Estamos secuestrados por un sentimiento
de impotencia que está neutralizando los antídotos
La realidad se arrastra velozmente
dentro de una cañería. El régimen ya no cuida apariencias, resignado a
su fealdad, el autócrata no pierde tiempo en maquillaje, asoma su rostro
con cínico desparpajo.
Es imposible negar que los residuos de
libertad están evaporándose, atrapados en un calor nauseabundo que
desprecia la dignidad, la excelencia y el progreso. Como un autócrata
comunista lo único que desea es un envidioso poder revanchista, toda su
mente se concentra en destruir los obstáculos que surjan en su obsesiva
ambición.
Nada que sea noble y valioso puede
crecer en una comuna. Los comunistas son la plaga que se devora los
cultivos, muere cualquier cosa que genere bienestar, quedando un paisaje
de fracaso. La patria no puede morir de esta manera. Los errores del
pasado no son tan horribles que merezcan lo que hoy sufrimos.
Estamos secuestrados por un sentimiento
de impotencia que está neutralizando los antídotos disponibles. Es
lógico. Enfrentamos a un sujeto inescrupuloso que dispone de armamento
bélico, petrodólares y alianzas con entes tenebrosos, capaces de inferir
daños irreparables, el símbolo más alegórico de la maldad. Para
rematar, toda la dirigencia política claudicó al sentido de realidad y
optó por creerse un país que no existe, proponiendo acciones que parecen
concebidas en el castillo de Blanca Nieves. ¿Qué le queda a Venezuela?
Llegó la hora de los venezolanos. Tenemos que transformarnos en Fénix,
una avalancha de dignidad; exigir libertad, usar los antídotos y
provocar los cambios que nos salvarán. ¿Quién dice que tenemos que
esperar? Mañana no será mejor que hoy, a menos que aceptemos la dura
realidad y la confrontemos con todas las fuerzas del corazón. No hemos
perdido, pero el tiempo se agota.
CICATRIZPLANETA@YAHOO.COM
@JCSOSAZPURUA
Fuente: El Universal@JCSOSAZPURUA
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