LOS DERECHOS HUMANOS EN
VENEZUELA
La Asamblea General de las Naciones Unidad, “considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos
humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la
humanidad”, aprobó el 10 de diciembre de 1948 la Declaración Universal de
los Derechos Humanos. A continuación les hago una analogía de este documento
con referencia a Venezuela.
Venezuela es un país donde sus ciudadanos han perdido sistemáticamente su
libertad, su dignidad y los derechos. El régimen que nos gobierna
ilegítimamente ha discriminado al pueblo por su condición política y ha
criminalizado a todo aquel que disiente de su modelo comunista.
En Venezuela la vida no tiene valor. Desde 1999 más doscientas mil personas
han perdido la vida en manos de la delincuencia, y centenares han sido
asesinados por grupos paramilitares que son financiados y amparados por el
Estado venezolano. Hace mucho tiempo que los venezolanos no sabemos lo que es seguridad.
Durante el 2014, solamente, más de cinco mil personas, incluyendo
autoridades electas popularmente, han sido sometidas a torturas, a penas y tratos crueles, inhumanos y degradantes,
por el solo hecho de manifestar pacíficamente su oposición al régimen. Además,
los venezolanos ya no somos iguales ante la ley; el Estado garantiza la
impunidad de los delitos cometidos por aquellos que militan en el oficialismo.
Desde febrero de este año 2014 más
de tres mil personas fueron detenidas arbitrariamente, y más de cien continúan
presos, por motivos exclusivamente políticos. Cientos de venezolanos han sido
forzados al exilio. Nada garantiza el debido proceso, el Poder Judicial no es
libre ni independiente, es un apéndice cancerígeno del fallido Estado
venezolano.
Los venezolanos no tienen derecho a que las autoridades presuman su
inocencia, mientras se comprueba o no su culpabilidad. Cualquier organismo de
seguridad puede desaparecerte forzosamente o asesinarte en público.
En Venezuela, la mayoría de ciudadanos es víctima de injerencias arbitrarias en su vida privada, su
familia, su domicilio y su correspondencia, y es blanco de ataques a su honra y
a su reputación. La ley no nos protege contra tales injerencias o ataques. Nada
más y nada menos, el presidente de la Asamblea Nacional, es el jefe de injerencias
arbitrarias.
Los venezolanos que viven en la frontera con Colombia no tienen ya el
derecho a circular libremente, si lo hacen es a riesgo de que cualquier
efectivo militar lo considere paramilitar o contrabandista y por ende sea
asesinado, previa organización de un falso positivo. En general, los
venezolanos no podemos circular libremente, nos hemos impuesto un toque de
queda que desola a las calles apenas anochece. Y quien sale del país no sabe si
podrá volver un día.
La propiedad privada ya no existe en Venezuela. Las confiscaciones o las
expropiaciones son una política permanente del régimen de Nicolás Maduro, tal
como lo estableció su difunto antecesor. Esto ha traído como consecuencia el
desmantelamiento absoluto del aparato productivo del país que sobrevive gracias
a la importación de al menos el 90% de
lo que necesita.
En Venezuela se ha criminalizado la libertad de pensamiento y de
conciencia, de expresión y de opinión, las cuales no se pueden expresar
públicamente pues el régimen (todo los Poderes) pueden considerarla como un
acto de traición a la patria. El Estado controla en su totalidad a todos los
medios de comunicación y a los que no controla, los asfixia por otras vías.
Cualquier reunión o asociación, disidente al régimen, significa para el
Estado venezolano es un ataque contrarrevolucionario. Además hace tiempo
perdimos el derecho de participar directamente en el Gobierno. En Venezuela la
voluntad del pueblo no es la base de la autoridad del poder público; no tenemos desde hace quince
años elecciones auténticas.
Y ¿qué hablar de los derechos económicos sociales y culturales? Hace tiempo
los venezolanos no sabemos qué son.
La educación está ideologizada. La cultura ha sido politizada. El progreso científico
es para unos pocos. La salud es algo que ya no se ve. Las medicinas las
consigues gracias a las redes sociales. Y la comida sólo se consigue,
racionada, tras largas horas de espera en los supermercados. El salario mínimo de los venezolanos es de
aproximadamente veintiocho dólares americanos, aunque eso se devalúa
diariamente, porque la economía realmente se rige por el dólar del mercado
negro, el único que a duras penas se consigue.
Me pregunto, ¿Qué más se debe decir para que despertemos? No es esta la Venezuela
que nuestros padres nos legaron ni la que nosotros podemos entregarle mañana a
nuestros hijos.
Robert Gilles Redondo