Dos años no es nada
Dom Oct 10, 2010 6:20 amSiempre pensé que los venezolanos tendrían la suficiente paciencia para aguardar por las elecciones presidenciales del 2012 y desalojar a Chávez definitiva e inapelablemente del poder.
Dos años que por la dinámica y volatilidad de la vida política contemporánea pasan “volando” y en un cerrar y abrir de ojos pueden tropezarnos con el objetivo supremo de no volver a ver los abusos que comete a diario contra la constitución, la urbanidad, la historia y, lo que es peor, contra la vida ordinaria y cotidiana de los venezolanos.
Sin embargo, al detenerme en el Chávez de las últimas semanas, en el que quedó de la estrepitosa derrota de las elecciones parlamentarias del 26-S y oyó en el primer boletín del CNE la madrugada del lunes 27 que “era la primera minoría nacional”, me ha entrado el pálpito de que, no son solo los venezolanos quienes pueden estar perdiendo la paciencia y convenciéndose de que hay que salir de Chávez ya y sin más plazos, sino que es el mismo Chávez el que está desesperado e impaciente para que lo manden para su casa cuanto antes, rápido y sin boleto de regreso.
Paradoja que podría explicarse porque el “comandante en jefe”, el caudillo y salvador de la humanidad que dice, o sugiere, que serán sus hijos o nietos quienes lo sucederán en la presidencia después de descamarse y momificarse como su ídolo, Fidel, preferiría cualquier cosa, menos oír a Tibisay Lucena decirle que una inmensa mayoría de electores venezolanos decidió sacudírselo democráticamente, mandarlo con su música a otra parte y no volver a oír hablar de él en otro escenario que no sean los tribunales nacionales e internacionales donde tiene que dar cuenta de sus abusos contra la constitución y las leyes y por sus violaciones de los derechos humanos.
Díganme si quien lo sucede en la presidencia es alguno de esos oligarcas o burgueses, adecos o copeyanos, masistas o causarristas que tanto odia y lleva décadas insultando, calumniando y ofendiendo, gente del tipo María Corina Machado, Leopoldo López, Enrique Capriles Radonski, Antonio Ledezma, Ramón Guillermo Aveledo, Teodoro Petkoff, o Andrés Velásquez, y que a pesar de sus ofensas, peroratas y alaridos, no solo se mantienen en el corazón de las mayorías nacionales, sino preparados y aptos para sucederle.
De modo que si hay por ahí un golpe de estado en el ambiente… ¡bienvenido sea!... y si es un autogolpe, mejor… y no digamos un magnicidio frustrado, eso si…sin hablar de huelgas, motines y estallidos insurreccionales que le vendrían como anillo al dedo.
De ahí que llevamos semanas, no solo viéndolo repetir, sino extremando las recetas que lo precipitaron a la derrota del 26-S, repotenciado unas políticas y un estilo de gobernar, que no es solo que se han traducido en la peor crisis política, económica y social que ha sufrido el país en toda su historia, sino, igualmente, en la promoción de una caída de la autoestima nacional que poco nos diferencia de las repúblicas forajidas del sur del Sahara,
O sea, que los ingredientes para que en cualquier país de la tierra se proceda a destituir el presidente en ejercicio y enviarlo, ya a su casa, ya al exilio, a la cárcel o al manicomio, pero que en el caso de la Venezuela de Chávez, sería lo menos apropiado, ya que aquí existe una constitución que pauta que su salida de Miraflores es en las elecciones presidenciales del 2012, y ni un día antes, ni un día después.
Despido que no es solo el más legal, más constitucional y más pacífico, sino también, el más humillante, pues sería la oportunidad de demostrarle al hugólatra que sus 14 años en el poder, no son otra cosa que el producto del clientelismo más atroz que haya humillado a los venezolanos, y que vía el ciclo alcista de los precios del petróleo entre el 2004 y el 2008, le permitió convertir las elecciones venezolanas, y a su gestión de gobierno, en un mercado persa.
Bazar que se nutrió, también, de la incautación de la independencia de los poderes públicos, y que en el caso del poder electoral, del llamado CNE, le permitió concurrir a los eventos comiciales para que ni en el proceso, ni en el acto de votar, ni en el conteo de los votos, la ciudadanía admitiera que hubiera ganado por otra vía que nos fueran las ventajas usadas a su favor.
Maquinaria, estrategia, o plataforma que tenía que derrumbarse con la caída de los precios del crudo y el fracaso colosal de las políticas públicas, que debían persuadir, no solo a millones de electores de la oposición, sino también a independientes y del propio chavismo, que las cosas habían llegado demasiado lejos y debía ponérseles un parao, como se vio en los resultados de las elecciones del 26-S que, entre otros bienes, trajeron el aviso de que después del 2012, no hay más Chávez,
Pero tanto como el clientelismo, y el fracaso de las políticas públicas (inseguridad, corrupción, desabastecimiento, inflación, colapso de los servicios públicos y de la infraestructura física nacional, economía de cero producción y todo importado), los electores del 26-S rechazaron el atroz, inviable, inútil y destructor sistema socialista, que como se demostró en la década final del siglo XX en los países que lo adoptaron, no hace otra cosa que promover la pobreza, la desigualdad, las injusticias sociales y las violaciones masivas de los derechos humanos.
Y cuya única finalidad, es brindarle a los caudillos que los promueven la oportunidad de instaurar siniestras dictaduras que. una vez emplazadas, hacen caer a las sociedades en diabólicas y casi insalvables ratoneras.
Para muestra, la Venezuela que está dejando el chavismo, donde lo único real es el entronizamiento de una dictadura seudo legal y seudo constitucional, con un caudillo anacrónico y cuartelario a la cabeza, que dispone a su haber y entender de los bienes públicos y privados, y se ha hecho adicto a un vicio que al parecer no conoce cura ni mejora: la destrucción de Venezuela.
Y el cual lo lleva a no admitir lo que es una evidencia que viven y sufren los venezolanos día a día, hora a hora y segundo a segundo: el socialismo solo es opcionable cuando se propone distribuir la riqueza que crea el capitalismo y hace parte de una combinación en la que el estado que promueve la economía y la riqueza públicas y privadas, hace las leyes para que alcance a todos.
Y si quedaban dudas al respecto en este continente y en otros, ahí están las últimas medidas económicas del establecimiento añoso de los hermanos Castro en Cuba, que no son otras que la reintroducción del capitalismo para paliar la crisis y las enormes urgencias sociales que sufren los cubanos después de 55 años de socialismo.
Pero no es una verdad que quisiera Chávez le volviera a gritar el pueblo venezolano en otras elecciones como las del 26-S, en otras que le afectan directamente, y por eso, acepta, sí, el despido, la salida, pero a la brava, por la fuerza, por la violencia, para después decir que no fue el pueblo, las masas, las mayorías, quienes los sacaron del poder sino las élites burguesas y oligárquicas aliadas del imperialismo.
Lo que no sabe Chávez, porque no le conviene saberlo, es que la constitución permisa a través del artículo 350 la “rebelión popular, democrática y constitucional contra su gobierno, en el caso que las mayorías decidan “desconocer cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticas o menoscabe los derechos humanos”,
Y en ese caso, una huelga general, o una insurrección popular como la que sucedió en Argentina en el caso de Fernando de la Rúa, en Bolivia en el de Sánchez de Lozada, o en Ecuador con Gutiérrez, pudiera destituir constitucional y democráticamente a Chávez y no para interrumpir sino para hacer cumplir el mandato constitucional tal lo reconocieron, en los casos citados, las instituciones jurídicas del continente.
No es sin embargo lo que deseo ni propicio, sino que el caudillo que es un demócrata de pantalla y un dictador de hecho. se lleve en el 2012 la más escandalosa paliza electoral que se ha llevado tirano alguno en este o cualquier otro país.
Al fin y al cabo: dos años no es nada.
Manuel Malaver
OPINION
FUENTE: La Razón / Noticiero DigitalIMAGENES: Publicación ilustrada de: Alberto Rodríguez Barrera