Febrero 12, 2013
La renuncia de Benedicto XVI
Por Carlos E Méndez
La renuncia de alguien a cualquier cargo y por cualquier motivo, es algo normal entre los mortales aun cuando no sea común y corriente dentro de una institución religiosa como lo es la iglesia católica romana, quien sostiene que sus papas son los sucesores perennes del apóstol Pedro y, por lo tanto, la máxima autoridad de la iglesia y representación de Dios acá en la tierra a partir de la ascensión de Jesucristo.
Pues, bien, dentro de la iglesia universal como cuerpo de Cristo, podrían darse mas casos como el del pontífice Benedicto XVI, ya que el poder que detentan los papas, no es el mismo poder político al que algunos gobernantes del mundo suelen aferrarse hasta morir, sino de un apostolado para ejercer un oficio sagrado, que perfectamente Dios puede traspasar o distribuir entre otros siervos que reúnan las condiciones morales e intelectuales que ostenta el cardenal Joseph Ratzinger.
El apóstol Pablo es un ejemplo patético de distribución del apostolado por parte de Dios a principios de la era cristiana. Pablo, quien pasó de ser un perseguidor de los cristianos del 1er siglo y ganarse la desconfianza de la iglesia naciente, sin embargo fue convertido y escogido por Dios y aprobado por la iglesia primigenia para llevar el evangelio a los jerarcas romanos y guiar a los gentiles de su época por el camino que conduce a la salvación. De hecho, Pedro y Pablo tuvieron algunas diferencias de opinión con respecto al tratamiento que debía dárseles a los primeros conversos no judíos, sin que esa controversia entorpeciera el propio ministerio de los apóstoles ni mucho menos la armonía de las congregaciones o grey de Dios.
Las iglesias protestantes o “hermanos separados” han copiado para sus pastores este modelo de la fuente original (Biblia) y de algunas las tradiciones de la iglesia romana, aun cuando entre ellos no existe la figura de un papa como tal, por tratarse de grupos pequeños, libres e independientes de cualquier directriz que no sea la que emane de sus propias congregaciones y organizaciones eclesiales.
En definitiva, todos los caminos conducen a Roma. Y, el mismo evangelio de Jesucristo, también nos conduce a todos al Dios Padre.
Carlos E Méndez
- El miedo tocó a la puerta; la fe abrió y no encontró a nadie -