BARTIMEO, el ciego de Jericó
Por: Vinicio Guerrero Méndez
Cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos, de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino mendingando" (Marcos 10, 46).
La ceguera que padecía le imposibilitaba para moverse y caminar libremente; una palmera, un bastón y un pesado manto raído eran sus únicos compañeros, por supuesto, era un gran obstáculo para desarrollar su vida normalmente.
Cuando Bartimeo se enteró de que la persona que venía caminando era Jesús el Nazareno, se puso a gritar: Hijo de David, Jesús, ¡ten compasión de mí! muchos le reprendían para que callara; pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Jesús escuchó los gritos incontenibles de aquel hombre que estaba sentado a la sombra de la palmera, pero no respondió; se detuvo y en vez de regresar para atender al necesitado y facilitarle las cosas, tomando en cuenta que la ceguera le dificultaba caminar, le exige que deje su pasividad, lo invita a que se levante para que venga donde está él. Cuando lo llama está dando a entender: “¿Quieres algo, necesitas algo? ven para acá, yo no me voy a regresar Bartimeo.... te toca a ti poner de tu parte: levántate y acércate tú a mi”. Bartimeo al escucharle, tiró su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Ésta es una de las enseñanzas más maravillosas del Evangelio: el hijo de David no se conmisera del hombre que está centrado en su drama, porque sería fomentar su problema. Bartimeo no se valoraba a sí mismo, y se auto compadecía cuando le daban o negaban limosna. En su guión de vida estaba escrito que los demás se conmovieran a causa de su enfermedad, limosnas que él se encargaba de capitalizar, para obtener los mejores intereses. Jesús no entra en el juego de aquel hombre que tiene años procurando la lástima de los demás.
Es el mendigo quien debe salir de sus paradigmas para cambiar sus actitudes de vida. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al momento recobró la vista y le siguió por el camino.
Jesús le sana primero de la baja estima. Le dio la confianza de que a pesar de ser ciego, podía caminar, pues tenía un propósito: que el hijo de Timeo se diera cuenta de lo que valía por sí mismo, que no necesitaba permanecer sentado todo el tiempo; que era capaz de ponerse de pie, levantar la cabeza y, en vez de tender su mano, podía extender sus piernas. El ciego de Jericó al oír que era Jesús, empezó a gritar. No hace caso a los reproches de los circunstantes, que le increpan para que calle, sino que grita más fuerte aún. Bartimeo confiesa su fe a Jesús, su confianza en que pueda dar luz a sus ojos, que pueda curarle, que pueda hacer que "viva" de manera plena. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. Se hace discípulo suyo.
Todos estamos cubiertos de alguna vestidura, a veces hasta armadura que si bien por una parte nos protege, por otra nos estorba para surcar los espacios de la libertad. Jesús no viene a darnos lo que creemos que nos hace falta, sino a hacernos descubrir lo que ya tenemos, y lo que podemos lograr. Una complicación parcial contamina el ambiente de nuestra vida, haciéndonos creer que dependemos de las limosnas de los demás. Jesús era tierno para abrazar niños, Pero al mismo tiempo era fuerte y decidido para tomar un látigo y purificar el templo, o hasta enfrentarse al legalismo de los fariseos.
Tal vez esa historia no sea sólo de Bartimeo, sino de cada uno de nosotros. Nuestra ceguera, nos paraliza y nos deja inertes, al lado del camino. Necesitamos encontrarnos con Jesús para recobrar la vida, el dinamismo, la salud, el perdón, para poder extender las alas que nos permitan volar por cielos nuevos.
Afectuosamente, Imperfecto.
VINICIO GUERRERO MENDEZ