El vestido de novia
Hace poco llegó a mi correo una historia maravillosa. Una historia de cómo un joven judío enamorado, Ludwig Friedman, se las arregló para que Lilly Lax, su novia, tuviera su vestido de novia para casarse… en un campo de concentración.
La historia en cuestión, escrita por Helen Zegerman Schwimmer[1] y publicada en cientos de páginas web, narra cómo Friedman, quien trabajaba en un centro de distribución de alimentos en el campo de Bergen Belsen, situado en Celle, territorio de la Baja Sajonia en Alemania, le cambió a un piloto alemán su paracaídas inusable por dos libras de café, dos cajetillas de cigarrillos y un paquete de granos (un tesoro para cualquiera durante aquellos años) para que una costurera del campo de concentración cosiera durante noches para transformar el paracaídas en un vestido de novia.
Leamos a Schwimmer:
“Lilly Friedman no recuerda el apellido de la mujer que diseñó y cosió el traje de novia que ella usó cuando avanzaba lentamente por el pasillo del templo hace aproximadamente 60 años. Pero la hoy abuela de siete niños recuerda la primera vez que le dijo a su novio Ludwig que siempre había soñado casarse con un vestido blanco. Él supo entonces que tenía por delante una tarea a su medida.
Para el joven alto y delgadísimo de veintiún años, que había sobrevivido al hambre, la enfermedad y los castigos, éste era un desafío diferente. ¿Cómo iba a conseguir tal vestido en el campo para exiliados de Bergen Belsen si todos se sentían agradecidos por la ropa (única que poseían) que llevaban puesta?
Pero el destino intervendría en la persona de un ex-piloto alemán que apareció en el centro de distribución de alimentos donde trabajaba Ludwig, ansioso de poder negociar y sacarse de encima un maltrecho paracaídas.
A cambio de dos libras de granos de café y un par de atados de cigarrillos, Lilly tendría su vestido blanco para la boda.
Durante dos semanas Miriam (la costurera) trabajó frente a la azorada mirada de un prisionero como ella diseñando cuidadosamente los 6 paneles del paracaídas hasta convertirlos en un sencillo vestido de mangas largas con un cuello enrollado, una estrecha cintura y un lazo que se anudaba detrás en un moño. Cuando el vestido estuvo terminado la costurera se las ingenió para convertir el resto de los materiales en una camisa para el novio”.
Schwimmer discurre sobre lo frívolo que podía parecer que alguien, en medio de la penuria, pudiera desear un vestido de novia… Pero ella misma se responde que el vestido de novia era el símbolo de la vida normal e inocente que Lilly había llevado con sus padres y hermanos -antes de que los nazis los llevaran a los campos de concentración y de exterminio- y la que deseaba volver a vivir.
Y es natural que en las peores circunstancias los seres humanos recurran a cualquier medio que tengan a mano para sobrevivir. El siquiatra Víctor Franzl, sobreviviente de Auschwitz, lo describió muy bien en su libro “El hombre en busca de sentido”, donde expone que “aún en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre es capaz de encontrar una razón para vivir”. Los recuerdos, las vivencias, los proyectos… En el caso de Lilly Lax, Ludwig Friedman y quienes supieron de su historia de amor, la dimensión espiritual que necesitaban para seguir adelante se materializó en un vestido de novia hecho amorosamente con la tela de un paracaídas.
Las hermanas de Lilly y decenas de otras mujeres, usaron el vestido de novia después, como un símbolo. Hoy está exhibido en el Museo de Bergen Belsen.
Los venezolanos vivimos a diario situaciones de tristeza, terror, zozobra, incertidumbre, abusos, atropellos… Supuestamente tenemos democracia, somos gente libre y no estamos en guerra.
¿De qué “traje de novia”, aunque sea hecho con la tela de un paracaídas que no sirve ya, echaremos mano para levantar el vuelo sobre esta enojosa situación que vivimos todos los días en nuestra adolorida Venezuela?
Carolina Jaimes Branger
FUENTE: Noticiero Digital
IMAGEN: El Traje de Novia que hizo historia
Remisión:Haydeé irausquín