata Chávez, quien ya pretendió intervenir en las elecciones pasadas en nuestro país.
Ya sabemos adonde lleva el “bolivarianismo chavista”, basado en el estatismo populista, el rechazo a la inversión privada y el atornillamiento en el poder: a la pobreza, la represión y la afectación de la libertad y el sistema democrático.
Fuente del texto: Diario El Comercio. com. pe